5 de Febrero . Santa
Agueda, virgen y mártir (año 251) San Felipe de Jesús, mártir
(1572 - 1597)
Fuente: www.churchforum.org
Santa Agueda, vírgen y
mártir (Año 251).
Agueda significa "la buena",
"la virtuosa".
Un himno latino sumamente
antiguo canta así: "Oh Agueda: tu corazón era tan fuerte que logró
aguantar que el pecho fuera destrozado a machetazos y tu
intercesión es tan poderosa, que los que te invocan cuando huyen
al estallar el volcán Etna, se logran librar del fuego y de la
lava ardiente, y los que te rezan, logran apagar el fuego de la
concupiscencia.".
Agueda nación en Catania,
Sicilia, al sur de Italia, hacia el año 230.
Como Santa Inés, Santa
Cecilia y Santa Catalina, decidió conservarse siempre pura y
virgen, por amor a Dios.
En tiempos de la persecución
del tirano emperador Decio, el gobernador Quinciano se propone
enamorar a Agueda, pero ella le declara que se ha consagrado a
Cristo.
Para hacerle perder la fe y
la pureza el gobernador la hace llevar a una casa de mujeres de
mala vida y estarse allá un mes, pero nada ni nadie logra hacerla
quebrantar el juramento de virginidad y de pureza que le ha hecho
a Dios. Allí, en esta peligrosa situación, Agueda repetía las
palabras del Salmo 16: "Señor Dios: defiéndeme como a las pupilas
de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que
me atacan, de los enemigos mortales que asaltan.
El gobernador le manda
destrozar el pecho a machetazos y azotarla cruelmente. Pero esa
noche se le aparece el apóstol San Pedro y la anima a sufrir por
Cristo y la cura de sus heridas.
Al encontrarla curada al día
siguiente, el tirano le pregunta: ¿Quién te ha curado? Ella
responde: "He sido curada por el poder de Jesucristo". El malvado
le grita: ¿Cómo te atreves a nombrar a Cristo, si eso está
prohibido? Y la joven le responde: "Yo no puedo dejar de hablar de
Aquél a quien más fuertemente amo en mi corazón".
Entonces el perseguidor la
mandó echar sobre llamas y brasas ardientes, y ella mientras se
quemaba iba diciendo en su oración: "Oh Señor, Creador mío:
gracias porque desde la cuna me has protegido siempre. Gracias
porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo que es malo y
dañoso. Gracias por la paciencia que me has concedido para sufrir.
Recibe ahora en tus brazos mi alma". Y diciendo esto expiró. Era
el 5 de febrero del año 251.
Desde los antiguos siglos
los cristianos le han tenido una gran devoción a Santa Agueda y
muchísimos y muchísimas le han rezado con fe para obtener que ella
les consiga el don de lograr dominar el fuego de la propia
concupiscencia o inclinación a la sensualidad.
Propósito: Digámosle a Dios:
"Señor, aquí están todas mis concupiscencias y malas
inclinaciones. Mi vida se puede convertir fácilmente en un
desorden. Toma en tus manos estas mis malas inclinaciones y
cálmalas y cúralas, tu que curaste las heridas de tu sierva Agueda
y le diste fortaleza para resistir al fuego. Creo que el poder y
la bondad de mi Dios podrán obtener lo que mis pobres fuerzas no
han logrado. Dios puede mejorar radicalmente mi personalidad.
¿Cuántas veces pondré en manos de Dios mis concupiscencias y malas
inclinaciones para que El las cure y las calme? ¿Cuántas veces
cada día?
San Felipe de Jesús, mártir
(1572 – 1597).
Felipe nació en la ciudad de
México el año 1572, hijo de honrados inmigrantes españoles. En su
niñez se caracterizó por su índole inquieta y traviesa. Se cuenta
que su aya, una buena negra cristiana, al comprobar las diarias
travesuras de Felipillo, solía exclamar, con la mirada fija en una
higuera seca que, en el fondo del jardín, levantaba a las nubes
sus áridas ramas: "Antes la higuera seca reverdecerá, que Felipe
llegue a ser santo" El chico no tenía madera de santo.
Pero un buen día entró en el
noviciado de los franciscanos dieguinos; más no pudiendo resistir
la austeridad, otro buen día se escapó del convento.
Regresó a la casa paterna y
ejerció durante algunos años el oficio de platero, si bien con
escasas ganancias; por lo que su padre, Alonso de las Casas, lo
envió a las islas Filipinas a probar fortuna. Felipe contaba ya
para entonces 18 años. Se estableció en el emporio de artes,
riquezas y placeres que era en esos tiempos la ciudad de
Manila.
Nuestro joven gozó por un
tiempo de los deslumbrantes atractivos de aquella ciudad, pero
pronto se sintió angustiado: el vacío de Dios se dejó sentir muy
hondo, hasta las últimas fibras de su ser; en medio de aquel
doloroso vacío, volvió a oír la tenue llamada de Cristo: "Si
quieres venir en pos de Mí, renuncia a ti mismo, toma tu cruz y
sígueme" (Mt. 16, 24).
Y Felipe volvió a tomar la
cruz: entró con los franciscanos de Manila y ahora sí tomó muy en
serio su conversión... oró mucho, estudió, cuidó amorosamente a
los enfermos y necesitados, y un buen día le anunciaron que ya
podía ordenarse sacerdote, y que, por gracia especial, esa
ordenación tendría lugar precisamente en su ciudad natal, en
México.
Se embarcó juntamente con
Fray Juan Pobre y otros franciscanos rumbo a la Nueva España; pero
una gran tempestad arrojó el navío a las costas de Japón, entonces
evangelizado, entre otros, por Fray Pedro Bautista y algunos
Hermanos de la provincia franciscana de Filipinas. Felipe se
sintió dichoso: ahora podría ahondar más en su conversión
esforzándose por convertir a muchos japoneses.
Las conversiones en Japón
aumentaban día a día; pero entonces estalló la persecución de
Taicosama contra los franciscanos y sus catequistas.
Nuestro Felipe, por su
calidad de náufrago hubiera podido evitar honrosamente la prisión
y los tormentos, como habían hecho Fray Juan Pobre y otros
compañeros de naufragio. Pero Felipe rechazó esa manera fácil de
rehuir su actividad. Quería convertirse siempre más a fondo, hasta
abrazarse del todo con la cruz de Cristo. Siguió, pues, hasta el
último suplicio a San Pedro Bautista y demás misioneros
franciscanos que desde hacía años evangelizaban el
Japón.
Felipe, juntamente con
ellos, fue llevado en procesión por algunas de las principales
ciudades para que se burlaran de él. Sufrió pacientemente que le
cortaran, como a todos los demás, una oreja, y, finalmente en
Nagasaki, en compañía de otros 21 franciscanos, cinco de la
Primera Orden y quince de la Tercera Orden, además de tres jóvenes
jesuitas, se abrazó a la cruz de la cual fue colgado, suspendido
mediante una argolla y atravesado por dos lanzas. Felipe fue el
primero en morir en medio de todos aquellos gloriosos mártires.
Sus últimas palabras fueron: "Jesús, Jesús, Jesús".
Felipe se había convertido
plena y totalmente a Cristo. Era el 5 de febrero de 1597. Cuenta
la leyenda que ese mismo día la higuera seca de la casa paterna
reverdeció de pronto y dio fruto. Felipe fue beatificado,
juntamente con sus compañeros de cruento martirio, el 14 de
septiembre de 1627, y canonizado el 8 de junio de 1862.
Felipe, el joven que supo
convertirse hasta dar la vida por Cristo, ha sido declarado
patrono de la Ciudad de México y de su
arzobispado.