17 de Octubre: San
Ignacio de Antioquía. Mártir. Año 107.
Fuente: www.churchforum.org
Ignacio significa: "lleno de
fuego" (Ingeus: fuego).
Nuestro santo estaba lleno de fuego de
amor por Dios.
Antioquía era una ciudad
famosa en Asia Menor, en Siria, al norte de Jerusalén. En esa
ciudad (que era la tercera en el imperio Romano, después de Roma y
Alejandría) fue donde los seguidores de Cristo empezaron a
llamarse "cristianos". De esa ciudad era obispo San Ignacio, el
cual se hizo célebre porque cuando era llevado al martirio, en vez
de sentir miedo, rogaba a sus amigos que le ayudaran a pedirle a
Dios que las fieras no le fueran a dejar sin destrozar, porque
deseaba ser muerto por proclamar su amor a Jesucristo.
Dicen que fue un discípulo
de San Juan Evangelista. Por 40 años estuvo como obispo ejemplar
de Antioquía que, después de Roma, era la ciudad más importante
para los cristianos, porque tenía el mayor número de
creyentes.
Mandó el emperador Trajano
que pusieran presos a todos los que no adoraran a los falsos
dioses de los paganos. Como Ignacio se negó a adorar esos ídolos,
fue llevado preso y entre el perseguidor y el santo se produjo el
siguiente diálogo.
¿Por qué te niegas a
adorar a mis dioses, hombre malvado?
No me llames
malvado. Más bien llámame Teóforo, que significa el que lleva a
Dios dentro de sí.
¿Y por qué no aceptas a mis dioses?
Porque ellos no son dioses. No hay sino un solo Dios, el
que hizo el cielo y la tierra. Y a su único Hijo Jesucristo, es a
quien sirvo yo.
El emperador ordenó entonces
que Ignacio fuera llevado a Roma y echado a las fieras, para
diversión del pueblo.
Encadenado fue llevado preso
en un barco desde Antioquía hasta Roma en un largo y penosísimo
viaje, durante el cual el santo escribió siete cartas que se han
hecho famosas. Iban dirigidas a las Iglesias de Asia
Menor.
En una de esas cartas dice
que los soldados que lo llevaban eran feroces como leopardos; que
lo trataban como fieras salvajes y que cuanto más amablemente los
trataba él, con más furia lo atormentaban.
El barco se detuvo en muchos
puertos y en cada una de esas ciudades salían el obispo y todos
los cristianos a saludar al santo mártir y a escucharle sus
provechosas enseñanzas. De rodillas recibían todos su bendición.
Varios se fueron adelante hasta Roma a acompañarlo en su gloriosos
martirio.
Con los que se adelantaron a
ir a la capital antes que él, envió una carta a los cristianos de
Roma diciéndoles: "Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las
fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un
mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los dientes de
las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor que le
tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a
hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí,
fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que
mi cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor
al Señor Jesús". ¡Admirable ejemplo!.
Al llegar a Roma, salieron a
recibirlo miles de cristianos. Y algunos de ellos le ofrecieron
hablar con altos dignatarios del gobierno para obtener que no lo
martirizaran. Él les rogó que no lo hicieran y se arrodilló y oró
con ellos por la Iglesia, por el fin de la persecución y por la
paz del mundo. Como al día siguiente era el último y el más
concurrido día de las fiestas populares y el pueblo quería ver
muchos martirizados en el circo, especialmente que fueran
personajes importantes, fue llevado sin más al circo para echarlo
a las fieras. Era el año 107.
Ante el inmenso gentío fue
presentado en el anfiteatro. Él oró a Dios y en seguida fueron
soltados dos leones hambrientos y feroces que lo destrozaron y
devoraron, entre el aplauso de aquella multitud ignorante y cruel.
Así consiguió Ignacio lo que tanto deseaba: ser martirizado por
proclamar su amor a Jesucristo.
Algunos escritores antiguos
decían que Ignacio fue aquel niño que Jesús colocó en medio de los
apóstoles para decirles: "Quien no se haga como un niño no puede
entrar en el reino de los cielos" (Mc. 9,36).
San Ignacio dice en sus
cartas que María Santísima fue siempre Virgen. Él es el primero en
llamar Católica, a la Iglesia de Cristo (Católica significa:
universal).