28 de Mayo: San Felipe Neri, Fundador. Año 1595. San Guillermo, Duque. Año
812.
San Felipe
Neri
San Felipe nació en
Florencia, Italia, en 1515. Su padre se llamaba Francisco Neri.
Desde pequeño demostraba tal alegría y tan grande bondad, que la
gente lo llamaba "Felipín el bueno". En su juventud dejó fama de
amabilidad y alegría entre sus compañeros y amigos.
Habiendo
quedado huérfano de madre, lo envió su padre a casa de un tío muy
rico, el cual planeaba dejarlo heredero de todos sus bienes. Pero
allá Felipe se dio cuenta de que las riquezas le podían impedir el
dedicarse a Dios, y un día tuvo lo que él llamó su primera
"conversión". Y consistió en que se alejó de la casa del riquísimo
tío y se fue para Roma llevando únicamente la ropa que llevaba
puesta. En adelante quería confiar solamente en Dios y no en
riquezas o familiares pudientes.
Al llegar a Roma se
hospedó en casa de un paisano suyo de Florencia, el cual le cedió
una piecita debajo de una escalera y se comprometió a ofrecerle
una comida al día si él les daba clases a sus hijos. La habitación
de Felipe no tenía sino la cama y una sencilla mesa. Su
alimentación consistía en una sola comida al día: un pan, un vaso
de agua y unas aceitunas. El propietario de la casa, declaraba que
desde que Felipe les daba clases a sus hijos, estos se comportaban
como ángeles.
Los dos primeros años
Felipe se ocupaba casi únicamente en leer, rezar, hacer penitencia
y meditar. Por otros tres años estuvo haciendo estudios de
filosofía y de teología.
Pero luego por inspiración
de Dios se dedicó por completo a enseñar catecismo a las gentes
pobres. Roma estaba en un estado de ignorancia religiosa
espantable y la corrupción de costumbres era impresionante. Por 40
años Felipe será el mejor catequista de Roma y logrará transformar
la ciudad.
Felipe había recibido de
Dios el don de la alegría y de amabilidad. Como era tan simpático
en su modo de tratar a la gente, fácilmente se hacía amigo de
obreros, de empleados, de vendedores y niños de la calle y
empezaba a hablarles del alma, de Dios y de la salvación. Una de
sus preguntas más frecuentes era esta: "amigo ¿y cuándo vamos a
empezar a volvernos mejores?". Si la persona le demostraba buena
voluntad, le explicaba los modos más fáciles para llegar a ser más
piadosos y para comenzar a portarse como Dios quiere.
A aquellas personas que le
demostraban mayores deseos de progresar en santidad, las llevaba
de vez en cuando a atender enfermos en hospitales de caridad, que
en ese tiempo eran pobrísimos y muy abandonados y necesitados de
todo.
Otra de sus prácticas era
llevar a las personas que deseaban empezar una vida nueva, a
visitar en devota procesión los siete templos principales de Roma
y en cada uno dedicarse un buen rato a orar y meditar. Y así con
la caridad para los pobres y con la oración lograba transformar a
muchísima gente.
Desde la mañana hasta el
anochecer estaba enseñando catecismo a los niños, visitando y
atendiendo enfermos en los hospitales, y llevando grupos de gentes
a las iglesias a rezar y meditar. Pero al anochecer se retiraba a
algún sitio solitario a orar y a meditar en lo que Dios ha hecho
por nosotros. Muchas veces pasó la noche entera rezando. Le
encantaba irse a rezar en las puertas de los templos o en las
catacumbas o grandes cuevas subterráneas de Roma donde están
encerrados los antiguos mártires.
Lo que más pedía Felipe al
cielo era que se le concediera un gran amor hacia Dios. Y la
vigilia de la fiesta de Pentecostés, estando aquella noche rezando
con gran fe, pidiendo a Dios el poder amarlo con todo su corazón,
éste se creció y se le saltaron dos costillas. Felipe entusiasmado
y casi muerto de la emoción exclamaba: "¡Basta Señor, basta! ¡Que
me vas a matar de tanta alegría!". En adelante nuestro santo
experimentaba tan grandes accesos de amor a Dios que todo su
cuerpo de estremecía, y en pleno invierno tenía que abrir su
camisa y descubrirse el pecho para mitigar un poco el fuego de
amor que sentía hacia Nuestro Señor. Cuando lo fueron a enterrar
notaron que tenía dos costillas saltadas y que estas se habían
arqueado para darle puesto a su corazón que se había ensanchado
notablemente.
En 1458 fundó con los más
fervorosos de sus seguidores una cofradía o hermandad para
socorrer a los pobres y para dedicarse a orar y meditar. Con ellos
fundó un gran hospital llamado "De la Santísima Trinidad y los
peregrinos", y allá durante el Año del Jubileo en 1757, atendieron
a 145,000 peregrinos. Con las gentes que lo seguían fue propagando
por toda Roma la costumbre de las "40 horas", que consistía en
colocar en el altar principal de cada templo la Santa Hostia, bien
visible, y dedicarse durante 40 horas a adorar a Cristo
Sacramentado, turnándose las personas devotas en esta
adoración.
A los 34 años todavía era
un simple seglar. Pero a su confesor le pareció que haría inmenso
bien si se ordenaba de sacerdote y como había hecho ya los
estudios necesarios, aunque él se sentía totalmente indigno, fue
ordenado de sacerdote, en el año 1551.
Y apareció entonces en
Felipe otro carisma o regalo generoso de Dios: su gran don de
saber confesar muy bien. Ahora pasaba horas y horas en el
confesionario y sus penitentes de todas las clases sociales
cambiaban como por milagro. Leía en las conciencias los pecados
más ocultos y obtenía impresionantes conversiones. Con grupos de
personas que se habían confesado con él, se iba a las iglesias en
procesión a orar, como penitencia por los pecados y a escuchar
predicaciones. Así la conversión era más completa.
San Felipe quería irse de
misionero al Asia pero su director espiritual le dijo que debía
dedicarse a misionar en Roma. Entonces se reunió con un grupo de
sacerdotes y formó una asociación llamada el "Oratorio", porque
hacían sonar una campana para llamar a las gentes a que llegaran a
orar. El santo les redactó a sus sacerdotes un sencillo reglamento
y así nació la comunidad religiosa llamada de Padres Oratorianos o
Filipenses. Esta congregación fue aprobada por el Papa en 1575 y
ayudada por San Carlos Borromeo.
San Felipe tuvo siempre en
don de la alegría. Donde quiera que él llegaba se formaba un
ambiente de fiesta y buen humor. Y a veces para ocultar los dones
y cualidades sobrenaturales que había recibido del cielo, se hacía
el medio payaso y hasta exageraba un poco sus chistes y chanzas.
Las gentes se reían de buena gana y aunque a algunos muy seriotes
les parecía que él debería ser un poco más serio, el santo lograba
así que no lo tuvieran en fama de ser gran santo (aunque sí lo era
de verdad).
En su casa de Roma reunía
centenares de niños desamparados para educarlos y volverlos buenos
cristianos. Estos muchachos hacían un ruido ensordecedor, y
algunos educadores los regañaban fuertemente. Pero San Felipe les
decía: "Haced todo el ruido que queráis, que a mí lo único que me
interesa es que no ofendáis a Nuestro Señor. Lo importante es que
no pequéis. Lo demás no me disgusta". Esta frase la repetirá
después un gran imitador suyo, San Juan Bosco.
Una vez tuvo un ataque
fortísimo de vesícula. El médico vino a hacerle un tratamiento,
pero de pronto el santo exclamó: "Por favor háganse a un lado que
ha venido Nuestra Señora la Virgen María a curarme". Y quedó
sanado inmediatamente. A varios enfermos los curó al imponerles
las manos. A muchos les anunció lo que les iba a suceder en el
futuro. En la oración le venían los éxtasis y se quedaba sin darse
cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Muchas personas vieron
que su rostro se llenaba de luces y resplandores mientras rezaba o
mientras celebraba la Santa Misa. Y a pesar de todo esto se
mantenía inmensamente humilde y se consideraba el último de todos
y el más indigno pecador.
Los últimos años los
dedicó a dar dirección espiritual. El Espíritu Santo le concedió
el don de saber aconsejar muy bien, y aunque estaba muy débil de
salud y no podía salir de su cuarto, por allí pasaban todos los
días numerosas personas. Los Cardenales de Roma, obispos,
sacerdotes, monjas, obreros, estudiantes, ricos y pobres, jóvenes
y viejos, todos querían pedirle un sabio consejo y volvían a sus
casas llenos de paz y de deseos de ser mejores. Decían que toda
Roma pasaba por su habitación.
Empezó a sentir tales
fervores y tan grandes éxtasis en la Santa Misa, después de la
consagración, que el que le acolitaba, se iba después de la
elevación y volvía dos horas después y alcanzaba a llegar para el
final de la misa.
El 25 de mayo de 1595 su
médico lo vio tan extraordinariamente contento que le dijo:
"Padre, jamás lo había encontrado tan alegre", y él le respondió:
"Me alegré cuando me dijeron: vayamos a la casa del Señor". A la
media noche le dio un ataque y levantando la mano para bendecir a
sus sacerdotes que lo rodeaban, expiró dulcemente. Tenía 80
años.
El Papa lo declaró santo
en el año 1622 y las gentes de Roma lo consideraron como a su
mejor catequista y director espiritual.
San
Guillermo
Se desconoce la fecha del
nacimiento de Guillermo. De los pocos datos de su vida consta que
era conde de la ciudad de Tolouse, en Francia, y más tarde fue
nombrado duque de Aquitania por Carlomagno.
La fe y la cultura
cristiana fueron gravemente amenazadas por la invasión de los
árabes a Francia del Sur, en el año 793. Guillermo organizó la
formación de un ejército que con grandes sacrificios detuvo la ola
invasora de los musulmanes. No sólo esto, sino que preparó también
una contraofensiva.
No hubo muchos príncipes y
caballeros cristianos que acompañaran a Guillermo, porque creyeron
que las fuerzas limitadas de los cristianos no eran capaces de
realizar un ataque a las fuerzas invasoras. Pero él confiaba en la
ayuda de Dios y supo animar a sus tropas con tal fervor, que los
árabes tenían que retirarse.
Las crónicas refieren que
Guillermo de Aquitania ayudó más tarde a los católicos en España y
cooperó con su ejército en la reconquista de Barcelona en el 801.
Regresando a su patria, el duque se dedicó a reedificar su ducado
remediando las grandes destrucciones que había dejado la guerra,
particularmente en las pequeñas poblaciones y en el campo. El
emperador Carlomagno quiso dar a Guillermo otros terrenos en
recompensa por su lucha heroica, pero éste le manifestó su
intención de dejar el mundo y retirarse a la vida monástica. "No
quiero honores, ya que nada más cumplí con mi deber. Como los
árabes han sido definitivamente rechazados de nuestras tierras,
quiero ponerme ahora la armadura de Dios". En el año 806 se retiró
Guillermo al convento, que él mismo había fundado algunos años
atrás, vivió como fraile sencillo y buscó los trabajos más
humildes.
Murió el 28 de mayo de 812
y fue canonizado por el Papa Alejandro II.
El poeta Wolfram von
Escenbach, autor de la poesía de Pársifal, vio en Guillermo una de
las figuras ideales de un caballero cristiano. El ejemplo de
Guillermo de Aquitania movió en el tiempo de las Cruzadas a muchos
hombres nobles europeos a dejar la familia y la patria para luchar
y morir en Tierra Santa.
A pesar de los errores
históricos y abusos que hubo en las Cruzadas, no se puede negar
que luce también en esta época el auténtico ejemplo de heroicos
caballeros cristianos.
La fiesta de este
Guillermo (hay también otros santos con el mismo nombre) se
celebra, particularmente en Francia y Alemania, el 28 de
mayo.