26 de Octubre Santa
Paulina Jaricot.
Fuente: www.churchforum.org
Fundadora de la Propagación
de la Fe. Año 1862.
En cada parroquia del mundo,
el tercer domingo de octubre se celebra el Día de las Misiones,
una fecha para ofrecer oraciones, sacrificios y limosnas por las
misiones y los misioneros de todo el mundo. Hoy vamos a hablar de
la joven a la cual se le ocurrió esa idea.
La idea feliz nació de una
simple charla con la sirvienta de la casa. Un día llegó Paulina
Jaricot de su trabajo, cansada y con deseos de escuchar alguna
narración que le distrajera amenamente. Y se fue a la cocina a
pedirle a la sirvienta que le contara algo ameno y agradable. La
buena mujer le respondió: "si me ayuda a terminar este trabajito
que estoy haciendo, le contaré luego algo que le agradará mucho".
La muchacha le ayudó de buena gana, y terminando el oficio la
cocinera se quitó el delantal y abriendo una revista de misiones
se puso a leerle las aventuras de varios misioneros que en lejanas
tierras, en medio de terribles penurias económicas, y con grandes
peligros y dificultades, escribían narrando sus hazañas, y
pidiendo a los católicos que les ayudaran con sus oraciones,
limosnas y sacrificios, para poder continuar con éxito su difícil
labor misionera.
En ese momento pasó por la
mente de Paulina una idea luminosa: ¿por qué no reunir personas
piadosas y obtener que cada cual obsequie dinero y ofrezca algunas
oraciones y algún pequeño sacrifico por las misiones y los
misioneros, y enviar después todo esto a los que trabajan
evangelizando en tierras lejanas? Y se propuso empezar a llevar a
cabo esa mima semana tan bella idea.
Paulina había nacido en la
ciudad de Lyon (Francia) y desde muy niña había demostrado un gran
espíritu religioso. Su hermano mayor sentía inmensos deseos de ser
misionero y (quizás por falta de suficiente información) le
pintaban las misiones como algo terrorífico donde los misioneros
tenían que viajar por los ríos sobre el cuello de terribles
cocodrilos y por las selvas en los hombros de feroces tigres. Esto
la emocionaba a ella pero le quitaba todo deseo de irse de
misionera. Sin embargo sentía una gran inclinación a ayudar a los
misioneros de alguna manera, y pedía a Dios que la iluminara. Y el
Señor la iluminó por medio de una simple lectura hecha por una
sirvienta.
De pequeñita aprendió que un
gran sacrificio que sirve mucho para salvar almas es el vencer las
propias inclinaciones a la ira, a la gula y al orgullo y la
pereza, y se propuso ofrecer cada día a Nuestro Señor alguno de
esos pequeños sacrificios.
Cuando en 1814 el Papa Pío
VII quedó libre de la prisión en la que lo tenía Napoleón, el
pueblo entero salió en todas partes a aclamarlo triunfalmente en
su viaje hacia Roma. Paulina tuvo el gusto de que el Santo Padre
al pasar por frente a su casa la bendijera y le pusiera las manos
sobre su pequeña cabecita. Recuerdo bellísimo que nunca
olvidó.
De joven se hizo amiga de
una muchacha sumamente vanidosa y ésta la convenció de que debía
dedicarse a la coquetería. Por varios meses estuvo en fiestas y
bailes y llena de adornos, de coloretes y de joyas (pero nada de
esto la satisfacía). Su mamá rezaba por su hija para que no se
fuera a echar a perder ante tanta mundanidad. Y Dios la
escuchó.
Un día en una fiesta social
resbaló con sus altas zapatillas por una escalera y sufrió un
golpe durísimo. Quedó muda y con grave peligro de enloquecerse.
Entonces la mamá le hizo este ofrecimiento a Dios: "Señor: yo ya
he vivido bastante. En cambio esta muchachita está empezando a
vivir. Si te parece bien, llévame a mí a la eternidad, pero a ella
devuélvele la salud y consérvale la vida".
Y Dios le aceptó esta
petición. La mamá se enfermó y murió, pero Paulina recuperó el
habla, y la salud física y mental y se sintió llena de vida y de
entusiasmo.
Poco después, un día entró a
un templo y oyó predicar a un santo sacerdote acerca de lo
pasajeros que son los goces de este mundo y de lo engañosas que
son las vanidades de la vida. Después del sermón fue a confesarse
con el predicador y éste le aconsejó: "Deje las vanidades y lo que
la lleva al orgullo y dedíquese a ganarse el cielo con humildad y
muchas buenas obras". Desde aquel día ya nunca más Paulina vuelve
a emplear lujosos adornos de vanidad, ni a gastar dinero en lo que
solamente lleva a aparecer y deslumbrar. Sus vestidos son
sumamente modestos, hasta el extremo que las antiguas amigas le
critican por ello. Ahora en vez de ir a bailes se va a visitar
enfermos pobres en los hospitales.
Y es entonces cuando nace la
nueva obra llamada Propagación de la fe. Son grupitos de 10
personas, las cuales se comprometen a dar cada una alguna limosna
para los misioneros, y ofrecer oraciones y pequeños sacrificios
por ellos. Paulina va organizando numerosos grupos (llamados
coros) entre sus amistades y las gentes de su alrededor y pronto
empiezan ya a recoger buenas ayudas para enviar a lejanas
tierras.
Su hermano, que se acaba de
ordenar de sacerdote, propone la idea de Paulina a otros
sacerdotes en París y a muchos les agrada y empiezan a fundar
coros de Propagación de la Fe. La idea se extendió rapidísimo por
toda la nación y las ayudas a los misioneros se aumentaron
inmensamente. Casi nadie sabía quién había sido la fundadora de
este movimiento, pero lo importante era ayudar a extender nuestra
santa religión.
Para poder conseguir más
oraciones con menos dificultad, Paulina formó grupitos de 15
personas, de las cuales cada una se comprometía a rezar un
misterio del rosario al día por los misioneros. Así entre todos
rezaban cada día un rosario completo por las misiones. Fue una
idea muy provechosa.
Paulina se fue a Roma a
contarle al Santo Padre Gregorio XVI su idea de la Propagación de
la Fe. El Sumo Pontífice aprobó plenamente tan hermosa idea y se
propuso recomendarla a toda la Iglesia Universal.
Al volver a Francia fue a
confesarse con el más famoso confesor de ese tiempo, el Santo Cura
de Ars. El santo le dijo proféticamente: "Sus ideas misioneras son
muy buenas, pero Dios le va a pedir fuertes sacrificios, para que
logren tener más éxito". Esto se le cumplió a la letra, porque en
adelante los sufrimientos e incomprensiones que tuvo que sufrir
nuestra santa fueron enormes.
Al principio recogía ella
misma las limosnas para las misiones, pero varios avivados le
robaron descaradamente. Entonces se dio cuenta de que debía dejar
esto a sacerdotes y laicos especializados que no se dejaran
estafar tan fácilmente.
Después recibió ayudas para
fundar obras sociales en favor de los obreros pobres, pero varios
negociantes sin escrúpulos la engañaron y se quedaron con ese
dinero. Paulina se dio cuenta de que Dios la llamaba a dedicarse a
lo espiritual, y que debía dejar la administración de lo material
a manos de expertos que supieran mucho de eso.
En 1862, después de haber
perdonado generosamente a todos los que la habían estafado y hecho
sufrir, y contenta porque su obra de la Propagación de la Fe
estaba ya muy extendida murió santamente y satisfecha de haber
podido contribuir eficazmente a favor de las misiones
católicas.
Veinte años después, en
1882, el Papa León XIII extendió la Obra de la Propagación de la
Fe a todo el mundo, y ahora cada año, el mes de octubre (y
especialmente en el tercer domingo de este mes) los católicos
fervorosos ofrecen oraciones, sacrificios y limosnas por las
misiones y los misioneros del mundo entero.
¡Gracias Paulina
Jaricot!.
La bendición de Dios será
siempre tu mejor recompensa (S. Biblia Ecl. 11,
22).