25 de Mayo: San Gregorio VII, Pontífice. Año
1085.
Fuente: http://www.churchforum.org
Se llamaba Hildebrando,
nombre que en Alemán significa "Espada del batallador". Al ser
elegido Papa, cambió su nombre por el de Gregorio, que significa:
"el que vigila". Nació de padres muy pobres en la provincia de
Toscana en Italia. Muy joven fue llevado a Roma por un tío suyo
que era superior de un convento de esa ciudad. Y allí le costeó
los estudios, que hizo muy brillantemente, hasta el punto que uno
de sus profesores exclamó que nunca había conocido una
inteligencia igual. Uno de sus profesores, el P. Juan Gracián
estimaba tanto a su discípulo, que cuando lo eligieron Papa con el
nombre de Gregorio VI, nombró a Hildebrando como
secretario.
Después de la muerte del Papa Gregorio VI,
Hildebrando se fue de monje al famoso monasterio de Cluny, donde
tuvo por maestros a dos grandes santos: San Odilón y San Hugo. Ya
pensaba pasar el resto de su vida como monje, cuando al ser
elegido Papa San León XI, que lo estimaba muchísimo, lo hizo irse
a Roma y lo nombró ecónomo del Vaticano, y Tesorero del
Pontífice.
Y desde entonces fue el
consejero de confianza de cinco Sumos Pontífices, y el más fuerte
colaborador de ellos en la tarea de reformar la Iglesia y llevarla
por el camino de la santidad y de la fidelidad al
evangelio.
Durante 25 año se negó a ser
Pontífice, pero a la muerte del Papa Alejandro II, mientras
Hildebrando dirigía los funerales, todo el pueblo y muchísimos
sacerdotes empezaron a gritar: "¡Hildebrando Papa, Hildebrando
Papa!" - El quiso subir a la tarima para decirles que no aceptaba,
pero se le anticipó un obispo, el cual con sus elocuentes elogios
convenció a los presentes de que por el momento no había otro
mejor preparado para ser elegido Sumo Pontífice. El pueblo se
apoderó de él casi a la fuerza y lo entronizó en el sillón
reservado al Papa. Y luego los cardenales confirmaron su
nombramiento diciendo: "San Pedro ha escogido a Hildebrando para
que sea Papa".
Un arzobispo le escribió
diciéndole: "En ti están puestos los ojos de todo el pueblo. El
pueblo cristiano sabe los grandes combates que has sostenido para
hacer que la Iglesia vuelva a ser santa y ahora espera oír de ti
grandes cosas". Y esa esperanza no se vio frustrada.
San Gregorio se encontró con
que en la Iglesia Católica había desórdenes muy graves. Los reyes
y gobernantes nombraban los obispos y párrocos y los superiores de
conventos y para estos puestos no se escogía a los más santos sino
a los que pagaban más y a los que les permitían obedecerles más
ciegamente. Y sucedió entonces que a los altos puestos de la
Iglesia Católica llegaron hombres muy indignos de tales cargos, y
que tenían una conducta verdaderamente desastrosa. Muchos de estos
ya no observaban el celibato (la obligación de mantenerse solteros
y conservando la virtud de la pureza) y vivían en unión libre y
varios hasta se casaban públicamente. Y los gobernantes seguían
nombrando gente indigna para los cargos eclesiásticos.
Y fue aquí donde intervino
Gregorio VII con mano fuerte. Empezó destituyendo al arzobispo de
Milán pues lo habían nombrado para ese cargo porque había pagado
mucho dinero (simonía se llama este pecado). Luego el Papa reunió
un Sínodo de obispos y sacerdotes en Roma y decretó cosas muy
graves. Lo primero que hizo este pontífice fue quitar a todos los
gobernantes el derecho a las investiduras, que consistía en que
por el sólo hecho de que un jefe de gobierno le diera a un hombre
el anillo de obispo o el título de párroco ya el otro quedaba
investido de ese poder y podía ejercer dicho cargo. El Papa
Gregorio decretó que a los obispos los nombraba el Papa y a los
párrocos, el obispo y nadie más. Y decretó que todo el que se
atreviera a nombrar a un obispo sin haber tenido antes el permiso
del Sumo Pontífice quedaba excomulgado (o sea, fuera de la Iglesia
Católica) y la misma pena o castigo decretó para todo el que sin
ser obispo se atreviera a nombrar a alguien de párroco.
Estos decretos produjeron
una verdadera revolución de todas partes. Todos los que habían
sido nombrados obispos o párrocos superiores de comunidades por
los gobernantes civiles sintieron que iban a perder sus cargos que
les proporcionaban buenas ganancias económicas y muchos honores
ante las gentes, y protestaron fuertemente y declararon que no
obedecerían al Pontífice. Y los gobernantes civiles sí que se
sintieron más, porque perdían la ocasión de ganar mucho dinero
haciendo nombramientos.
El primero en declarase en
revolución contra el Papa fue el emperador Enrique IV de Alemania
que ganaba mucho dinero nombrando obispos y párrocos. Enrique
declaró que no obedecería a Gregorio VII y que se declaraba contra
sus mandatos. Pero al Papa no le temblaba la mano y decretó
enseguida que Enrique quedaba excomulgado, y envió un mensaje a
los ciudadanos de Alemania declarando que ya no les obligaba
obedecer a semejante emperador. Esto produjo un efecto fulminante.
En toda la nación empezó a tramarse una revolución contra Enrique
y éste se sintió que iba a perder el poder.
Cuando Enrique IV se sintió
perdido se fue como humilde peregrino a visitar al Papa, que
estaba en el castillo de Canossa, y allá, vestido de penitente,
estuvo por tres días en las puertas, entre la nieve, suplicando
que el Sumo Pontífice lo recibiera y lo perdonara. Gregorio VII
sospechaba que eso era un engaño hipócrita del emperador, para no
perder su puesto, pero fueron tantos los ruegos de sus amigos y
vecinos que al fin lo recibió, le oyó su confesión, le perdonó y
le quitó la excomunión.
Y apenas Enrique se sintió
sin la excomunión se volvió a Alemania y reunió un gran ejército y
se lanzó contra Roma y se tomó la ciudad. El Papa quedó encerrado
en el Castillo de Santángelo, pero a los pocos días llegó un
ejército católico al mando de Roberto Guiscardo, lo sacó de allí y
lo hizo salir de la ciudad. El Papa tuvo que irse a refugiar al
Castillo de Salerno.
Mientras los enemigos del
Santo Pontífice parecían triunfar por todas partes, a Gregorio le
llegó la muerte, el 25 de mayo del año 1085. Sus últimas palabras
que se han hecho famosas fueron: "He amado la justicia y odiado la
iniquidad. Por eso muero en el destierro". Cuando él murió parecía
que sus enemigos habían quedado vencedores, pero luego las ideas
de este gran Pontífice se impusieron en toda la Iglesia Católica y
ahora es reconocido como uno de los Papas más santos que ha tenido
nuestra santa religión. Un hombre providencial que libró a la
Iglesia de Cristo de ser esclavizada por los gobernantes civiles y
de ser gobernada por hombres indignos.
San Gregorio VII: valeroso
defensor de nuestra santa religión: pídele a Dios que todos los
sacerdotes y obispos sean personas verdaderamente dignas y
santas.
Mas te ama el que te corrige
tus defectos, que el que te alaba por lo que no vale la pena. (S.
Biblia Proverbios).