12 de Junio: San Juan de Sahagún, Predicador. Año
1479.
Fuente: http://www.churchforum.org
Sahagún es una cuidad de
España, y allá nació nuestro santo en el año 1430.
Sus padres no tenían hijos y
dispusieron hacer una novena de ayunos, oraciones y limosnas en
honor de la Santísima Virgen y obtuvieron el nacimiento de este
que iba a ser su honor y alegría.
Educado con los monjes
benedictinos, demostró muy buena inclinación hacia el sacerdocio y
el señor obispo lo hizo seguir los estudios sacerdotales y después
de ordenado sacerdote lo nombró secretario y canónigo de la
catedral. Pero estos cargos honoríficos no le agradaban, y pidió
entonces ser nombrado para una pobre parroquia de
arrabal.
Después de varios años de
sacerdocio, sintió el deseo de especializarse en teología y se
matriculó como un estudiante ordinario en la Universidad de
Salamanca. Allí estuvo cuatro años hasta completar todos sus
estudios teológicos. Al principio era bastante desconocido pero un
día fue invitado a hacer el sermón en honor de San Sebastián,
patrono de uno de los colegios, y su predicación agradó tanto que
empezó a ser muy popular entre la gente de la ciudad.
Y sucedió que le sobrevino
una gravísima enfermedad con serio peligro de muerte y no había
más remedio que hacerle una difícil operación quirúrgica (y con
los métodos tan primarios de ese tiempo). Fue entonces cuando
prometió a Dios que si le devolvía la salud mejoraría totalmente
sus comportamientos y entraría de religioso. Dios le concedió la
salud y Juan entró de religioso agustino.
En el noviciado lo pusieron
a lavar platos y barrer corredores y desyerbar campos, y siendo
todo un doctor, lo hacía todo con gran humildad y total esmero.
Después lo pusieron a servir el vino a la comunidad, y todavía se
conserva la vasija con la cual hizo el milagro de que con un poco
de vino sirvió a muchos comensales y le sobró vino. En
cumplimiento de sus deberes, en penitencias, en obediencia y en
humildad, no le ganaba ninguno de los otros religiosos.
El convento de los padres
Agustinos en Salamanca tenía fama de gran santidad, pero desde que
Juan de Sahagún llegó allí, esa buena fama creció enormemente. Era
un predicador muy elocuente y sus sermones empezaron a transformar
a las gentes. En la ciudad había dos partidos que se atacaban sin
misericordia y el santo trabajó incansablemente hasta que logró
que los cabecillas de los partidos se amistaran y firmaran un
pacto de paz, y se acabaron la violencia y los
insultos.
Los biógrafos dicen que Fray
Juan era un hombre de una gran amabilidad con todos, devotísimo
del Santísimo Sacramento y muy amigo de dedicar largos ratos a la
oración. Las gentes cuando lo veían rezar decían: "parece un
ángel". El estudio que más le agradaba era el de la Sagrada
Biblia, para lograr comprender y amar más la palabra de Dios. A
veces gastaba todo el día visitando enfermos, tratando de poner
paz en familias desunidas y ayudando a gentes pobres y hasta se
olvidaba de ir a comer.
Algunos lo criticaban porque
en la confesión era muy rígido con los que no querían enmendarse y
se confesaban sólo para comulgar, sin tener propósito de volverse
mejores. Pero su rigidez transformó a muchos que estaban como
adormilados en sus vicios y malas costumbres. Confesarse con él
era empezar a enmendarse.
Otro defecto que le
criticaban sus superiores era que tardaba mucho tiempo en celebrar
la Santa Misa. Pero para ello había una explicación: y es que
nuestro santo veía a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía y al
verlo se quedaba como en éxtasis y ya no era capaz por mucho rato
de proseguir la celebración. Pero las gentes gustaban de asistir a
sus misas porque les parecían más fervorosas que las de otros
sacerdotes.
San Juan de Sahagún
predicaba muy fuerte contra los ricos que explotan a los pobres. Y
una vez un rico, amargado por estas predicaciones, pagó a dos
delincuentes para que atalayaran al santo y le dieran una paliza.
Pero cuando llegaron junto a él sintieron tan grande terror que no
fueron capaces de mover las manos. Luego confesaron muy
arrepentidos que los había invadido un temor reverencial y que no
habían sido capaces de golpearlo.
En un pueblo habló muy
fuerte contra los terratenientes que no pagaban lo debido a los
campesinos y desde entonces aquellos ricachones no le permitieron
volver a predicar en ese pueblo.
Sus preferidos eran los
huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos. Para ellos
recogía limosnas y buscaba albergues o asilos. A las muchachas en
peligro les conseguía familias dignas que les dieran sanas
ocupaciones y las protegieran.
Hizo frecuentes milagros, y
obtuvo con sus oraciones que a Salamanca la librara Dios, durante
la vida del santo, de la peste del tifo negro, que azotaba a otras
regiones cercanas. Un joven se cayó a un hondo pozo. Fray Juan le
alargó su correa y, sin saber cómo, salió el joven desde el
abismo, prendido de la tal correa. La gente se puso a gritar
"¡Milagro! ¡Milagro!", pero él se escondió para no recibir
felicitaciones.
Salamanca sufría un terrible
verano. El les anunció que con su muerte llegarían lluvias
abundantes. Y así sucedió: apenas murió, enseguida llegaron muy
copiosas y provechosas lluvias.
Y sucedió que un hombre que
tenía una amistad de adulterio con una mala mujer, al escuchar los
sermones de Fray Juan, se apartó totalmente de tan dañosa amistad.
Entonces aquella pérfida y malvada exclamó: "Ya verá el tal
predicador que no termina con vida este año". Y mandó echar un
veneno en un alimento que el santo iba a tomar. Desde entonces
Fray Juan empezó a enflaquecerse y a secarse, y en aquel mismo año
de 1479, el santo predicador murió de sólo 49 años.
A su muerte, dejaba la
ciudad de Salamanca completamente transformada, y la vida
espiritual de sus oyentes renovada de manera admirable.
Que Dios nos mande muchos
valientes predicadores como San Juan de Sahagún.
Dijo Jesús: El que pierda su
vida por mi en este mundo, la salvará para la vida eterna (Jn. 12,
25).