Asunto: | [RedLuz] La via de la realizacion segun el Buddha | Fecha: | Jueves, 13 de Octubre, 2005 12:09:43 (-0500) | Autor: | Programa Interredes <redanahuak @...............mx>
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From: Pablo <kristalrune@...>
Date: Thu, 13 Oct 2005 02:43:52 -0300 (ART)
To: Askasis <askasis@...>
Subject: [askasis] la vía de la realización según el buddha
Hola Amigos, acá les mando otro artículo del "Grupo de Ur" que coordinaba
Julius Evola, quien muy probablemente sea quien escribió la introducción,
aunque lo importante aqui es el texto de los libros canónicos del budismo
que se transcriben Solo quisiera agregar que si a alguien le gusta lo que
lee, pues que se lo imprima y lo PRACTIQUE de nada sirve el conocimiento
teorico del budismo, a no ser que le interese la estupidez del pavo
mostrando sus plumas... pero esta simple guia para la practica puede ser de
Muchísmo provecho para quien la quiera asimilar
Salud
Kristalrune
LA VÍA DE LA REALIZACIÓN SEGÚN EL BUDDHA
Introducción
Ordenaremos aquí, siguiendo principalmente la traducción de De
Lorenzo-Neumann (ed. Laterza), algunos pasajes característicos de un texto
del antiguo canon budista, el Majhina-nikâjo, relativos a las disciplinas
que apuntan a la realización del nirvana. Esperamos no tener necesidad de
resaltar que el nirvâna no es la «nada», la aniquilación, sino uno de los
nombres para el estado incondicionado, el cual, siguiendo el mismo método de
la «teología negativa» occidental, es esencialmente indicado por el budismo
en función de aquello que no es. Tal como es dicho continuamente en los
textos, el estado de nirvâna sobreviene cuando son removidas la «manía», la
brama y la «ignorancia». El mismo es idéntico al estado de redespertar, y
«Buddha», como es sabido, no es un nombre, sino un atributo: significa
justamente «el Despertado».
La adquisición del nirvâna se identifica con la realización de la
«inmortalidad» en su significado absoluto y metafísico ya indicado. En
efecto resulta de toda la enseñanza originaria del budismo que una tal
realiza-ción implica el desapego total, la disolución del vínculo sea
humano, como divino, sea de este mundo, como de cualquier otro mundo, sea
del ser como del no-ser, si esto es comprendido como correlativo del ser. Se
vincula pues a una «sede», para la cual no hay ocaso, ni devenir, ni
nacimiento, ni muerte.
El budismo originario ha tenido una orientación esencialmente
ascético-contemplativa. El mismo corresponde a quien no tiene interés sino
por el estado desapegado de cualquier determinación, libre de cualquier
condicionamiento. Es en formas sucesivas, y sobre todo en la denomi-nada
«Vía del diamante y del fulgor» (Vajrayâna) que el budismo llegó a asumir
también una orientación «mágica», en el sentido particular dado por nosotros
a este término. Si en el Mhâyâna (el budismo de la escuela del Norte) se
superaba ya el dualismo entre nirvâna y samsâra, conci-biendo al uno y al
otro —es decir la existencia pura y la mundana que siempre deviene— como dos
aspectos de una realidad superior a la una y a a la otra, en el Vajrayâna el
ideal supremo no es sólo la posesión del estado incondicionado, sino,
juntamente con éste, de la saktí, de la po-tencia de toda manifestación.
Pero en los pasos que siguen no es cuestión de tales desarrollos. Se trata
en vez de disciplinas, de actitudes y de primeras realizaciones de un
desapego, susceptible, en un segundo momento, de ser utilizado sea en la
dirección «ascética», como en la «mágica», siendo presupuesto por la una
como por la otra en una vía regular y ordenada. Son pues indicadas:
1) Una faz de propiciación: abrirse a un sentido universal de simpa-tía y de
no-dualidad con las cosas y los seres.
2) Una disciplina del desapego y de firme, continua, presencia en sí. Se
trata de aislar y potencializar el acto puro de todo proceso conciente por
su contenido. En Occidente se ha llamado apercepción a la percep-ción
activa, particularmente conciente, que sin embargo en la experien-cia común
posee una parte casi obviable (percepción pasiva); es en vez en los procesos
de pensamiento profundo, de imaginación creadora, etc., que ella posee un
papel esencial. En el método budista se trata sobre todo de reforzar en
cualquier experiencia o acto esta conciencia. Es éste el medio para aislar,
finalmente, un elemento libre de todos los otros elementos de la vida y de
la conciencia que se encuentran sometidos a la ley de contin-gencia y de
mutabilidad del samsâra. Al existir ya en la experiencia común este
elemento-base para la nueva conciencia, la apercepción, la vía ini-ciada es
tal que, en materia de principio, quien tenga la constancia pue-de recorrer
un buen trecho con los propios medios.
3) Le siguen manifestaciones de poderes, de fuerzas trascendentes de la
personalidad, denominadas «redespertares», unidas a una extinción gradual
del elemento deseo, es decir del elemento pasivo y de «ignorancia» en cada
percepción.
4) En fin, son dadas las cuatro grandes contemplaciones (jhâna), las
resoluciones, interiorizaciones y simplificaciones graduales de la
especificación de la experiencia pura, que culminan en la Gran Liberación o
nirvana.
Se notará el estilo de las repeticiones, común a todo el antiguo canon
budista. Tales repeticiones son intencionales, tienden, según lo que se ha
dicho en el cap. I a conducir de la simple lectura hacia un cierto grado de
ritmización de las enseñanzas.
[N.deUr]
I
En lo interior de una selva, o bajo un gran árbol, o en un lugar solitario,
el discípulo se sienta con las piernas cruzadas y el cuerpo erecto.
Permaneciendo con ánimo amoroso él irradia hacia una dirección, luego hacia
una segunda, luego hacia la tercera, luego hacia la cuarta, así como también
hacia lo alto y hacia lo bajo. Reconociéndose en todo por doquier, él
irradia al mundo entero con ánimo amoroso, con vasto, profundo e infinito
ánimo, libre de odio y de rencor.
Con ánimo compasivo —con ánimo feliz—permaneciendo con ánimo inmóvil, él
irradia hacia una dirección, luego hacia una segunda, luego hacia la
tercera, luego hacia la cuarta, así también como hacia lo alto y hacia lo
bajo. Reconociéndose en todo por doquier, él irradia a todo el mundo con
ánimo compasivo, con vasto, profundo e ilimitado ánimo, libre de odio y de
rencor.
«Así es» —él comprende— «Está el noble y el vulgar, y hay una li-bertad, más
alta de esta percepción de los sentidos».
II
El discípulo vigila cerca del cuerpo sobre el cuerpo, incansable, con clara
conciencia, sensible, tras haber superado las bramas y los intereses por el
mundo. Conciente él aspira, conciente el expira. Si aspira profun-damente,
él sabe: «Aspiro profundamente»; si aspira brevemente él sabe: «Aspiro
brevemente». «Quiero aspirar sintiendo todo el cuerpo»: así él se ejercita.
«Quiero expirar sintiendo todo el cuerpo»; así él se ejercita. «Quiero
aspirar calmando esta combinación del cuerpo», «Quiero expirar calmando esta
combinación del cuerpo»: así él se ejercita. Así, casi como un hábil tornero
al tirar fuertemente, él sabe: «Yo tiro fuertemente», tirando lentamente él
sabe: «Yo tiro lentamente», de la misma manera el discípulo es conciente de
la aspiración larga o corta como de una aspiración larga o corta, de la
expiración larga o corta como de una expiración larga o corta.
Así él vigila dentro del cuerpo interior sobre el cuerpo, así él vigila
dentro del cuerpo exterior sobre el cuerpo, de adentro y de afuera él vigila
dentro del cuerpo sobre el cuerpo. Observa cómo el cuerpo se forma, cómo el
cuerpo se traspasa, observa cómo el cuerpo se forma y traspasa. «He aquí el
cuerpo»; este conocimiento se convierte en su sostén puesto que el mismo
sirve al saber, al autoconocimiento. El permanece independiente, no
bra-mando nada del mundo. Así él vigila al cuerpo dentro del cuerpo.
Y además: el discípulo cuando camina sabe: «Yo camino», cuando está sabe:
«Yo estoy»; cuando se sienta sabe: «Yo estoy sentado»; cuando yace sabe: «Yo
yazco». Cualquiera sea la postura en la cual se encuentre su cuerpo, de la
misma él es conciente.
Con clara conciencia él viene y va, con clara conciencia mira y reti-ra la
mirada, con clara conciencia se inclina y se levanta, con clara conciencia
lleva una vestimenta y una copa, con clara conciencia come y bebe, mastica y
gusta, con clara conciencia se vacía de heces y de orina, con clara
con-ciencia camina y permanece de pie y se sienta, se duerme y se
despier-ta, habla y calla.
Así él vigila dentro del cuerpo interior sobre el cuerpo, así él vigila
dentro del cuerpo exterior sobre el cuerpo, de adentro y de afuera él vigila
dentro del cuerpo sobre el cuerpo. Observa cómo el cuerpo se forma, cómo el
cuerpo se traspone, observa cómo el cuerpo se forma y se transpone, observa
cómo el cuerpo se forma y se transpone. «He aquí el cuerpo». Este
cono-cimiento se convierte en su sostén, puesto que el mismo sirve al saber,
a la autoconciencia. Permanece independiente, no bramando nada del mundo,
Así vigila el discípulo dentro del cuerpo sobre el cuerpo.
Y vigila el discípulo dentro de las sensaciones sobre la sensación. El sabe
cuando prueba una sensación placentera:
«Yo pruebo una sensación placentera»; sabe, cuando prueba una sen-sación
dolorosa: «Yo pruebo una sensación dolorosa»; sabe, cuando prueba una
sensación que no es ni placentera ni dolorosa: «Yo pruebo una sen-sación que
no es ni placentera ni dolorosa».
Vigila dentro del ánimo sobre el ánimo: conoce el discípulo el ánimo con
brama como con brama y el ánimo sin brama como sin brama, el ánimo hastiado
como ánimo hastiado y el ánimo no hastiado como ánimo no hastiado, el ánimo
ilusionado como ánimo ilusionado y el ánimo sin ilusión como sin ilusión, y
el ánimo recogido y el ánimo distraído, el ánimo que tiende hacia lo alto y
el ánimo de bajo sentir, el ánimo noble y el ánimo vulgar, el ánimo calmo y
el ánimo inquieto, el ánimo redimido y el áni-mo vinculado, todo ello tal
cual es, él, en tanto que con conciencia cla-ra, él lo conoce.
«En mí hay brama». «En mí no hay brama»; él observa cuando la brama comienza
a desarrollarse, observa cuando, convertida en manifiesta, ella es renegada,
observa cuando la brama que reniega de lo que vendrá no vuelve a resurgir.
«En mí no hay aversión». «En mí no hay acidia». «En mí no hay soberbia». «En
mí hay duda». «En mí no hay duda»: él observa cuando estos cinco
impedimentos comienzan a desarrollarse, observa cuando, convertidos en
manifiestos, son renegados, observa cuándo estos cinco renegados
impedimentos en el futuro no vuelven más a resurgir.
«He aquí la sensación». «He aquí el ánimo». «He aquí los impedimentos»;
estos conocimientos se convierten en sus sostenes, puesto que ellos sir-ven
al saber, a la autoconciencia. E1 permanece, independiente, no bra-mando
nada en el mundo. Así vigila el discípulo dentro de las sensaciones sobre la
sensación, dentro del ánimo sobre el ánimo, dentro de los cinco
impedimentos, en lo interno y en lo externo. Observa cómo se forman, cómo se
sobrepasan, observa cómo se forman y sobrepasan.
III
Y además también el discípulo vigila dentro de los fenómenos sobre la
manifestación de los siete redespertares. Cuando el saber en él está
despierto, sabe: «En mí el saber está despierto»; él se da cuenta cuando el
saber justamente se despierta y cuándo el saber, convertido en despierto,
con el ejercicio completamente se cumple. Del recogimiento -de la fuerza -de
la serenidad- de la calma- del hundimiento- de la ecuanimidad, él
igual-mente sabe cuando en él están despiertos, cuando en él están no
despiertos, cuando, convertidos en despiertos, con el ejercicio
completamente se cumplen.
Si él ahora distingue con la vista una forma, él no concibe alguna
inclinación, no concibe algún interés. Puesto que brama y aversión, dañi-nos
y nocivos pensamientos bien pronto superan a quien permanece con la vista no
vigilada, él espera esta vigilancia, él mira la vista, él vigila atentamente
sobre la vista.
Si él ahora oye con el oído un sonido, si él ahora huele con el olfato un
perfume, si él ahora gusta con el sentido del gusto un sabor, si él ahora
toca con el tacto un contacto, si él ahora se representa con el pensamiento
una cosa, si él no concibe alguna inclinación, no concibe algún interés.
Puesto que brama y aversión, dañinos y nocivos pensamientos muy pronto
superan a quien permanece con el pensamiento no vigilado, él espera esta
vigilancia, él mira el pensamiento, él vigila atentamente por sobre el
pensamiento.
Con el cumplimiento de este santo freno de los sentidos él prueba una íntima
e inalterada alegría.
Y él alcanza el maravilloso sendero producido por la intensidad, por la
constancia y por el recogimiento de la voluntad, el maravilloso sendero
producido por la intensidad, por la constancia y por el recogimiento de la
fuerza, el maravilloso sendero producido por la intensidad, por la
constancia y por el recogimiento del ánimo, el maravilloso sendero producido
por la intensidad, por la constancia y por el recogimiento del examen, y, en
quinto lugar, por el espíritu de héroe. Y este discípulo convertido así
quince veces en heroico, es capaz de la liberación, es capaz del
redespertar, es capaz de conseguir la incomparable seguridad.
IV
Bien alejado de bramas, bien alejado de cosas no saludables, en actitud
sensible, pensante, nacida de una paz, beata serenidad, el discípu-lo
alcanza el grado de la primera contemplación.
Tras el cumplimiento del sentir y del pensar, el discípulo alcanza la plena
calma serena, la unidad del ánimo, liberada de sentir y de pensar, la beata
serenidad nacida del recogimiento, el grado de la segunda contemplación.
Permaneciendo en serena paz, ecuánime, sabio, con conciencia clara, el
discípulo prueba en el cuerpo aquella felicidad de la cual los Ariya1
afirman: «El ecuánime sabio vive feliz»; así él alcanza el grado de la
tercera contemplación.
Tras el rechazo de las alegrías y de los dolores, tras la aniquilación del
júbilo y de las tristezas anteriores, el discípulo alcanza la no triste, no
alegre, ecuánime, sabia y perfecta pureza, el grado de la cuarta
contemplación.
Con tal ánimo firme, purificado, terso, esclarecido de escorias, maleable,
dúctil, compacto, incorruptible, él entonces endereza el ánimo a la
memoriosa cognición de anteriores formas de existencia: de una vida, luego
de dos, de tres, de cuatro, de cinco vidas; de diez, de veinte, de treinta,
de cuarenta, de cincuenta, de cien vidas, de mil, de cien mil, de épocas
duran-te las formaciones de mundos, transformaciones de mundos, formacio-nes
y transformaciones de mundos. «Allá era yo, tenía aquel nombre, pertenecía a
aquella familia, aquel era mi estado, aquel mi oficio; tal bien y tal mal yo
probé, así fue el fin de mi vida; atravesado desde allá entré yo de nuevo en
la existencia». Así él se acuerda de muchas y diferentes anteriores formas
de existencia, cada una con sus propias características, cada una con sus
especiales relaciones2. Esta ciencia en las primeras horas de la noche él
conquista en primer lugar, disipando la ignorancia, adquiriendo el
conocimiento, disipando la tiniebla, adquiriendo la luz, mientras así, en
serio, solícito y ferviente esfuerzo, él permanece.
Con tal ánimo firme, purificado, terso, simplificado, esclarecido de
escorias, maleable, dúctil, compacto, incorruptible, él endereza el ánimo
hacia el conocimiento del aparecerse y desaparecerse de los seres. Con el
ojo celeste, esclarecido, supraterreno, él ve a los seres desaparecer y
reaparecer, vulgares y nobles, bellos y no bellos, felices e infelices, él
reconoce cómo los seres reaparecen siempre según las acciones. Esta ciencia
en las medias horas de la noche él conquista en segundo lugar, disipan-do la
ignorancia, adquiriendo el conocimiento, disipando la tiniebla, adquiriendo
al luz, mientras así en serio, solícito y ferviente esfuerzo permanece.
Y además todavía: con completa superación de las percepciones de forma,
aniquilación de las percepciones reflejas, rechazo de las percepciones
múltiples, realizando el discípulo el pensamiento: «Ilimitado es el
espacio», se activa en el reino del espacio ilimitado.
Tras la completa superación de la ilimitada esfera del espacio, el discípulo
realizando el pensamiento: «Ilimitada es la conciencia», se activa en el
reino de la conciencia ilimitada.
Tras la completa superación de la ilimitada esfera de la conciencia, el
discípulo realizando el pensamiento: «Nada existe», se activa en el rei-no
del no-ente.
Tras la completa superación de la esfera del no-ente, el discípulo se activa
en el límite de las posibilidades de percepción.
Tras la completa superación del límite de las posibilidades de percepción,
el discípulo alcanza la disolución de la perceptibilidad, y la manía del
sabio vidente es destruida. Este ha enceguecido la naturaleza, ha destruido
su mirada, ha desvanecido la malignidad, ha huido a la red del mundo. El va
seguro, él está seguro, él se sienta seguro, yace seguro: en posesión de una
interior, inviolable vacancia, él permanece afuera del dominio del daño.
Puede operar mágicamente en diferentes maneras: siendo uno se convierte en
múltiple, siendo múltiple se convierte en uno, y así sucesivamente, teniendo
siempre el cuerpo en su poder hasta en los mundos de Brahmâ. Con el oído
celeste, esclarecido, sobrehumano, él capta las dos especies de sonidos: los
divinos y los humanos, lo lejanos y los cercanos. Casi como un hombre fuerte
repliega su brazo distendido o distiende su brazo ple-gado, así también él
aparece y desaparece donde quiere.
El ánimo del discípulo está ahora redimido de la manía del deseo, redimido
de la manía de la existencia, redimido de la manía del error. «En el
liberado se encuentra la liberación», este saber surge: «Exhausta es la
vida, cumplida la vida divina, operada la obra, no existe más este mun-do»,
él comprende entonces.
Esta es así llamada la horma del Cumplido, es llamada la patada del
Cumplido, es llamada la pisada del Cumplido, del Santo, del Perfecto
Despertado, el Probado de sabiduría y de vida, el Bienvenido, el Cono-cedor
del mundo, el incomparable Conductor del animal humano, el Maestro de los
dioses y de los hombres, el Despertado, el Sublime3.
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1 En los textos del budismo antiguo aparece siempre el término ariya
(sánscrito: aryâ), es decir "ario", "ariano". Es un eco de la antigua
concepción, según la cual un tal término designaba no sólo a una casta y a
una raza del cuerpo, sino sobre todo a una raza y a una superioridad del
espíritu. En los textos budistas antiguos son de-nominados ariya los Buddha
y sus discípulos.
2 Se trata aquí de la consecución de la «conciencia samsârica» que sigue a
la remoción del límite individual, operada por la anterior contemplación
cuatripartita, No es para nada una referencia a la «reencarnación». El
número hiperbólico de las vidas sirve al solo efecto de dar una mayor
sugestión al conjunto.
3 La ascesis budista, en todas sus partes ha sido objeto de una exposición
sistemática por J. Evola, La dottrina del risveglio, Milán, 1965. Acerca de
los desarrollos tántricos del budismo véase del mismo autor: Lo yoga della
potenza, Roma, 1969. (Hay trad. castellana).
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