Asunto: | [RedLuz] Mentira de Estado | Fecha: | Miercoles, 5 de Septiembre, 2007 20:46:56 (+0200) | Autor: | Guillermo <guillermo @.....es>
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Artículo de opinión publicado en la Red Voltaire
La extraña muerte de la Princesa
Diana de Gales, diez años después
Francis Gillery: «Yo estudié el mecanismo
de la
mentira de Estado en el caso de la princesa Diana»
Por Thierry Meyssan
(Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en
París, Francia. Es el autor de La gran impostura y del Pentagate)
París, martes 4 de septiembre de 2007
El escritor y cineasta Francis Gillery investiga desde hace años
el caso de la princesa Diana, o más bien la forma como la razón
de Estado impuso una versión oficial y acalló toda opinión
diferente en cuanto a la muerte del compañero sentimental de la
princesa, el comerciante de armas Dodi Al-Fayed. En ocasión de la
difusión de su valiente film «Diana y los fantasmas del puente
de Alma» por el canal de televisión France 3, Francis Gillery
responde a las preguntas de Thierry Meyssan.
Red Voltaire: Durante la noche del 30 al 31 de agosto de 1997, un Mercedes
se estrelló contra una columna en el túnel del puente de
Alma, en París, resultando muertos el chofer de la limusina (Henri
Paul), los dos pasajeros (el comerciante de armas Dodi Al-Fayed y su amante
la princesa Diana), y gravemente herido el guardaespaldas de Dodi (Trevor
Rees-Jones). Las autoridades redujeron el hecho a la categoría de
un banal asunto de crónica roja: un accidente automovilístico
provocado por un chofer que había bebido. Sin embargo, diez años
más tarde, los fans de la princesa siguen teniendo la impresión
de que les están escondiendo algo y la reanudación de la
investigación por el lado británico no ha aclarado las numerosas
interrogantes que se mantienen en suspenso. El único testigo del
drama, Trevor Rees-Jones, quien hubiese podido aclararlo todo, se mantiene
en silencio y afirma haberse quedado amnésico. ¿Piensa usted
que un secreto se esconde detrás de todo este asunto?
Francis Gillery: La muerte de Dodi Al-Fayed nunca hubiera sido tema
para los medios de difusión de no haber estado Diana en su auto.
Es un caso que hubiera debido mantenerse en la sombra y en el que las
autoridades
francesas fueron obligadas a guardar silencio. A menudo existen «secretos
de Estado» en los que las negociaciones de todo tipo hablo de
manera general no se hacen públicas y obligan al Estado a hacer
concesiones. En el caso que nos ocupa, la posición francesa permitió
ciertamente resolver problemas de tipo comercial que tenían consecuencias
para Francia. Se escogió el silencio como medio de resolver esos
problemas.
Red Voltaire: ¿Había algo que negociar?
Francis Gillery: Yo creo que sí. Pero no desarrollé ese
aspecto en mi libro [1], ni en mi documental porque no quería entrar
en hipótesis ni especulaciones. Sólo quería llevar
al lector y al telespectador a plantearse interrogantes sobre esta historia
y sobre la manera en que fue montada.
Red Voltaire: Hace ya mucho tiempo que en los países anglosajones,
y desde hace cinco años en Francia, las autoridades aprendieron
a desacreditar cualquier cuestionamiento de sus propias declaraciones
clasificándolo
como «teoría del complot». ¿No se denunció
precisamente una «teoría del complot» precisamente entre
la gente que duda de la versión oficial de la muerte de la princesa
Diana?
Francis Gillery: Lo que me interesó fue precisamente esa forma
de desacreditar. Aunque toda investigación realmente científica
tiene ser precisamente contradictoria, lo que se hace es acusar de infamia
a todo el que pone en duda la versión inicial. Ese mecanismo de
prohibición de pensar, de desinformación, es justamente el
tema de mi estudio y la muerte de Diana es solamente uno de tantos casos.
En el caso de Diana, aparecieron inmediatamente dos versiones diferentes:
una oficial, de que fue un accidente automovilístico, y una versión
disidente de Mohamed Al-Fayed, el padre del difunto. Este habla de «complot»,
pero no en el sentido en que se entendió más tarde. [Mohamed
Al-Fayed] no entra en detalles pero da a entender que había sido
advertido de antemano. Sus declaraciones sugieren que este complot se extiende
al mundo de los negocios, de sus negocios. Mediante una pirueta de vocabulario
se complejizó el debate pasando del complot criminal a la «teoría
del complot», o sea a un intento irracional de explicar el orden
y los desórdenes del mundo mediante un actor oculto. A partir de
ahí, la gente razonable se aparta de la discusión.
Red Voltaire: Otro forma de desacreditar es la acusación de antisemitismo.
Si usted pone en duda la versión oficial, usted es un revisionista.
Francis Gillery: Varias veces han tratado de arrastrarme en ese sentido,
sobre todo cuando algunas personalidades me sugirieron, sin elemento alguno,
la pista del Mossad. Ese es un gran clásico de la manipulación.
Red Voltaire: La conclusión provisional de sus trabajos es que
no se trata de un accidente sino de un crimen, y que el objetivo no era
la princesa Diana sino su amante, el comerciante de armas Dodi Al-Fayed.
Eso no resulta muy glamoroso.
Francis Gillery: Por lo menos es prueba de que mi interés no
es de carácter mercantil. La focalización sobre el personaje
público de Diana dejó de lado toda reflexión sobre
la familia Al-Fayed. Nunca se investigó en esa dirección.
Los policías y los medios nunca hablaron de ella. Principalmente,
porque nadie hizo su verdadero trabajo. Los policías reconstituyeron
un accidente automovilístico y los periodistas reprodujeron esa
versión. Se vendieron muchos periódicos pero no se analizó
nada. Por el contrario, se obscureció el caso.
Para ser justo, hay que reconocer que algunas personas actuaron con
profesionalismo, pero sus voces se perdieron en medio de todo el estruendo.
Citemos, por ejemplo, a Peter Hounam, del Sunday Times, quien ya en 1998
mencionaba la pista de Dodi [2].
Es la excepción que confirma la regla. La jauría mediática
aceptó desde el principio la versión del accidente de tránsito.
Así que nadie se interesó por la causa de las muertes y,
por consiguiente, nadie sabe de qué murió Dodi Al-Fayed.
No se practicó ninguna autopsia. ¿Y por qué hacerla
si ya nos habían convencido de que se trataba de un accidente de
tránsito?
Este mecanismo de la versión inicial que se eleva al rango de
certeza y se convierte en algo sagrado se reproduce cada vez que está
en juego la razón de Estado. Tenemos que estudiarlo y entenderlo.
El caso de Diana es digno de estudio: fue su muerte lo que permitió
ocultar todo lo demás y lo que verdaderamente estaba en juego. Pero
es también debido a la muerte de ella que, diez años más
tarde, la gente sigue sin aceptar las mentiras oficiales y que todavía
se habla del asunto.
Red Voltaire: ¿El reciente informe de 800 páginas de Lord
Stevens no pone fin a la polémica?
Francis Gillery: No. El propio Lord Stevens tuvo además la prudencia
de precisar que se trata de un informe preliminar, aunque él no
tiene prevista la entrega de un informe conclusivo. No es más que
una larga declaración en la que se evitan los principales aspectos
del caso. Empezando por este: Dodi Al-Fayed no estaba en París de
paseo sino para asistir a un encuentro en particular con vistas a concluir
un contrato en particular.
Solo y sin recursos, yo logré reunir una cantidad de información.
No puedo creer que Scotland Yard, con una decena de investigadores trabajando
a tiempo completo y con medios considerables, no haya podido obtener esas
mismas informaciones en tres años de trabajo. Sin embargo, más
que ahondar en esas informaciones, lo que ha hecho Lord Stevens es diluirlas.
Por ejemplo, en mi primera película, Lady Died, yo mencioné
las confidencias que el fotógrafo James Andanson le hizo al escritor
Frederic Dard. Andanson confesaba que él había estado con
su Fiat Uno en el túnel del puente de Alma. Como Andanson apareció
muerto en circunstancias rocambolescas y Frederic Dard también falleció
después, se creó una comisión rogatoria para entrevistar
a su viuda y a su hija, que habían estado presentes en la conversación.
Ambas fueron interrogadas por separado, durante horas, y después
se estableció un careo entre ellas. Como las dos mantenían
sus testimonios, las cocinaron hasta que les hicieron decir que, como se
habían levantado para servir los platos durante la cena, quizás
ellas habían entendido mal la conversación y que sus testimonios
no se podían conservar. Pero el caso es que la familia Dard disponía
de personal doméstico que servir la mesa.
Lord Stevens descartó sistemáticamente los elementos que
le molestaban e ignoró los que no podía descartar. Por ejemplo,
está comprobado que el chofer perdió el control del vehiculo,
pero no se sabe por qué. Así que era importante analizar
la caja eléctrica y la computadora del auto. El informe Stevens
asegura que todo estaba en tan mal estado que no era posible. Evidentemente,
eso no es creíble.
Red Voltaire: En los días posteriores al accidente, me reuní
con un responsable de la inteligencia francesa que mencionó en mi
presencia la investigación paralela de los servicios del primer
ministro sobre la manera de operar de los asesinos. ¿Esas investigaciones
fueron incluidas en el expediente judicial?
Francis Gillery: Veo a qué se refiere usted. Pues no, esa investigación
se mantuvo en secreto. Por cierto, no fue la única. Además
de la Brigada Criminal, legalmente responsable del caso, la Brigada
Antiterrorista
también investigó por su cuenta. Y tampoco se sabe nada de
lo que encontró.
Red Voltaire: Se dice a menudo que los casos de ese tipo son imposibles
ya que para poder realizarlos y mantenerlos en secreto se necesitaría
gran cantidad de cómplices, lo cual implica un gran riesgo de que
alguien hable. ¿Hay investigadores que se hayan echado atrás
en cuanto a sus afirmaciones iniciales?
Francis Gillery: La mayoría de los funcionarios que han trabajado
en este caso lo conocen sólo parcialmente. Y para poder hablar hay
que tener una visión de todo el conjunto. Eso es todo.
Cuando un superior le dice a uno: «Nos quedamos en esto»,
uno no va más allá. Todo el mundo quiere actuar bien, en
interés del servicio, en interés del Estado. Nadie va a revelar
sus escrúpulos años más tarde. Nadie se va a poner
en peligro ni se va a poner al margen de sus propios colegas por transmitir
un mensaje sabiendo que este es parcial y poco útil mientras uno
actúe en solitario.
Quizás el ministro francés del Interior de aquel entonces,
Jean-Pierre Chevenement, haya pensado en hablar. En todo caso, él
seguramente sabía mucho más que un simple policía
y se disoció claramente de la versión que había contribuido
a propagar subrayando que se había fiado únicamente a lo
que le habían dicho sus servicios. Finalmente, no fue más
allá.
Red Voltaire: En todo caso, no hacen falta muchos funcionarios para
enterrar un caso. Los Estados disponen generalmente de algunos colaboradores
complacientes bien situados que se encargan de eso. ¿Quién
dirigió la investigación médico-legal?
Francis Gillery: La doctora Dominique Lecomte, y para los análisis
de sangre se subcontrató un laboratorio externo. Ese mismo médico
y esos mismos expertos fueron quienes afirmaron que el juez Bernard Borrel
se había suicidado en Djibouti, otro caso en el que intervino la
razón de Estado pero que hoy conocemos mejor. Sí, siempre
aparecen los mismos protagonistas cuando está en juego la razón
de Estado.
Insisto en el hecho de que los análisis de sangre no son serios.
Un primer análisis demostró que el chofer, Henri Paul, estaba
borracho. Pero también demostró que su sangre estaba saturada
de monóxido de carbono. De ser así, la sangre que analizaron
no podía ser la suya ya que, con tal concentración de monóxido
de carbono, el chofer ni siquiera hubiera podido mantenerse de pie, y mucho
menos ponerse al volante de un auto.
Sin embargo, un contraanálisis tuvo lugar, días después,
y los resultados fueron los mismos. Lo cual es ridículo ya que el
índice de alcoholemia tendría que haber disminuido al cabo
de varios días. Y nadie se molestó en respetar un protocolo
para la realización del contraanálisis: fueron los mismos
expertos quienes hicieron el análisis y la prueba de verificación
del primer análisis, la cual hicieron además teniendo aún
en su poder de las muestras anteriores.
Red Voltaire: En definitiva, el único que hubiera podido parar
esa farsa en el plano jurídico era Mohamed Al-Fayed. ¿Por
qué no lo hizo?
Francis Gillery: Desde el principio, él habló de un complot
criminal. Pero para ponerlo al descubierto hubiese tenido que sacar a la
luz sus propias actividades. Y el comercio de armas exige la mayor discreción.
Los que le rodean le aconsejaron, por consiguiente, que desviara la atención
hacia Diana. Y el acusó a la familia real. Se implicó tanto
con esa versión que ahora no puede decir la verdad.
Red Voltaire: Del otro lado, los rivales de la familia Al-Fayed podrían
estar interesados en revelar la verdad para exponer a la familia misma
a la luz pública. ¿Se reunió usted con Ashraf Marwan
[3], el otro gran negociante de armas egipcio antes de que se cayera de
un balcón de su casa, el 27 de junio pasado?
Francis Gillery: No. Durante mucho tiempo estuve tratando de hablar
con él, pero se negó. Yo sabía que él tenía
en su poder todas las claves del caso. Me enteré de su muerte leyendo
voltairenet.org. Eso me permitió comprobar de nuevo cómo
funciona la máquina mediática. Todo el mundo hablaba del
papel que desempeñó durante la Guerra de los Seis Días,
pero nadie, con excepción de ustedes, mencionaba su ocupación:
la de comerciante de armas.
Red Voltaire: Si las autoridades francesas ya impusieron una versión
de los hechos, ¿qué significa la difusión del documental
crítico realizado por usted a través de una televisión
pública francesa en el preciso momento en que hay una prescripción
sobre el caso?
Francis Gillery: No soy ningún ingenuo. Yo sé bien que
esto no sucede por casualidad. Es evidente que algo se está cocinando
aún, diez años después de ese drama.
[1] Lady died, por Francis Gillery, Ediciones Fayard (Francia), 2006.
[2] Qui a tué Diana?, por Peter Hounam y Derek McAdam, Timéli,
2006.
[3] «El comerciante de armas Ashraf Marwan se cae del balcón»
http://www.voltairenet.org/article151212.html
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