Puesta en estado de matrimonio con Enrique,
Duque de Polonia, igual suyo así en la soberanía como en la
piedad, movió a éste con sus ejemplos a cultivar las virtudes
propias de un príncipe cristiano. Por consejo de ella, su marido
fundó varios conventos de religiosas, y para construirlos llevaba
a los bandidos que estaban en las cárceles, y así les hacía ser
útiles a la patria.
Educó a sus hijos en el temor divino y logró que
todos vivieran arreglados a la Ley del Señor.
Alcanzó de su esposo licencia para vivir en castidad
y el buen Enrique, a imitación de su esposa, se obligó también a
guardarla. Casi treinta años vivieron estos consortes como
ángeles.
Los largos años de su vejez los empleó en fundar
conventos y en ayudar pobres. En los conventos pasaba muchas
temporadas viviendo como la más observante de las monjas. Oraba
sin intermisión y derramando su corazón cierta vez ante un
crucifijo, vio que, desclavando de la cruz la mano diestra, Jesús
le daba su bendición y oyó que le decía : "He escuchado tu
oración, alcanzarás lo que pidas".
Todo lo daba para los necesitados. Mortificaba su
cuerpo con sangrientas penitencias. Andaba descalza sobre la nieve
y los pies le sangraban. Llevaba un par de zapatos en la cintura
por si venía alguna persona, calzárselos y que así no se dieran
cuneta de la penitencia que hacía. Un día un sacerdote le dio un
par de zapatos nuevos y le dijo: "le pongo como penitencia el
llevarlos siempre puestos". Días más tarde la encontró descalza.
"¿No le dije que debía llevar los zapatos puestos?" Ella le
respondió: "Sí, los llevo puestos en un maletín que llevo a las
espaldas". Y los sacó de allí.
Aseguró doncellas, dotó monjas, amparó religiosas y
en el mundo, por su caritativa compasión, se constituyó deudora de
los desvalidos; pero especialmente se esmeró con trece pobres, que
en la honra de su Divino Jesús y sus doce apóstoles, agregó a su
familia y a los cuales llevaba siempre consigo, para servirles y
regalarles. Le llevó a la Santa gran
parte de su misericordia
la tribulación de aquellos miserables que, hallándose cargados de
deudas, no podían por su pobreza satisfacerlas; ella las pagaba,
los liberaba de ellas.
A una religiosa ciega la curó al imponerle las manos
y rezar por ella. A varias personas les anunció lo que les iba a
suceder en lo futuro. Ella misma supo con anticipación la fecha de
su muerte. Pidió la Unción de los enfermos, cuando no parecía
sufrir de enfermedad grave. Y en verdad que sí ya se iba a morir y
nadie lo imaginaba.
Amó tiernísimamente a María Santísima, de quien
traía siempre consigo una pequeña imagen que le cabía en el puño,
y fue caso prodigioso que habiendo muerto con ella en la mano, no
fue posible quitársela. Lo más admirable fue que, trasladándose el
cadáver después de muchos años, se le halló con la imagen
empuñada, y los dedos con los
que la tenía, incorruptos. Murió
el 15 de octubre de 1243 a los 65 años de edad.
Las grandes riquezas que le dejó su esposo las
repartió entre los pobres. En Polonia ha sido siempre muy estimada
por los católicos.
Santa Eduvigis: pídele al Señor que nosotros seamos
más generosos en compartir nuestros bienes con los
necesitados.
Quien da al pobre presta a Dios y Dios le
recompensará (S. Biblia).