El
viaje inverso
El
otro día te vi de lejos; sentí una ternura tan profunda que desde entonces
convivo con el recuerdo de aquel momento, y aún no sé si llena de satisfacción,
porque aún existes, o de tristeza por haberte abandonado.
Estabas
tan sonriente, tan libre que te temí. Ya sabes que soy propensa a temer la
felicidad, por eso no te he hecho mucho caso, pero también el hecho de saber que
estabas ahí me hace pensar que aún puedo recuperarte. Y eso me produce una
ilusión infinita.
Creo
que el pecado que he cometido contigo ha sido no darte salida. Ha pasado mucho
tiempo y aún estás como te recuerdo cuando lo que tú pensabas era importante
para mí, y, yendo más atrás, cuando lo único que tenía valor era lo que tú
pensabas, lo que tú deseabas. Pero tú, que eres pequeña, y que aún no has
empañado las ilusiones por las miserias de los pasos mal dados en la vida,
porque yo no te tuve a mi lado cuando tropecé, tal vez no sepas que cada uno de
esos tropezones era un dolor que hizo que me resintiera de tal manera que, lejos
de mirar la herida, tal vez por temor a no saber curarla, me llenó de
vendas.
Recuerdo
cómo las personas que nos regañaban nos hacían reír. Siempre encontrábamos un
motivo para que nada se convirtiera en problema, porque nosotras conocíamos
escondrijos que derivaban en la risa y la complicidad, eso sí, a escondidas, ya
que de algún modo intuíamos que si no era así podíamos buscarnos un problema
peor. Aún no sabía que la mayor ofensa ante determinados ataques era no sentirse
aludida. De todas formas asumíamos el gesto que la circunstancia imponía para
terminar cuanto antes y ese era nuestro escondrijo secreto para que nos dejaran
en paz y seguir a lo nuestro. Más tarde, cuando concebí conscientemente este
tipo de ofensa, me sentí mas tentada a proteger mi honra que a escaparme. Y pronto tuve que
empezar a preocuparme por mis heridas antes que por mis
deseos.
Supongo
que fue aquí cuando empezamos a perdernos de vista. Lo cierto es que, y me duele
reconocerlo, te olvidé. ¿Me olvidaste tu también? Yo creo que no, no tenías
porque. Tú eras capaz de tener cualquier recuerdo porque ninguno podía
constituir un problema en tu corazón tan limpio. Nosotras fuimos las dueñas de
nuestros propios pasos, y así, uno no tiene porqué olvidar. En todo caso,
simplemente olvida... Aunque tal vez no.
Tal
vez debiera contarte lo que fue de mí. No puedo. Nada de lo que fue es ahora.
Yo, querida niña, cuando te miro solo siento que si abriera la boca empañaría la
imagen grabada en mi memoria, y creo que es más importante dejarme, en su lugar,
impregnar por ella.
Así
que lo único que te contaré es que he tomado una decisión. Sé que tu me has
estado esperando, porque esperar no tiene por que ser una cuestión de hastío y
frustración estéril, así que he decidido que voy a ir en tu busca. Estoy
empezando a habilitar mi vida para que la vivas conmigo. Estoy limpiando la
casa, aprendiendo a cocinar y deshaciéndome de esos amigos para quien tu
pudieras ser molesta.
Sé
que el recorrido que tengo que hacer para llegar hasta ti y traerte de nuevo
conmigo ya lo conozco, y que lo tengo que andar en sentido inverso. Está lleno
de pedruscos, pero, ya ves, he perdido la habilidad para encontrar atajos. Tal
vez cuando al fin estemos juntas, tu me ayudes a inventar uno para que contigo
sea más divertido el regreso.
Es
probable que, hasta que te localice, dude alguna vez de que aún existas.
Probablemente necesite que me lo recuerdes. Sólo te pido que si te llamo, me
respondas. Tú sabes que hasta ahora nunca antes había hecho un viaje hacia mí
misma. Así que por favor, si es posible, asómate un poco detrás de los
kilómetros que aún me queden, cuando puedas.
(Relato extraído del libro "El final de la Circunferencia", de
Graciela Bárbulo)
www.gracielabarbulo.com