10 de Junio: Beata Ana María Taigi, Año 1867.
Fuente: http://www.churchforum.org
Durante el siglo XIX una de
las mujeres más populares y de mayor fama de santidad en Roma, fue
Ana María Taigi, una sirvienta, esposa de un obrero.
Nació en 1729 en Siena
(Italia). Su padre quedó en la más absoluta pobreza y se fue a
vivir a Roma. La pusieron unos meses en la escuela, pero luego
llegó una epidemia de viruela y cerraron la escuela. Ella medio
aprendió a leer, pero no aprendió a escribir. Apenas medio
garrapateaba su firma y nada más. Su familia vivía en una mísera
casucha en un barrio pobre de Roma. El papá consiguió trabajo como
obrero.
Su padre desahogaba el mal
genio que le producía su extrema pobreza, insultándola sin
compasión. La mamá también la humillaba frecuentemente, y a la
pobre muchacha no le quedaba otro remedio que callar y ofrecer
todo por amor a Dios.
Aprendió a hacer costuras, y
trabajando en el almacén de dos señoras fabricaba ropa de señora,
y así ayudaba a conseguir la alimentación para su familia. Y
aunque sus padres, que en vez de conformarse con sus suerte, eran
cada día más irascibles y la trataban con extrema dureza, ella
tenía siempre la sonrisa en los labios, tratando de alegrar un
poco la amargada vida de su hogar. Su mayor consuelo y alegría los
encontraba en la oración.
Un día en la casa donde
trabajaba su padre, le avisaron que quedaba vacante un puesto de
sirvienta, y él llevó para allí a Ana María. Poco después la mamá
fue admitida allí también como sirvienta, y así la familia tuvo ya
una habitación fija y la alimentación segura. Ana María era una
excelente trabajadora y todos en la casa quedaron muy contentos
del modo tan exacto como cumplía sus labores.
Cuando Ana tenía 20 años y
era una joven muy hermosa, empezó a encontrarse cada semana con un
obrero de 28 años llamado Domingo Taigi que venía a traer mercado
a la familia donde ella trabajaba. Se enamoraron y se casaron. El
era tosco, malgeniado, y duro de carácter, pero buen trabajador, y
ella lo irá transformando poco a poco en un buen cristiano. En su
matrimonio tuvieron siete hijos.
Un día en que Domingo y Ana
María fueron a visitar la Basílica de San Pedro, un santo
sacerdote, el padre Angel, sintió que cuando ella pasaba por
frente a él, una voz en la conciencia le decía: "Fíjese en esa
mujer. Dios se la va a confiar para que la dirija espiritualmente.
Trabaje por su conversión, que está destinada a hacer mucho bien".
El padre grabó bien la imagen de Ana, pero ella se alejó sin saber
aquello que había sucedido.
Y he aquí que nuestra santa
empezó a sentir un deseo inmenso de encontrar algún buen sacerdote
que la dirigiera espiritualmente, para poder llegar a la santidad.
Estuvo en varios templos pero ningún sacerdote quería
comprometerse a darle dirección espiritual. Además era una simple
sirvienta analfabeta y llena de hijos. Pocas esperanzas podía dar
una mujer de tal clase.
Pero un día al llegar a un
templo vio a un padre confesando y se fue a su confesionario. Era
el padre Angel, el cual al verla llegar le dijo:
"Por fin ha venido, buena
mujer. La estaba aguardando. Dios la quiere guiar hacia la
santidad. No desatienda esta llamada de Dios". Y le contó las
palabras que había escuchado el día que la vio por primera vez en
la Basílica de San Pedro.
Desde entonces empieza para
Ana María una nueva vida espiritual. Bajo la dirección espiritual
del padre Angel comienza a llevar una vida de oración y
penitencia, pero por consejo de su director espiritual deja de
hacer ciertas penitencias que le hacían daño para la salud y se
dedica a cumplir aquel viejo lema: "La mejor penitencia es la
paciencia". En pleno verano bajo el calor más ardiente, hace el
sacrificio de no tomar bebidas refrescantes. Demuestra gran
paciencia cuando su marido estalla en arranques de mal genio.
Madruga para tener todo listo para sus hijitos que van a estudiar,
y se dedica con todo el esmero posible a educarlos lo mejor
posible. Sufre con admirable paciencia las burlas de muchas
personas que la tildan de "beata" y "besaladrillos",
etc.
Y sucede entonces algo muy
especial. Ana María empieza a ver el futuro en medio de un globo
de fuego que se le aparece. Y a su casa llegan a consultarle
personas de todas las clases sociales. Cardenales, sacerdotes,
obreros y gente de las más diversas profesiones. A unos anuncia lo
que les va a suceder y a otros lo que ya les sucedió. Y a todos da
admirables consejos, ella que ni siquiera sabe firmar.
Domingo Taigi dejó escrito:
"Cuando llegaba a mi casa la encontraba llena de gente desconocida
que venía a consultar a mi mujer. Pero ella tan pronto me veía,
dejaba a cualquiera, aunque fuera un monseñor o una gran señora y
se iba a atenderme, y a servirme la comida, y a ayudarme con ese
inmenso cariño de esposa que siempre tuvo para conmigo. Para mí y
para mis hijos, Ana María era la felicidad de la familia. Ella
mantenía la paz en el hogar, a pesar de que éramos bastantes y de
muy diversos temperamentos. La nuera era muy mandona y autoritaria
y la hacía sufrir bastante, pero jamás Ana María demostraba ira o
mal genio. Hacía las observaciones y correcciones que tenía que
hacer, pero con la más exquisita amabilidad. A veces yo llegaba a
casa cansado y de mal humor y estallaba en arrebatos de ira, pero
ella sabía tratarme de tal manera bien que yo tenía que calmarme
al muy poco rato. Cada mañana nos reunía a todos en casa para una
pequeña oración, y cada noche nos volvía reunir para la lectura de
un libro espiritual. A los niños los llevaba siempre a la Santa
Misa los domingos y se esmeraba mucho en que recibieran la mejor
educación posible".
Para llevarla a la santidad,
Dios le permitió muy fuertes sufrimientos, que ella ofrecía
siempre por la conversión de los pecadores. Por meses y años tuvo
que sufrir una gran sequedad espiritual y angustias interiores.
Antes de morir padeció siete meses de dolorosa agonía. Y a pesar
de todo su eterna sonrisa no desaparecía de sus labios. Sufrió la
pena de ver morir a cuatro de sus siete hijos. Además tuvo que
sufrir por las calumnias y murmuraciones de la gente.
De varias personas anunció
la fecha en que iban a morir y se cumplió exactamente. Anunció
también graves peligros y males que iban a llegar a la Santa
Iglesia Católica y en verdad que llegaron. Pidió a Dios y obtuvo
de El que mientras que ella viviera no llegara la peste del tifo
negro a Roma. Y así sucedió. A los ocho días de su muerte llegó a
Roma la terrible peste.
Murió el 9 de junio de 1867
a la edad de 68 años.
Por su intercesión se han
obtenido maravillosos milagros.
Su cuerpo se conserva
incorrupto en Roma.
Ana María: te pedimos
bendiciones para todas las madres de familia.
Que de tal manera brille
vuestro buen ejemplo que los demás al ver vuestras buenas obras
glorifiquen a Dios (Jesucristo).