23 de
Junio: San José Cafasso,
Confesor. Año 1860.
Fuente: http://www.churchforum.org
Este humilde sacerdote fue
quizás el más grande amigo y benefactor de San Juan Bosco y, de
muchos seminaristas pobres más, uno de los mejores formadores de
sacerdotes del siglo XIX.
Nació en 1811 en el mismo pueblo
donde nació San Juan Bosco. En Castelnuovo (Italia). Una hermana
suya fue la mamá de otro santo: San José Alamano, fundador de la
comunidad de los Padres de la Consolata.
Desde niño sobresalió por su
gran inclinación a la piedad y a repartir ayudas a los
pobres.
En el año 1827, siendo
Caffaso seminarista se encontró por primera vez con Juan Bosco.
Cafasso era de familia acomodada del pueblo y Bosco era de una
vereda y absolutamente pobre. Don Bosco narra así su primer
encuentro con el que iba a ser después su Benefactor, su defensor
y el que mejor lo comprendiera cuando los demás lo despreciaran:
"Yo era un niño de doce años y una víspera de grandes fiestas en
mi pueblo, vi junto a la puerta del templo a un joven seminarista
que por su amabilidad me pareció muy simpático. Me acerqué y le
pregunté: '¿Reverendo: no quiere ir a gozar un poco de nuestras
fiestas?'. Él con una agradable sonrisa me respondió: 'Mira,
amiguito: para los que nos dedicamos al servicio de Dios, las
mejores fiestas son las que se celebran en el templo'. Yo, animado
por su bondadoso modo de responder le añadí: 'Sí, pero también en
nuestras fiestas de plaza hay mucho que alegra y hace pasar ratos
felices'. Él añadió: 'Al buen amigo de Dios lo que más feliz lo
hace es el participar muy devotamente de las celebraciones
religiosas del templo'. Luego me preguntó qué estudios había hecho
y si ya había recibido la sagrada comunión, y si me confesaba con
frecuencia. Enseguida abrieron el templo, y él antes de despedirse
me dijo: 'No se te olvide que para el que quiere seguir el
sacerdocio nada hay más agradable ni que más le atraiga, que
aquello que sirve para darle gloria a Dios y para salvar las
almas'. Y de manera muy amable se despidió de mí. Yo me quedé
admirado de la bondad de este joven seminarista. Averigüé cómo se
llamaba y me dijeron: 'Es José Cafasso, un muchacho tan piadoso,
que ya desde muy pequeño en el pueblo lo llamaban -el
santito".
Cafasso que era un excelente
estudiante tuvo que pedir dispensa para que lo ordenaran de
sacerdote de sólo 21 años, y en vez de irse de una vez a ejercer
su sacerdocio a alguna parroquia, dispuso irse a la capital,
Turín, a perfeccionarse en sus estudios. Allá había un instituto
llamado El Convictorio para los que querían hacer estudios de
postgrado, y allí se matriculó. Y con tan buen resultado, que al
terminar sus tres años de estudio fue nombrado profesor de ese
mismo instituto, y al morir el rector fue aclamado para
reemplazarlo, y estuvo de magnífico rector por doce años hasta su
muerte.
San José Cafasso formó más
de cien sacerdotes en Turín, y entre sus alumnos tuvo varios
santos. Se propuso como modelos para imitar a San Francisco de
Sales y a San Felipe Neri, y sus discípulos se alegraban al
contestar que su comportamiento se asemejaba grandemente al de
estos dos simpáticos santos.
En aquel entonces habían
llegado a Italia unas tendencias muy negativas que prohibían
recibir sacramentos si la persona no era muy santa (Jansenismo) y
que insistían más en la justicia de Dios que en su misericordia
(rigorismo).
El Padre Cafasso, en cambio,
formaba a sus sacerdotes en las doctrinas de San Alfonso que
insiste mucho en la misericordia de Dios, y en las enseñanzas de
San Francisco de Sales, el santo más comprensivo con los
pecadores. Y además a sus alumnos sacerdotes los llevaba a visitar
cárceles y barrios supremamente pobres, para despertar en ellos
una gran sensibilidad hacia los pobres y desdichados.
Cuando el niño campesino
Juan Bosco quiso entrar al seminario, no tenía ni un centavo para
costearse los estudios. Entonces el Padre Cafasso le costeó media
beca, y obtuvo que los superiores del seminario le dieran otra
media beca con tal de que hiciera de sacristán, de remendón y de
peluquero. Luego cuando Bosco llegó al sacerdocio, Cafasso se lo
llevó a Turín y allá le costeó los tres años de postgrado en el
Convictorio. El fue el que lo llevó a las cárceles a presenciar
los horrores que sufren los que en su juventud no tuvieron quién
los educara bien. Y cuando Don Bosco empezó a recoger muchachos
abandonados en la calle, y todos lo criticaban y lo expulsaban por
esto, el que siempre lo comprendió y ayudó fue este superior. Y al
ver la pobreza tan terrible con la que empezaba la comunidad
salesiana, el Padre Cafasso obtenía ayudas de los ricos y se las
llevaba al buen Don Bosco. Por eso la Comunidad Salesiana ha
considerado siempre a este santo como su amigo y
protector.
En Turín, que era la capital
del reino de Saboya, las cárceles estaban llenas de terribles
criminales, abandonados por todos. Y allá se fue Don Cafasso a
hacer apostolado. Con infinita paciencia y amabilidad se fue
ganando los presos uno por uno y los hacía confesarse y empezar
una vida santa. Les llevaba ropa, comida, útiles de aseo y muchas
otras ayudas, y su llegada a la cárcel cada semana era una
verdadera fiesta para ellos.
San José Cafasso acompañó
hasta la horca a más de 68 condenados a muerte, y aunque habían
sido terribles criminales, ni uno sólo murió sin confesarse y
arrepentirse. Por eso lo llamaban de otras ciudades para que
asistiera a los condenados a muerte. Cuando a un reo le leían la
sentencia a muerte, lo primero que pedía era: "Que a mi lado esté
el Padre Cafasso, cuando me lleven a ahorcar" (Un día se llevó a
su discípulo Juan Bosco, pero éste al ver la horca cayó desmayado.
No era capaz de soportar un espectáculo tan tremendo. Y a Cafasso
le tocaba soportarlo mes por mes. Pero allí salvaba almas y
convertía pecadores).
La primera cualidad que las
gentes notaban en este santo era "el don de consejo". Una cualidad
que el Espíritu Santo le había dado para saber aconsejar lo que
más le convenía a cada uno. Por eso a su despacho llegaban
continuamente obispos, comerciantes, sacerdotes, obreros,
militares, y toda clase de personas necesitadas de un buen
consejo. Y volvían a su casa con el alma en paz y llena de buenas
ideas para santificarse. Otra gran cualidad que lo hizo muy
popular fue su calma y su serenidad. Algo encorvado (desde joven)
y pequeño de estatura, pero en el rostro siempre una sonrisa
amable. Su voz sonora, y encantadora. De su conversación irradiaba
una alegría contagiosa (que San Juan Bosco admiraba e imitaba
grandemente). Todos elogiaban la tranquilidad inmutable del Padre
José. La gente decía: "Es pequeño de cuerpo, pero gigante de
espíritu". A sus sacerdotes les repetía: "Nuestro Señor quiere que
lo imitemos en su mansedumbre".
Desde pequeñito fue
devotísimo de la Sma. Virgen y a sus alumnos sacerdotes los
entusiasmaba grandemente por esta devoción. Cuando hablaba de la
Madre de Dios se notaba en él un entusiasmo extraordinario. Los
sábados y en las fiestas de la Virgen no negaba favores a quienes
se los pedían. En honor de la Madre Santísima era más generoso que
nunca estos días. Por eso los que necesitaban de él alguna limosna
especial o algún favor extraordinario iban a pedírselo un sábado o
en una fiesta de Nuestra Señora, con la seguridad de que en honor
de la Madre de Jesús, les concedería su petición.
Un día en un sermón exclamó:
"qué bello morir un día sábado, día de la Virgen, para ser
llevados por Ella al cielo". Y así le sucedió: murió el sábado 23
de junio de 1860, a la edad de sólo 49 años.
Su oración fúnebre la hizo
su discípulo preferido: San Juan Bosco.
Antes de morir escribió esta
estrofa:
No será muerte sino un dulce
sueño para ti, alma mía, si al morir te asiste Jesús, y te recibe
la Virgen María.
Y seguramente así le sucedió
en realidad.
El Papa Pío XII canonizó a
José Cafasso en 1947, y nosotros le suplicamos a tan bondadoso
protector que logremos imitarlo en su simpática
santidad.