24 de
Enero San Francisco de Sales, el santo de la
amabilidad.
Fuente: www.churchforum.org
Nació el 21 de agosto de
1567, en el Castillo de Sales. Morirá de sólo 56 años, pero su
vida es una de las más impresionantes y llenas de actividades
admirables.
La mamá, Francisca, antes de
que el niño naciera, vio en sueños que el oficio de su hijo sería
el de ir recorriendo los campos como un buen pastor recogiendo las
ovejas extraviadas y llevándolas otra vez al rebaño.
Desde niño ya en la escuela
va escribiendo y coleccionando las frases más bellas que
escucha.
El día de su Primera
Comunión se propuso hacer cada día una visita al Santísimo
Sacramento en el templo.
La primera frase completa
que sus padres recordaban haberle oído decir fue esta: "Mi Dios y
mi madre, me aman mucho".
La mamá lo formó en una gran
devoción a la Santísima Virgen, y esta devoción lo librará de
muchísimos peligros.
Su padre lo envió a París a
estudiar en el colegio de los nobles y ricos, pero él prefirió más
bien ir al colegio de los Padres Jesuitas porque allá formaban
mejor la personalidad y enseñaban más religión.
En París aprendió todas las
reglas del más exquisito trato social, y esto le servirá después
inmensamente para tratar a toda clase de personas.
Tenía muy buenas dotes
intelectuales y se propuso desde la infancia aprovechar al máximo
las cualidades que Dios le había dado.
Estudió mucho a San Agustín,
que es el mejor psicólogo que ha tenido la Iglesia, y de él
aprendió a comprender de manera maravillosa el alma humana. Los
jesuitas le enseñaron a apreciar enormemente la Sagrada Biblia, y
después en sus sermones y catequesis, todo lo enseñará a base de
Biblia.
A los 20 años sufrió la
temible tentación de la desesperación. Le parecía que se iba a
condenar. Perdió el apetito y el sueño y enflaqueció
impresionantemente. No hallaba qué hacer. Pero un día entró al
templo de nuestra Señora de las Victorias, y allí, junto a una
imagen de la Sma. Virgen, vio escrita esta bella oración:
"Acuérdate oh Madre Santa - que jamás se oyó decir - que alguno te
haya implorado - sin tu auxilio recibir. - Por eso con fe y
confianza - humilde y arrepentido - lleno de amor y esperanza -
este favor yo te pido". Rezó varias veces tan hermosa oración y de
un momento a otro sintió que la tentación de la desesperación se
alejaba misteriosamente. Toda su vida propagó y recomendó esa
oración. La hizo imprimir por miles y miles y la repartió por
todas partes a donde llegaba.
Más tarde en la Universidad
le repetirá la misma tentación, pero con el rezo a la Madre de
Dios, y leyendo los escritos de San Juan se convenció de que "Dios
es amor", y ya nunca volvió a sentir ese temor de condenarse. Esta
tentación le sirvió mucho para humillarse y para saber comprender
después a personas atormentadas por tentaciones muy
molestas.
En la Universidad de Padua
lo atacan varios estudiantes malos, para humillarlo por ser tan
piadoso. Pero como en París había aprendido muy bien el arte de la
esgrima, sacó su espada y los desarmó a todos y cuando los vio
derrotados les dijo: "Y agradezcan que soy creyente y por eso no
los hiero ni les hago mal".
Los estudiantes corrompidos
prepararon a una mujer impura para que con pretexto de visita de
estudios fuera a hacer pecar a Francisco. Este la hizo salir
huyendo avergonzada de haberse atrevido a tratar de hacer pecar a
un joven que prefería la muerte antes que ofender a
Dios.
Estos dos hechos se hicieron
muy conocidos en toda la ciudad, y en el día en que la Universidad
le confirió el doble doctorado en Derecho Civil y en Derecho
Canónico, el Rector lo elogió públicamente por tan valientes
actitudes.
En Padua tuvo la suerte de
ser dirigido por un sabio sacerdote de quien diría después: "Este
Padre es sumamente amable en su trato y en sus ideas". Una de las
frases preferidas de su director espiritual era ésta: "El buen
Dios nos dio un alma maravillosa en un cuerpo formidable. Nuestra
alma y nuestro cuerpo son dos creaciones valiosísimas de la
sabiduría de Nuestro Señor".
Como universitario conoció
un librito que lo iba a acompañar durante toda su vida. Se llama
"El Combate Espiritual". Por más de veinte años lo llevará en el
bolsillo y no pasará un día en que no lea alguna página de tan
hermoso libro. De él sacó muchas de las más bellas doctrinas que
enseñaba a la gente.
Renunció a ser Senador del
Reino y a un matrimonio muy brillante, con tal de ser sacerdote.
El día de su ordenación sacerdotal la gente vio su cabeza
iluminada con un resplandor impresionante. Este resplandor
aparecerá sobre su cabeza varias veces más en ocasiones muy
solemnes de su vida.
Tenía dos santos preferidos:
San Francisco de Asís y San Felipe Neri. De ellos aprendió a vivir
siempre alegre y a ser sumamente optimista.
El obispo lo envía de
misionero a una región donde no había sino protestantes. Era El
Chablais (se pronuncia Cablé). Allí las gentes lo rechazan de
manera feroz. Tiene que pasar las noches a la intemperie y dormir
en invierno amarrado a las ramas de los altos árboles con el
peligro de ser devorado por los lobos. Pero trata a todos con una
bondad tan admirable que las gentes no pueden menos que amarlo.
Cada madrugada pasa de casa en casa echando por debajo de la
puerta hojas impresas con las enseñanzas católicas. Y es tal su
oración, su sacrificio y su constancia y sabiduría para enseñar,
que a los pocos años logra convertir a los 72,000 protestantes de
esa región, los cuales se vuelven católicos fervorosos.
El Sumo Pontífice lo nombra
obispo y le hace él personalmente el examen para saber qué tanta
es su sabiduría. Francisco responde de manera tan inteligente las
preguntas del Santo Padre, que el Papa desciende de su trono y lo
abraza y lo estrecha cariñosamente sobre su corazón.
La amabilidad de este santo
llegó a ser tan admirable que San Vicente de Paúl exclamaba: "Oh
Dios mío, si Francisco de Sales es tan amable, ¿Cómo serás tú?".
(Ojalá leamos su biografía completa. Es formidable).
Parecía no cansarse de
predicar, de enseñar catecismo, de visitar enfermos y de repartir
ayudas a los pobres. Tenían que esconderle sus propias ropas
porque regalaba a los necesitados todo lo que tenía y quedaba
hasta sin ropa para cambiarse.
Fundó la Comunidad de La
Visitación, para religiosas y les puso un Reglamento tan suave y
bondadoso, que hasta las almas más débiles pueden
cumplirlo.
Fue un gran escritor. Sus
obras más famosas son: La Introducción a la vida devota, o
filotea, un libro que ha sido traducido a todos los idiomas
importantes del mundo y que ha hacho tan grande bien a quienes lo
leen que el Papa Pío XI decía: "Ninguna mujer católica que quiera
ser fervorosa, debería quedarse sin leer este bello libro de San
Francisco, La Filotea". Nuestro santo conocía como ningún otro la
psicología femenina y por eso las mujeres leen con inmenso
provecho sus escritos. Toda su vida sacerdotal la pasó dando
dirección espiritual a mujeres y lo que les decía personalmente,
lo escribió en ese librito formidable que se llama "Introducción a
la vida devota".
También publicó un libro que
lo hizo merecedor al título de "Doctor de la Iglesia". Ese libro
se llama "Tratado del amor de Dios". Y escribió más de mil cartas
espirituales.
Se propuso predicar y
escribir de manera tan sencilla que hasta las gentes más humildes
y pobres lo entendieran. Por eso sus libros y sermones han gustado
mucho.
En 20 años de obispo
transformó su diócesis. Y además fue encargado por el gobierno
civil de varias misiones diplomáticas difíciles.
En París fue considerado
como un predicador que transformaba a los oyentes. En esa capital
tuvo que predicar 180 sermones en tres meses. La gente decía:
"Este santo sacerdote no dice nada raro, pero sus palabras llegan
al corazón y lo convierten". El rey Enrique IV de Francia, el
Duque de Saboya y el Sumo Pontífice lo apreciaban enormemente. La
gente guardaba como reliquias los objetos que él empleaba para su
uso. Y todos se admiraban de su inalterable buen genio y de su
impresionante amabilidad. El decía que por veinte años su
principal propósito había sido: conservarse de buen genio y
alegre.
Muere el 28 de diciembre de
1621 cuando apenas tenía 56 años de edad. Los milagros que
empezaron a obtenerse por su intercesión fueron tan numerosos, que
el Santo Padre lo declaró santo cuando apenas hacía 40 años que se
había muerto.
San Juan Bosco fundó una
comunidad de religiosos y les puso por nombre "Salesianos", en
honor del amabilísimo San Francisco de Sales, a quien él admiraba
inmensamente.
San Francisco de Sales: tú
que fuiste el hombre más amable después de Jesucristo, alcánzanos
del buen Dios, la gracia de ser también nosotros mansos y humildes
de corazón como Cristo y como lo fuiste tú.
Jesús, manso y humilde de
corazón, haz nuestro corazón semejante al
tuyo.