29 de Noviembre. San
Gregorio, Taumaturgo. Año 268.
Fuente: www.churchforum.org
Se llama "taumaturgo" al que
hace muchos milagros. A este santo le pusieron ese nombre porque
según decía la gente, desde tiempos de Moisés, no se había visto a
un simple hombre conseguir tantos milagros como los que obtuvo
él.
Nació Gregorio cerca del Mar Negro, de una familia pagana.
Sus padres que eran de familia noble lo encauzaron hacia los
estudios de las leyes.
Cuando era joven tuvo que
viajar a Cesarea, en Palestina, a acompañar a una hermana, y allá
conoció al sabio más grande de su tiempo que era Orígenes, el cual
había puesto una escuela de teología en esa ciudad. Desde el
primer encuentro el sabio Orígenes se dio cuenta de que Gregorio
poseía unas cualidades excepcionales para el estudio y lo recibió
en su famosa escuela. Lo dedicó enseguida a que leyera todo lo que
los antiguos autores habían escrito acerca de Dios y el joven se
fue dando cuenta de que lo verdaderamente admirable y cierto
acerca de Dios es lo que dice la S. Biblia, y se convirtió al
cristianismo y se hizo bautizar.
Fascinado por la
personalidad de Orígenes, el joven Gregorio renunció a su antiguo
plan de dedicarse a la abogacía y se consagró totalmente a los
estudios religiosos. Más tarde dirá: "Cuando estábamos estudiando
nuestro maestro Orígenes era para nosotros como un ángel de la
guarda. Siempre cuidaba de nuestra alma con un interés increíble.
Parecía que cuando íbamos a sus clases el ángel guardián no tenía
nada que hacer porque el maestro Orígenes lo reemplazaba cuidando
amorosamente el alma de cada uno de nosotros. Nos guiaba por el
camino de la virtud no sólo con sus luminosas palabras sino con
los admirables ejemplos de su buen comportamiento" (¡Quisiera Dios
que los alumnos de hoy pudieran decir lo mismo de sus
maestros!)
El año 238 cuando ya
Gregorio terminó sus estudios hizo un hermoso discurso de
despedida a su gran profesor, alabando los métodos que Orígenes
tenía para educar. En este discurso, que aún se conserva, se
señalan ciertos datos de importancia para conocer como aquel sabio
se preocupaba no sólo de que sus alumnos fueran muy instruidos
sino también de que fueran sumamente virtuosos.
Al llegar a su patria, a su
ciudad Neocesarea del Ponto, fue nombrado obispo, y empezó
entonces una cadena incontable de milagros. San Gregorio de Nisa
al hacer el discurso fúnebre de nuestro santo, narra unos cuantos
como por ej. El poder tan extraordinario que tenía de expulsar los
malos espíritus. En cierta ocasión dos familias se peleaban a
muerte por un nacedero de agua. Viendo que la pelea no acababa
nunca, el santo le envió una bendición al nacedero y este se secó
y ya no hubo más peleas. La casa del obispo Gregorio estaba
siempre llena de gente aguardando en su puerta para que les diera
la bendición. Él los instruía en la religión y luego les obtenía
de Dios su curación. Y así con su predicación y sus milagros logró
aumentar enormemente el número de cristianos en aquella
ciudad.
San Gregorio Taumaturgo
necesitaba construir un nuevo templo porque el número de creyentes
había aumentado mucho, pero no tenía como terreno sino un cerro
abrupto. Y un día dijo: "Vamos a ver si es cierto lo que Jesús
dijo: "si tenéis fe, podréis decir a un monte: ¡quítate de ahí! –
y este obedecerá". Y se puso a rezar con mucha fe, y sobrevino un
terremoto y el cerro se derrumbó quedando allí una buena explanada
para construir el templo.
San Gregorio de Nisa y San
Basilio comentaban cómo su abuela Santa Macrina, que había
conocido a este santo les narraba que la vida de Gregorio era como
un retrato de lo que el evangelio dice que debe ser la vida de un
buen amigo de Dios; que nadie veía en él jamás un estallido de
cólera; que siempre sus respuestas eran sencillas: "si, si" o "no,
no", como lo manda el evangelio. Que su piedad era tan admirable
que al rezar parecía estar viendo al invisible".
Al estallar la persecución
de Decio en 250, San Gregorio aconsejó a los cristianos que se
escondieran para que no tuvieran peligro de renegar de su fe
cristiana por temor a los tormentos. Y él mismo ser retiró a un
bosque, acompañado de un antiguo sacerdote pagano, al cual él
había convertido al cristianismo.
Y sucedió que un infante fue
y avisó a la policía dónde estaban escondidos los dos. Y llegó un
numeroso grupo de policías y por más que requisaron todo el bosque
no lo lograron encontrar. Cuando la policía se fue, llegó el
informante y al verlos allí y darse cuenta de que por milagro no
los habían logrado ver los policías, se convirtió el también al
cristianismo.
San Gregorio se propuso
hacer que la religión fuera muy agradable para la gente y así en
las vísperas de las grandes fiestas organizaba resonantes
festivales populares donde todo el mundo estaba contento y alegre
sin ofender a Dios. Esto le atrajo la simpatía de la
ciudad.
Se ha hecho célebre en la
historia de la Iglesia la frase que dijo este gran santo poco
antes de morir. Preguntó: "¿Cuántos infieles quedan aún en la
ciudad sin convertirse al cristianismo?" Le respondieron: "Quedan
diecisiete", y él exclamó gozoso: "Gracias Señor: ese era el
número de cristianos que había en esta ciudad cuando yo llegué a
misionar aquí. En ese tiempo no había sino 17 cristianos, y ahora
no hay sino 17 paganos".
Poco antes de morir pidió
que lo enterraran en el cementerio de los pobres porque él quería
estar también junto a ellos hasta después de muerto.
Las gentes lo invocaban
después cuando había inundaciones y terremotos, y es que él con
sus oraciones logró detener terribles inundaciones que amenazaban
acabar con todo.
En verdad que en la vida de
San Gregorio Taumaturgo sí que se cumplió aquello que decía Jesús:
"Según sea tu fe, así serán las cosas que te sucederán". Quiera
Dios bendito y adorado darnos también a cada uno de nosotros una
gran fe que mueva montañas de dificultades. Amen.
Señor: Aumenta
nuestra fe.