He dado casi mil
charlas sobre el medio ambiente en estos últimos quince
años, y después de cada charla, se reunía un grupo más
pequeño para hablar, hacer preguntas e intercambiar tarjetas
de negocios. Las personas que ofrecían sus tarjetas
trabajaban en los más prominentes asuntos actuales: cambio
climático, pobreza, deforestación, paz, agua, hambruna,
conservación, derechos humanos y más. Eran del mundo sin
lucro y no gubernamental, conocidos como la sociedad civil.
Cuidaban ríos y bahías, educaban a consumidores sobre la
agricultura sostenible, instalaban casas con paneles
solares, ejercían presiones en legislaturas del estado sobre
la contaminación, peleaban contra comercios de políticas
corporativas, trabajaban para poner más verdor dentro de las
ciudades, o enseñaban a los niños sobre el medio ambiente.
Simplemente trataban de salvaguardar la naturaleza y
garantizar la justicia.
A través de los años, las
tarjetas se fueron acumulando convirtiéndose en miles, y
cada vez que las miraba en bolsas dentro de mi ropero, se me
venía una y otra vez una pregunta: ¿se sabía cuántos grupos
eran? Al principio, solo fue curiosidad, pero poco a poco
creció en una corazonada de que había algo muy grande en
todo ello, un significativo movimiento social que eludía al
radar de la tendencia prevaleciente cultural.
Comencé a contar. Busqué registros del
gobierno de distintos países, y usé varios métodos para
calcular el número que había de grupos ambientalistas y de
justicia social mediante datos de padrones de impuestos,
hice un estimativo inicial de que existían treinta mil
organizaciones ambientalistas alrededor del globo; cuando
agregué organizaciones de justicia social e indigenistas, el
número excedió a cien mil. Luego investigué antiguos
movimientos sociales para ver si seguían siendo similares,
pero no encontré nada. Mientras más indagaba, más sacaba a
flote, y los números subían. Al tratar de levantar una
piedra, encontré expuesta la punta de una formación
geológica. Descubrí listas, índices y pequeñas bases de
datos que eran específicos de ciertos sectores o áreas
geográficas, pero ningún registro llegaba a describir la
amplitud del movimiento. Ahora creo que existen más de un
millón de organizaciones trabajando por la ecología
sostenible y por la justicia social. Quizás dos millones.
Por definición convencional, este no es
un movimiento. Los movimientos tienen líderes e ideologías.
La gente se une a movimientos, estudia sus dimensiones y se
identifica con un grupo. Lee la biografía de los fundadores
o lo escuchan dar discursos en una cinta o personalmente.
Los movimientos tienen seguidores, pero este movimiento no
funciona así. Es disperso, sin organización y ferozmente
independiente. No hay un manifiesto o doctrina, ni
autoridad.
Le busqué un nombre, y no lo encontré.
Éste es el
mayor movimiento social de toda la historia
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Históricamente, los
movimientos sociales han surgido principalmente debido a la
injusticia, desigualdades y corrupción. Estos infortunios
son legión, pero una nueva condición existe que no tiene
precedente alguno: el planeta tiene una enfermedad mortal
que está marcada por una degradación ecológica masiva y un
rápido cambio climático. Se me ocurrió que quizás estaba
viendo algo orgánico, o tal vez biológico. En lugar de un
movimiento en sentido convencional, ¿quizás es una respuesta
colectiva a una amenaza? ¿Está bifurcado por razones
inherentes a su propósito? ¿O simplemente es desorganizado?
Siguieron más preguntas. ¿Cómo funciona? ¿Cuán rápidamente
está creciendo? ¿Cómo se conecta? ¿Por qué generalmente se
lo ignora?
Después de estar
investigando este fenómeno durante años, inclusive creando
con mis colegas una base de datos global de estas
organizaciones, he llegado a estas conclusiones:
este es el mayor movimiento social de toda la
historia, nadie sabe su alcance, y el modo cómo
funciona es más misterioso de lo que uno se
imagina.
Lo que si se sabe es apremiante: millones de
personas comunes y corrientes y también no tan comunes están
dispuestas a enfrentar la desesperación, el poder, y las
probabilidades incalculables para instaurar algunas
semblanzas de gracia, justicia y belleza en este mundo.
Clayton Thomas-Müller habla en una reunión
comunitaria en la nación Cree sobre terrenos baldíos en su
tierra natal en Alberta del Norte, que tiene lagos tóxicos
tan grandes que se los puede ver desde el espacio exterior.
Shi Lihong, fundador de Wild China Films (Filmes China
Salvaje), hace documentales junto a su esposo sobre
migrantes desplazados por la construcción de los grandes
diques. Rosalina Tuyuc Velásques, miembro del pueblo Maya.
Kaqchikel, lucha para que rindan cuenta de las miles de
personas matadas por escuadrones de la muerte en Guatemala.
Rodrigo Baggio recupera computadoras desechadas de Nueva
York, Londres y Toronto y las instala en favelas del Brasil,
donde él y su equipo enseñan computación a los niños pobres.
La bióloga Janine Benyus habla a mil doscientos ejecutivos
en un foro de negocios en Queensland sobre el desarrollo
industrial inspirado biológicamente. Paul Kykes, un
voluntario de la sociedad Nacional Audubon, ha completado 52
veces de contar en Navidad pájaros en Little Creek,
Virginia, uniéndose a otras cincuenta mil personas que
lograron contar 70 millones de aves en un día. Sumita
Dasgupta dirigió a estudiantes, ingenieros, periodistas,
granjeros y Adivasis (un pueblo tribal) en una jornada de
diez días a través de Gujarat, explorando el renacimiento de
la antigua cosecha de agua de lluvia y de sistemas de
almacenamiento de agua que devolverá la vida a áreas en la
India fustigadas por la sequía. Silas Kpanan'Ayoung Siakor,
quien puso en evidencia conexiones entre la política
genocida del antiguo presidente Charles Taylor con la tala
ilegal de árboles en Liberia, y que ahora ha creado
políticas certificadas y sostenibles de madera.
Estos ocho, quienes quizás jamás se encuentren ni se
conozcan, son parte de una cadena que comprende cientos de
miles de organizaciones sin un centro, ni creencias
codificadas, ni un líder carismático. El movimiento crece y
se expande en cada ciudad y país. Virtualmente cada tribu,
cultura, idioma y religión forma parte de ello, desde los
Mongoles hasta los Uzbecks. Consiste en familias en la India
, estudiantes en Australia, granjeros en Francia, y los
desposeídos del Brasil, las bananeras de Honduras, los
“pobres” de Durban, aldeanos de Irian Jaya, tribus indígenas
en Bolivia y esposas en el Japón. Sus líderes son granjeros,
zoólogos, zapateros y poetas.
El movimiento no puede
ser dividido porque está constituido de muchas partículas –
pequeños pedazos unidos holgadamente. Forma, junta y disipa
rápidamente. Muchos adentro y afuera lo creen sin poder,
pero se sabe que ha podido bajar a gobiernos, compañías y a
líderes, atestiguando, informando y agrupando masas.
El movimiento tiene tres raíces básicas: los
movimientos del medio ambiente y de justicia social,
resistencia a la globalización de culturas indígenas – todas
las cuales se entrelazan. Surge espontáneamente desde
distintos sectores económicos, culturas, regiones y grupos,
dando por resultado un movimiento global insertado, sin
clases y diverso, que se propaga mundialmente sin excepción.
En un mundo demasiado complejo para ideologías opresoras, la
misma palabra movimiento podría ser muy limitada, porque es
la mayor unificación de ciudadanos en la historia.
Describir la
magnitud del movimiento es como tratar de agarrar el
océano en tu mano
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Existen institutos de investigación,
agencias de desarrollo comunitario, organizaciones de aldeas
y de ciudadanos, corporaciones, redes, grupos basados en la
fe, consorcios y fundaciones. Defienden yendo en contra de
la política corrupta y del cambio climático, la muerte de
océanos, la indiferencia gubernamental y la pobreza
pandémica, la forestación industrial y la agricultura, el
agotamiento de la tierra y del agua.
Describir la magnitud del movimiento es
como tratar de agarrar el océano en tu mano. Así de grande
es. Cuando se eleva una parte sobre el nivel del agua, el
témpano de hielo sumergido permanece oculto. Cuando Wangari
Maathai ganó el Premio Nóbel de la Paz , las historias en la
prensa no mencionaron la red de seis mil diferentes grupos
de mujeres en África que plantan árboles. Cuando escuchamos
sobre un derrame químico en un río, nunca se menciona que
más de cuatro mil organizaciones en Norteamérica han
adoptado un río, un arroyo o riachuelo. Leemos que la
agricultura orgánica es el sector de crecimiento más rápido
en las granjas de Norteamérica, Japón, Méjico y Europa, pero
no se sabe de más de tres mil organizaciones que educan
sobre la agricultura sostenible a granjeros, a compradores y
a legisladores.
Esta es la primera vez en la
historia que un gran movimiento social no está unido por un
“ismo”. Lo que lo une son ideas, no ideologías. La gran
contribución de este movimiento sin nombre es la ausencia de
una gran idea; más bien ofrece miles de ideas prácticas y
útiles. En lugar de “ismos” existen procesos, interés y
compasión. El movimiento demuestra un lado flexible,
resonante y generoso de la humanidad.
Y es imposible detectarlo. Las
generalidades son bastante inexactas. Es no-violento, y
pertenece a la gente de a pié; no tiene bombas, ejércitos o
helicópteros. No está a cargo ningún hombre carismático. El
movimiento no está de acuerdo con todo, y jamás lo estará,
porque entonces sería una ideología. Pero comparte un
entendimiento básico sobre la Tierra , de cómo funciona, y
de la necesidad de la justicia y equidad para todas las
personas que comparten los sistemas dadores de vida del
planeta.
La promesa de este movimiento sin
nombre es ofrecer soluciones a lo que parecieran ser dilemas
indescifrables: pobreza, cambio global climático,
terrorismo, degradación ecológica, polarización de ingresos,
pérdida de cultura. No se lo sobrecarga con el síndrome de
tratar de salvar el mundo; está procurando rehacer el mundo.
Aquí hay ferocidad. No existe otra
explicación por ese crudo coraje y corazón que se ve una y
otra vez entre la gente que marcha, habla, crea, resiste y
construye. Es la ferocidad de lo que significa saber que
somos humanos y que queremos sobrevivir.
Este
movimiento es implacable y valeroso. No se puede apaciguar,
pacificar ni reprimir. No puede repetirse un Muro de Berlín,
ninguna firma de tratado, ni ninguna mañana que despierte
cuando los súper poderes acepten bajar la guardia. El
movimiento continuará tomando una miríada de formas. No
descansará. No habrá ningún Marx, Alejandro o Kennedy.
Ningún libro puede explicarlo, nadie puede representarlo, no
hay palabras que lo comprendan, porque el movimiento es el
testamento de la respiración sensible del mundo viviente.
Y yo creo que va a prevalecer. No
quiero decir vencer, conquistar, o causar daño a otro.
Quiero decir que el pensamiento que informa la meta del
movimiento – de crear una sociedad justa conducente a la
vida en la Tierra – imperará. Pronto se extenderá y
difundirá en la mayoría de las instituciones. Pero antes que
eso, cambiará un número suficiente de personas para así
comenzar el cambio de rumbo de siglos de frenética
auto-destrucción.
La inspiración no se acumula
mediante letanías de lo que está imperfecto; reside en la
voluntad de la humanidad para restablecer, reformar,
recuperar, re-imaginar y reconsiderar. Sanar las heridas de
la Tierra y de su gente no requiere santidad ni partido
político. No es una actividad ni liberal ni conservadora. Es
un acto sagrado.
 Paul Hawken es autor de
Capitalismo Natural, la Ecología del Comercio, y Generando
un Negocio; él es director del Natural Capital Institute y
fundador de las herramientas de jardín Smith and Hawken ( www.paulhawken.com
). Creó una página web www.wiserearth.org , la
primera en línea con base de datos que puede ser editada por
la comunidad que sirve – un formato de Código Abierto
para ayudar a que el movimiento se conecte y todos puedan
colaborar entre sí.
(Este extracto apareció primero en la revista
Orion: www.orionmagazine.org
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