19 de Mayo. San Ivo, Patrono de los
abogados. Año 1303.
Fuente: http://www.churchforum.org
San Ivo, el abogado santo al
cual los juristas de muchos países tiene como Patrono, nació en la
provincia de Bretaña en Francia. Su padre lo envió a estudiar a la
Universidad de París, y allí dirigido por famosos profesores de
derecho, obtuvo su doctorado como abogado.
En sus tiempos de
estudiante oyó leer aquella célebre frase de Jesús: "Ciertos malos
espíritus no se alejan sino con la oración y la mortificación"
(Mc. 9,29), y se propuso desde entonces dedicar buen tiempo cada
día a la oración y mortificarse lo más que le fuera posible en las
miradas, en las comidas, en el lujo en el vestir, y en descansos
que no fueran muy necesarios. Empezó a abstenerse de comer carne y
nunca tomaba bebidas alcohólicas. Vestía pobremente y lo que
ahorraba con todo esto, lo dedicaba a ayudar a los pobres. Y Dios
lo premió concediéndole una gran santidad y una generosidad
inmensa en favor de los necesitados.
Al volver a su tierra natal
(Bretaña) fue nombrado juez del tribunal y en el ejercicio de su
cargo se dedicó a proteger a los huérfanos, a defender a los más
pobres y a administrar la justicia con tal imparcialidad y bondad,
que aun aquellos a quienes tenía que decretar castigos, lo seguían
amando y estimando.
Su gran bondad le ganó el
título de "Abogado de los pobres". No contento con ayudar a los
que vivían en su región, se trasladaba a otras provincias a
defender a los que no tenían con qué pagar un abogado, y a menudo
pagaba los gastos que los pobres tenían que hacer para poder
defender sus derechos.
Visitaba las cárceles y
llevaba regalos a los presos y les hacía gratuitamente memoriales
de defensa a los que no podían conseguirse un abogado.
En aquel tiempo los que
querían ganar un pleito les llevaban costosos regalos a los
jueces. San Ivo no aceptó jamás ni el más pequeño regalo de
ninguno de sus clientes, porque no quería dejarse comprar ni
inclinarse con parcialidad hacia ninguno.
Cuando le llevaban un
pleito, él se esmeraba por tratar de obtener que los dos
litigantes arreglaran todo amigablemente en privado, sin tener que
hacerlo por medio de demandas públicas. Así obtuvo que muchos
litigantes terminaran siendo amigos y se evitaran los grandes
gastos que les podían ocasionar los pleitos judiciales.
Después de trabajar bastante
tiempo como juez, San Ivo fue ordenado sacerdote, y desde
entonces, los últimos quince años de su vida los dedicó totalmente
a la predicación y a la administración de los sacramentos.
Consiguió dinero de donaciones y construyó un hospital para
enfermos pobres. Todo lo que llegaba lo repartía entre los más
necesitados. Solamente se quedaba con la ropa para cambiarse. Lo
demás lo regalaba. Una noche se dio cuenta de que un pobre estaba
durmiendo en el andén de la casa cural, entonces se levantó y le
dio su propia cama y él durmió en el puro suelo.
De muchas partes llegaban
personas litigantes a obtener que San Ivo hiciera las paces entre
ellos y él lograba con admirable facilidad poner de acuerdo a los
que antes estaban alegando. Y aprovechaba de todas estas ocasiones
para predicar a la gente acerca de la Vida Eterna que nos espera y
de lo mucho que debemos amar a Dios y al prójimo.
Alguien le aconsejó que no
regalara todo lo que recibía. Que hiciera ahorros para cuando
llegara a ser viejo y él le respondió: - Y ¿quién me asegura que
voy a llegar a ser viejo? En cambio lo que sí es totalmente seguro
es que el buen Dios me devolverá cien veces más lo que yo regale a
los pobres". Y siguió repartiendo con gran generosidad.
A principios de mayo del año
1303 empezó a sentirse muy débil. Pero no por eso dejó de dedicar
largos ratos a la oración y a la meditación y a ayudar a pacificar
a cuantos estuvieran peleados o en discusiones y
pleitos.
El 19 de mayo del año 1303
estaba tan débil que no podía mantenerse de pie y necesitaba que
lo sostuvieran. Sin embargo celebró así la Santa Misa. Después de
la Misa se recostó y pidió que le administraran la Unción de los
enfermos y murió plácidamente, como quien duerme en la tierra para
despertar en el cielo. Tenía 50 años.
Sus vecinos le compusieron
un epitafio bien especial que dice:
San Ivo era
bretón.
Era abogado y no era
ladrón.
Santo Dios: ¡que
admiración!.
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