14 de Junio: San Juan Francisco Regis, Predicador y Misionero. Año
1640.
Fuente: http://www.churchforum.org
El Papa Pío XII llegó a
exclamar: "Un predicador que merece muy bien ser llamado Patrono
de las misiones populares es San Francisco Regis".
Francisco nace en 1597 de
familia acaudalada en Narbona, Francia y a los 19 años empieza a
no sentirse a gusto en la vida mundana. Siente aversión por los
placeres mundanales. Y súbitamente cae en la cuenta de que la
santidad no será conseguida por él si sigue viviendo entre las
gentes mundanas. Cerca de su ciudad había una abadía de monjes que
lo estimaban, pero a él le atraía más la Compañía de Jesús, porque
los Jesuitas se dedicaban más al apostolado entre el pueblo. Pidió
ser admitido entre los jesuitas y en su noviciado demostraba tal
fervor que uno de sus compañeros llegó a declarar: "Juan Francisco
se humilla él mismo hasta el extremo, pero demuestra por los demás
un aprecio admirable".
Siendo estudiante, el
compañero de habitación lo acusó ante el superior diciéndole que
Regis en vez de dormir lo suficiente pasaba muchas horas rezando
en la capilla. El Padre Rector le respondió: "No le impidas sus
devociones. No te opongas a sus comunicaciones con Dios. a mi me
parece que este joven es un santo y que un día nuestra Comunidad
celebrará una fiesta en su honor". Y esta respuesta resultó
profética.
A los 33 años fue ordenado
de sacerdote y al año siguiente lo destinaron a un trabajo que
estaba muy de acuerdo con sus aspiraciones y con su fuerte
constitución física: dedicarse a predicar misiones entre el
pueblo. Y se dedicó a este trabajo con tal energía que sus
compañeros exclamaban: "Juan Francisco hace el oficio de 5
misioneros". En 43 años de vida, 24 como religioso, diez como
sacerdote y 9 como misionero popular, logró inmensos éxitos y tuvo
el mismo calificativo en todos los sitios donde estuvo predicando:
"el santo".
A diferencia del estilo muy
elegante y rebuscado que se usaba entonces para predicar, el padre
Juan Francisco se dedicó a predicar de manera extremadamente
sencilla, con estilo directo, a veces hasta rayando en demasiado
ordinariote, pero que iba directamente al alma y con una
elocuencia y un fervor, que los pecadores no eran capaces de no
conmoverse al escucharle. Sus sermones atraían a las multitudes
formadas por católicos y herejes, gente buena y gente corrompida,
pobres y ricos, sabios e ignorantes. Le encantaba predicar a los
pobres, pero decía que con sus sermones había logrado convertir
también a muchos ricos.
Los oyentes comentaban:
"Este padre no dice solamente lo que sabe, sino que parece que lo
que está diciendo lo estuviera viendo". Al escucharle se conmovían
aun los corazones más indiferentes. Un predicador de fama fue a
escucharle, y después decía a sus colegas: "El Padre Juan
Francisco predica con extrema sencillez y convierte pecadores por
millares y nosotros que predicamos con tanta elegancia, ¿a quién
logramos convertir?".
Otro testigo afirmaba: "Lo
que a mí me admira es que un hombre de tan pobre presencia, con su
sotana llena de remiendos, diciendo lo que todos dicen, sin
adornos en su lenguaje, siendo a veces tan duro en su hablar,
tiene tan grande inspiración divina que uno no es capaz de
escucharle y seguir en paz con sus pecados".
Algunos doctores se
dirigieron al superior de los jesuitas diciéndole que el Padre
Regis predicaba muy burdamente. Que un modo de predicar así era un
deshonrar la altísima dignidad de predicador. Entonces el superior
provincial se fue con su secretario a escuchar un sermón del
santo, mezclados entre el pueblo. El superior quedó tan
profundamente impresionado por su predicación, que les dijo a los
acusadores: "Ojalá quisiera Dios que todos los misioneros
predicaran con toda unción como este sacerdote. El dedo de Dios
está aquí. Si yo viviera en esta región, no me perdería ni un solo
sermón de este padre".
Un párroco afirmaba: "En mi
parroquia, después de una misión predicada por el Padre Juan
Francisco, mis parroquianos cambiaron de tal manera, que a mí me
parecía que eran otras personas".
El Sr. Obispo lo envió a
misionar a una región que durante 40 años había sido invadida por
los calvinistas, y en la cual la corrupción de costumbres era
espantosa y el anticatolicismo era tan feroz que el mismo Sr.
Obispo no podía nunca aparecer por allí. Y el poder de convicción
del Padre Regis fue tan arrollador que las conversiones se obraron
por montones. Una de las más terribles calvinistas, al oír que el
santo sacerdote le preguntaba: "¿Y Ud. cuándo es que se va a
convertir?", sintió una fuerza de la gracia de Dios tan
avasalladora, que le respondió: "Pues, ¡me quiero convertir ahora
mismo!", y en verdad que dejó su mala vida pasada y empezó a vivir
como una buena católica.
Como con sus predicaciones
acababa con muchos vicios, aquellos que vieron afectados con esto
sus malos negocios, lo acusaron con calumnias ante el Sr. Obispo y
hasta en Roma. El padre sufrió mucho con esto, pero
afortunadamente Dios hizo que el secretario del obispo se diera
cuenta de las mentiras que le estaban inventando y le defendió
ante Monseñor, el cual escribió a Roma, hablando muy bien del gran
misionero.
Mientras tanto el santo
seguía misionando por las regiones más apartadas y de más difícil
acceso. Y las multitudes lo seguían. Los campesinos se encontraban
y el saludo que se daban era: "Vamos a escuchar al santo". Y en
las ciudades, los templos se llenaban hasta más no poder, y los
feligreses repetían: - Vayamos a oír al santo.
A muchísimas mujeres las
sacó de la vida corrompida y las encaminó hacia una vida virtuosa.
Los vicios que convirtió fueron incontables.
A las tres de la madrugada
estaba levantado. Pasaba la mañana confesando y predicando y la
tarde consiguiendo ayuda para los pobres. Muchas veces se olvidaba
de comer.
A dos ciegos les hizo
recobrar la vista. Con la imposición de las manos curó a muchos
enfermos. Su despensa daba y daba a los pobres y no se agotaba y
el milagro más grande que conseguía era convertir a los pecadores
de su mala vida.
Se fue a predicar una misión
a una región terriblemente fría y apartada. Por el camino lo
sorprendió una tempestad de nieve que le impidió continuar el
viaje y tuvo que pasar la noche en medio de terrible ventarrón y
en plena nieve. Y le sobrevino una pulmonía. Sin embargo así de
enfermo pronunció tres sermones el primer día de la misión y dos
el segundo día. Toda la mañana de este día la pasó confesando. En
ayunas celebró la misa a las dos de la tarde, y cuando se dirigió
a su confesionario para seguir su labor heroica, cayó
desmayado.
Lo llevaron a la casa cural
y poco antes de morir exclamó: "Veo a Nuestro Señor y a su
Santísima Madre que preparan un sitio en el cielo para mí". Y
luego exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu", y
murió. Era el año 1640.
Al visitar el sepulcro de
San Juan Francisco Regis, se propuso después el joven San Juan
Vianey, ser sacerdote, costara lo que costara. Es que los ejemplos
de su vida son admirables.
"Cuando un sacerdote o
un apóstol muere desgastado de tanto trabajar por extender el
reino de Dios, ese día la Iglesia ha conseguido un gran triunfo
para la eternidad. "(San Juan
Bosco)