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ACTO I: LUNES SANTO.
ESCENA: Es la mañana del lunes.
Jesús está otra vez en la casa de Marta y Maria en Betania, cerca de Jerusalén.
El Maestro comparte una comida con amigos y discípulos; y de repente, Maria se
levanta y comienza a ungir los pies de Jesús con un costosísimo perfume. Judas
protesta por éste gasto y pregunta: “¿Porqué éste perfume no fue vendido y el
dinero dado a los pobres?”. Jesús – imperturbable - lo acepta ecuánime, como
preparación para su cercano sepelio.
ACCIÓN: Saliendo de la casa, Jesús y sus discípulos se dirigen a la “Ciudad
Santa”. En el camino, el Maestro maldice una higuera por no tener el fruto
deseado. Su acto es meramente simbólico – una comparación de tanto follaje inútil
con el infructuoso “follaje” de las múltiples enseñanzas de los fariseos -. A
pesar de sus buenas esperanzas, éstas no producen el deseado fruto de corazones y
mentes abiertas y bien dispuestas al mensaje del Señor... Estos mismos fariseos
esperan al Señor en el templo, donde se inicia otra vez, las características
discusiones y disputas.
REFLEXIÓN: El incidente de la unción a Jesús – y la protesta de Judas – nos
mueve a pensar en la enigmática figura del traidor, cuyas quejas no vienen de un
corazón sincero, ni de un interés en los pobres. Más bien, surgen de un espíritu
egoísta que piensa sólo en lo personal y antepone lo práctico y lo material a lo
ideal e inmortal.
Hay muchos que son como Judas. Sus críticas ni vienen de honestos intereses,
sino de prejuicios, envidias, odios o intereses materiales y personales. Las
censuras de éstos llegan hasta la Iglesia y sus Ministros, por sus riquezas y sus
grandes edificios, en medio de tanta pobreza y necesidad. Sin embargo, muchas
veces tales individuos, son los últimos en mover un solo dedo para aliviar las
necesidades a su alrededor. Además, son los primeros en pasar por alto las
admirables instituciones y los movimientos eclesiásticos – dirigidos por
religiosos y seglares – que promueven obras de bien social. Nuestra misma
Arquidiócesis dirige toda clase de ayuda humanitaria por medio de muchas
organizaciones y movimientos de acción social. A través de los siglos, la Iglesia
– fiel al mandato de su Divino Fundador y en pos de sus pasos de honda compasión
– entra en todo campo de bien espiritual, social, cultural, educacional para dar
testimonio de Cristo y hacer más patente, tangible, Su presencia en el diario
caminar.
El auténtico cristiano, es el que movido por su fe, busca cómo servir a los
demás. Así que la higuera de su fe brota de los buenos frutos de una vida
ejemplar, en cada estación del año, lejos de aquel follaje inútil de puro
sentimentalismo y superficialidad.
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