18 de Mayo
San
Juan I,
Papa y Mártir. Año 526.
San Félix de Cantalicio,
Religioso. Año 1587.
Fuente: http://www.churchforum.org
San Juan
I
Era italiano, de Toscana. En
523 fue elegido Sumo Pontífice. En Italia gobernaba el rey
Teodorico que apoyaba la herejía de los arrianos. Y sucedió que el
emperador Justino de Constantinopla decretó cerrar todos los
templos de los arrianos de esa ciudad y prohibió que los que
pertenecían a la herejía arriana ocuparan empleos públicos (los
arrianos niegan que Jesucristo es Dios y esto es algo muy grave y
contrario a la religión Católica). El rey Teodorico obligó
entonces al Papa a que fuera a Constantinopla y tratar de obtener
que el emperador Justino quitara las leyes que habían dado contra
los arrianos. Pero Juan no tenía ningún interés en que apoyaran a
los herejes. Y así lo comprendió la gente de esa gran
ciudad.
Más de 15,000 fieles
salieron en Constantinopla a recibir al Papa Juan, con velas
encendidas en las manos, y estandartes. Y lo hicieron presidir muy
solemnemente las fiestas de Navidad. Y claro está que el emperador
Justino, aunque les devolvió algunas iglesias a los arrianos, no
permitió que ninguno de estos herejes ocupara puestos
públicos.
Y Teodorico se encendió en
furiosa rabia, y al llegar el Santo Padre a Ravena (la ciudad
donde el rey vivía) lo hizo encarcelar y fueron tan crueles los
malos tratos que en la cárcel recibió, que al poco tiempo murió.
Junto con el Papa fueron martirizados también sus dos grandes
consejeros, Boecio y Símaco.
Y dicen los historiadores
que el rey Teodorico sintió tan grande remordimiento por haber
hecho morir a San Juan Primero, que en adelante lo veía hasta en
los pescados que le servían en el almuerzo.
San Félix de
Cantalicio
Nació en Cantalicio (Italia)
en 1513. Hijo de dos campesinos muy pobres y muy piadosos. De niño
tuvo por oficio pastorear ovejas, y allá en el campo, trazaba una
cruz en la corteza de un árbol, y ante esa cruz pasaba horas
rezando. Le encantaba rezar el Santo Rosario. Y decía que en
cualquier oficio y a cualquier hora hay que acordarse de Dios y
ofrecer por El todo lo que se hace o sufre.
Cuando ya era mayor, un día
estaba arando el campo y de pronto los bueyes se asustaron y se le
lanzaron encima. Al sentir que iba a morir allí pisoteado,
prometió a Nuestro Señor dedicarse a una vida más perfecta. Salió
ileso del accidente y al oír leer un libro de vidas de santos
sintió un fuerte deseo de imitar a los grandes amigos de Dios en
la oración y en la penitencia. Entonces le preguntó a un amigo
cuál era la Comunidad religiosa más exigente y fervorosa que
existía en ese entonces. El otro le dijo que eran los padres
Capuchinos. Y hacia allá se dirigió a pedir que lo
admitieran.
El superior, para que no se
hiciera ilusiones le describió de manera muy fuerte las
penitencias que había que hacer en aquella comunidad y la gran
pobreza en que allí se vivía. Félix le preguntó: "Padre ¿en mi
habitación hay un crucifijo?". "Sí, lo habrá", le dijo el
superior. "Pues bastará mirar a Cristo Crucificado y su ejemplo me
animará a sufrir con paciencia". El superior comprendió que este
joven amaba y meditaba la Pasión de Cristo, y lo
admitió.
El oficio de Félix desde que
entró a la comunidad hasta que se murió, fue por 40 años, el de
pedir limosna por las calles de Roma, para ayudar a los
necesitados. Era un oficio duro, cansado y humillante, pero él lo
hacía con una alegría que impresionaba gratamente a la gente. A su
compañero de limosnería le decía: "Amigo: los ojos en el suelo, el
espíritu en el cielo y en la mano, el santo rosario". Y repetía:
"o santo, o nada". "La única tristeza es la de no ser santo". Y
con lo que recogía ayudaba a familias muy necesitadas y a enfermos
y gente abandonada.
La gente se admiraba de sus
buenos consejos y le preguntaba en qué libro había aprendido tanta
sabiduría y él respondía: en un libro que tiene seis páginas:
cinco son las heridas de Cristo Crucificado, y la sexta es la Sma.
Virgen María.
Siempre alegre, parecía no
sufrir. Se chistoseaba con San Felipe Neri. Un día San Felipe le
dice: "Fray Félix, que te quemen vivo los herejes, para que te
consigas un gran puesto en el cielo". Fray Félix le responde:
"Padre Felipe: que lo picadillen los enemigos de la religión para
que así se consiga una gran gloria en la eternidad".
Siempre viajaba descalzo por
calles y caminos, todos los días. Dormía sobre una tabla. La mayor
parte de la noche la pasaba rezando. Se alimentaba con las sobras
que quedaban de la mesa de los demás. Cuando ya estaba anciano, un
cardenal le dijo: "Fray Félix, ya no cargue más esa maleta de
mercados que recoge para los pobres. Ya es tiempo de descansar", y
el santo le respondió: "Monseñor: el burro se hizo para llevar
cargas. Mi cuerpo es un borriquillo y si lo dejo descansar le
puede hacer daño al alma".
Ya desde pequeño nunca se
sentía ofendido cuando lo humillaban e insultaban. Cuando alguien
lo insultaba u ofendía muy fuertemente le decía: "Que Dios te haga
un santo. Pediré a Dios que te haga un buen santo".
Ayunaba muchas veces a pan y
agua. Trataba de ocultar los dones sobrenaturales que recibía del
cielo, para que nadie los supiera, pero muchas veces mientras
ayudaba a Misa se elevaba por los aires.
Eran tantas las veces que
repetía la frase "Gracias a Dios", que las gentes sencillas al
verlo decían: allá viene el hermanito "Gracias a Dios".
San Carlos Borromeo le pidió
unos consejos para obtener que sus sacerdotes se hicieran más
santos y le respondió: "Que cada sacerdote se preocupe por
celebrar muy bien la Misa y por rezar muy devotamente los salmos
que tiene que rezar cada día, el Oficio Divino".
Al franciscano Padre
Montalto que iba a ser nombrado Sumo Pontífice le dijo: "Si un día
lo nombran Papa, esmérese por ser un verdadero santo, porque si no
es así, sería mucho mejor que se quedara como sencillo fraile en
un convento". Montalto llegó a ser Papa Sixto V y siempre
recordaba el consejo del humilde hermano Félix.
Desde pequeñito se sintió
favorecido por la Santísima Virgen y le tuvo un cariño inmenso.
Cuando pasaba por frente a las imágenes de Nuestra Señora le
repetía aquello que a San Bernardo le agradaba tanto decirle:
"Acuérdate que eres mi Madre". Y le decía frecuentemente: "Yo soy
siempre un pobre niño y los niños no pueden andar sin la ayuda de
la madre. No me sueltes jamás de tus manos".
Pocos minutos antes de morir
se llenó de alegría y de emoción y exclamó: "Veo a mi Madre, la
Virgen María, que viene rodeada de ángeles a llevarme".
Murió el 18 de mayo de 1587
a los 72 años.
El Papa Sixto V decía que en
su tiempo ya se habían obtenido 18 milagros por intercesión de
Félix de Cantalicio.
En 1712, el Papa Inocencio
XI lo declaró santo.
¿En qué imitaré a San Félix?
¡Dios mío ilumíname!.
El que se humilla será
enaltecido. (Jesucristo).