Nunca insistiremos lo suficiente en señalar que
lo que el común de la gente llama "parapsicología", poco tiene que ver con lo
que originalmente (cuando Max Dressoir instituyó el término allá por 1892)
significaba, así como la Parapsicología de Rhine (2) pocas correspondencias
tiene con lo que hoy hacemos los parapsicólogos. Reconocer esta situación es
fundamental, no sólo a la hora de tener un panorama más completo de los alcances
de esta apasionante y polémica disciplina (ya veremos por qué no sé si decir
"ciencia") sino para comprender las múltiples contradicciones y el lento
desenvolvimiento institucional y social de la misma.
Lo paranormal no es lo parapsicológico
En general se suele emplea la
expresión "fenómenos paranormales", como sinónimo de "fenómenos
parapsicológicos". Ocurre, sin embargo, que si bien uno de esos términos engloba
al otro, no funciona la expresión a la recíproca. Podemos enunciarlo diciendo:
"Todo fenómeno parapsicológico es paranormal, pero no todo fenómeno
paranormal es parapsicológico".
Fenómenos como la telepatía,
la clarividencia, la telekinesis, son "parapsicológicos" (producidos por la
psiquis, pertenecen a un campo de estudio ajeno a la psicología ordinaria) y
también "paranormales" (3). La energía de las pirámides (que investiga y aplica
también el parapsicólogo) es "paranormal", en tanto y en cuanto no corresponde
al campo de las energías conocidas por la Física, pero no es "parapsicológica",
porque ni es producida por la mente, ni depende del hecho que el experimentador
a priori "crea" o no en la producción del fenómeno, e incluso ni siquiera
sea conciente que el mismo se está llevando a cabo.
En consecuencia,
graficaríamos esto diciendo que existe un gran conjunto A de fenómenos
paranormales, dentro del cual se encuentra un subconjunto B de fenómenos
parapsicológicos. Así, un experimento de premonición es parapsicológico y, por
carácter transitivo, también paranormal. En el gráfico de marras, estaría
ubicado dentro del subconjunto B y, por consiguiente, también sería parte
integrante del A. Pero la energía piramidal, el comportamiento de los chakras,
las radiaciones telúricas nocivas y tantos otros, como existen por fuera
de lo mental, estarían, sí, en el conjunto A, pero no en el B.
Desde los tiempos heroicos de
las investigaciones mediumnímicas en sesiones espiritistas, pasando por las
cuantificaciones estadísticas de Rhine, Pratt, Schrenck-Notzing y tantos otros,
hasta la actualidad, lo que llamamos "parapsicología" se ha transformado en el
cul de sac de todo lo que es mirado con ojeriza por la ciencia académica.
Así, terrenos tan "paranormales" pero no "parapsicológicos" como el de las
formas generadoras de energía, el de los vórtices energéticos geográficos y el
de la existencia de un "campo bioplasmático" o "campo bioenergético" cuyo
excedente físico llamamos "aura" (y cuya existencia, si bien condicionada
por la mente, no es de la misma naturaleza) fueron progresivamente absorbidos
por la literatura y los estudiosos de lo parapsicológico, hasta llegar a ser
herramienta cotidiana de sus terapias y procederes. Hoy, sería impensable
imaginar un parapsicólogo que no trabajara con los centros energéticos, o, como
ya dije, con pirámides, pese a que, a fuerza de ser precisos, eso ya no sería
parapsicología.
¿Y entonces qué
hacemos?
La idea puntual sobre la que
estamos trabajando es, entonces, que el término "Parapsicología" ya nos
resulta estrecho para definir nuestros contenidos. Se hacía imperativa la
adopción de una nueva terminología, y esa es precisamente
"Radiónica".
La "energía de las formas"
No abundaré aquí sobre la
naturaleza y múltiples aplicaciones de las réplicas a escala de la Gran Pirámide
de Keops (4). Tan sólo baste señalar que existe un hecho irrebatible: construido
un objeto de forma piramidal respetando ciertas proporciones, materiales y
orientación, se genera en su interior una cierta "energía" (empleamos este
término por carencia de algún otro más feliz, si bien no cumple con las
condiciones de todas las energías físicas, no siendo siquiera detectable por los
instrumentos normales de medición) con efectos diversos. Un objeto que no cumpla
esos requisitos no producirá ninguna consecuencia, y, como ya señalé, no depende
de la "creencia" o "sugestión" previa del experimentador que el fenómeno se
manifieste o no. He aquí una energía que no se comporta como otras que
conocemos, que no es registrable, y que sólo se materializa cuando construímos
objetos de una "forma" (debería decir "una topología") determinada. No
sabemos qué es, aunque sospechamos que sólo es una densificación particular de
las energías cósmicas. Y a falta de mejor definición, la llamamos "energía de
las formas".
No sólo la produce la
pirámide; hemisferas, conos, helicoides desarrollables y hasta dibujos (sí,
simples dibujos) dan cuenta de ella, siempre y cuando se respeten determinadas
concepciones, en buena parte asociadas a la numerología históricamente sagrada.
A fin de cuentas, un dibujo es una forma de dos dimensiones, de donde
podemos suponer que los amuletos y talismanes, desde tiempos inmemoriales
masivamente usados por la humanidad pero ridiculizados por la intelectualidad
científica, no actúan por ser meros mecanismos "mágicos" sino porque, tomando en
consideración el momento de fabricación, los elementos empleados y los diseños
sobre ellos trazados, se transforman en condensadores de esa energía cósmica,
como acumuladores de energía de las formas, claro que un tanto "ersatz".
"Tecnificando" la magia
Lo apasionante de este campo
es que, por un lado, abre inconmensurables expectativas en el terreno de las
aplicaciones sobre las problemáticas particulares del individuo. Además, brinda
un marco comprensible (de cara al paradigma cientificista dominante de nuestra
época) a rituales y liturgias secularmente consideradas, dije, "mágicas", pero
no en la acepción correcta del término, sino como deplorable sinónimo de
"superstición"(5). A fin de cuentas, creo personalmente que la magia es al
Ocultismo lo que la técnica es a la ciencia: la expresión práctica de sus
enunciados teóricos. Y aquí se nos presenta un dilema.
Un difícil equilibrio
Sin ánimo de ofender, debo
decir que me resultan graciosamente patéticos los esfuerzos de muchos de mis
colegas por obtener una "acreditación académica" de la Parapsicología. Hablan de
"ciencia parapsicológica", de innúmeros proyectos de ley para la reglamentación
oficial de la misma, de titulaciones y doctorados, de investigaciones empíricas
de laboratorio... Pero sospecho, debo admitir que con escepticismo, que tal
"blanqueo" de la Parapsicología nunca ocurrirá y, quizás, lo mejor que podría
pasarle a la misma es que nunca ocurra. Y me explico.
Tal cual actúa el
pensamiento científico, sólo un estrecho porcentaje del "corpus" de trabajo de
la Parapsicología podría superar las exigencias universitarias; concretamente,
aquella Parapsicología de los años '30 y '40, de cartas Zenner y experimentos de
laboratorio, circunscriptas exclusivamente al estudio de los fenómenos
"subjetivos" (telepatía, clarividencia, precognición) y "objetivos"
(telekinesis, hiloclastia, aporte, termogénesis...). Disciplinas que dependen de
factores tan inasibles como el trabajo espiritual del practicante, el Tarot, las
runas, las sanaciones psíquicas (además de ser resistidas por las corporaciones
médicas celosas de todo intrusionismo avalado por una jerarquización académica
de las mismas) siempre quedarán fuera de las Universidades. Y, precisamente, lo
que quedaría fuera de aquéllas es precisamente lo que la gente busca en
nosotros. Ningún consultante –salvo escasísimas excepciones–acude a un
parapsicólogo para que éste determine estadísticamente su índice de telepatía.
Acuden con problemas cotidianos que requieren soluciones urgentes, y exigen
diagnósticos de cara al futuro. Buscan la tirada de Tarot, el trabajo del
péndulo, la armonización de su aura o de su vivienda. De resultas de lo cual, si
se academizara la Parapsicología en los términos que la Ciencia dicta (y no la
estoy defendiendo: sólo señalo que si queremos entrar en la Universidad debemos
aceptar las reglas del juego que se nos imponen) quedaríamos excluidos de poder
practicar aquello que hace a nuestra razón de ser, hoy por hoy. Porque por más
que la mona se vista de seda, no sólo en mona se queda, sino que además resulta
francamente ridícula. Ya que la tan cacareada "parapsicología científica" no
existe: sus temáticas, técnicas y especulaciones son sólo un aggiornamiento
de las milenarias enseñanzas ocultistas. Lo que el mago buscaba a través de los
talismanes, hoy lo producimos con nuestros aparatos radiónicos; lo que antes se
llamaba "profecías" hoy pueden denominarse "precogniciones"; la "magia mental"
de Eliphas Levi está en un todo de acuerdo con el Control Mental y, sobre todo,
no puede comprenderse por qué actúan las técnicas parapsicológicas si no se
comprenden los principios filosóficos del
Esoterismo.
A cortarse un dedo, se ha dicho
Más allá de enjundiosas
parrafadas que sólo alertagan los oídos de los novatos, muchos intentos
explicativos del "porqué" de ciertos fenómenos parapsicológicos no resultan
probables en absoluto. Nada, por ejemplo, parece más "anticientífico" que creer
que con la foto o un mechón de pelo de alguien puede actuarse sobre él. Pero, de
hecho, esto forma parte del arsenal –en ocasiones terapéutico– de cualquier
parapsicólogo. Trabajando sobre lo que llamamos "muestras-testigo" (esa foto o
mechón de cabello) algo "pasa" con su propietario. Funciona. Pero ninguna
explicación resulta convincente.
¿Ninguna?.
Bien, si se animan a este experimento, quizás les depare una
sorpresa.
Supongamos que en casa
alguien se lastima, se corta, pierde sangre en cualquier accidente hogareño.
Tenga preparada una bolsita con sulfato de cobre (unas piedritas color verde
azuladas que, entre otros usos, se emplean para clorificar piscinas de natación)
y rápidamente diluyan en un vaso lleno de agua el mismo hasta el punto de
saturación, es decir, cuando por más que sigan agregando sulfato de cobre éste
no se disuelve más, o, por lo menos, cuatro o cinco cucharadas soperas colmadas.
Entonces introduzcan en él un trocito de algodón sucio de la sangre del herido,
dejándolo allí. Atención: no se trata
de mojar la herida con la solución del sulfato, ya que (a) si bien
observarían efectos cicatrizantes, aquí la acción sería comúnmente química –es
el principio de las sulfamidas– y no esotérico, que es lo que tratamos de
probar, y (b) el ardor subsiguiente en la herida haría que la víctima recordara
el árbol genealógico del frustrado enfermero hasta la octava generación.
Observaremos entonces un
hecho fascinante: sin ningún tipo de acción química en contacto con la
herida, ésta cicatrizará varias veces más rápido de lo que haría cualquier
compuesto medicinal aplicado directamente sobre aquélla, actuando a distancia.
Tan es así, que aunque se pongan centenares de kilómetros entre el herido y su
"muestra testigo" sumergida en la dilución, seguirá actuando, y aun lo hará
aunque el sujeto del experimento nada sepa del mismo o no crea en él, lo que
invalida la hipótesis de la sugestión. Personalmente, además de haberlo
empleado numerosas veces, cuento con el testimonio de un odontólogo
especializado en cirugía maxilofacial y otro profesional de la salud, urólogo y
cirujano, que desde hace años y por mi recomendación vienen empleándolo con
éxito en sus intervenciones quirúrgicas. Es tanto como afirmar que la acción
(química o energética, lo mismo da) sobre la muestra de sangre se copia, se
duplica en el original del cual proviene porque, obviamente, la parte del todo
(la muestra de sangre) refleja al Todo del cual fue obtenida.
Este ejemplo
funciona, yo diría con más asiduidad de lo que habitualmente podemos esperar de
las sustancias comúnmente recomendadas por la ciencia médica. Pero, ¿cómo
explicarla?. Sólo hay una forma, y es acudiendo a uno de los Principios
Fundamentales del Universo, la Ley de Correspondencia, un concepto ignorado por
la ciencia materialista –y, por extensión, por los parapsicólogos que tratan de
atrincherarse en un cierto cientificismo– pero conocido y transmitido por el
Ocultismo desde tiempos milenarios
La Ley de correspondencia
Tres mil doscientos años antes de Cristo,
según cuentan los antiguos relatos egipcios, finalizó el reinado de dioses y
semidioses sobre la Tierra. En el valle del Alto Nilo un rey de pastores, Menes,
ascendió en ese entonces al faraonato con el título de Menes I, El Tinita (por
ser oriundo de la ciudad de Thinis).
Menes desarrolló, en su prolongado
reinado, una vasta tarea de conquista y culturalización para sacar a su pueblo
de la condición pastoril y agrícola que hasta entonces lo caracterizaba. Hizo
contratar especialistas en las más variadas disciplinas provenientes de los más
alejados puntos del mundo conocido y, muy especialmente, agregó a su corte a un
sabio caldeo, arquitecto, médico, astrónomo y –lógicamente para ese entonces–
mago, conocido como Toth. Hasta avanzada su ancianidad, Toth se dedicó a volcar
sus conocimientos en diversos libros, algunos perdidos para siempre, otros
conservados fragmentariamente como el llamado "Libro de Toth", compendio de
Teurgia o Alta Magia Blanca del que sólo sobrevivieron a la primera de las siete
destrucciones de la Biblioteca de Alejandría sus láminas ilustrativas,
exactamente setenta y ocho, y que conformaron al paso del tiempo la baraja del
Tarot o, en egipcio, "tarah ha' Toth" (de donde por
deformación proviene el vocablo "Tarot") y la "Tábula Esmeragdina", o "Tabla de Esmeralda", una sucesión de aforismos
que guardaban memoria del conocimiento filosófico de los contemporáneos de este
Toth que, al morir, fue elevado a la categoría de dios –apoteosis común en esos
tiempos– e, incluso, adoptado tardíamente por los griegos con el nombre de
Hermes Trimegisto ("el tres veces grande"). Precisamente, lo de "filosofía
hermética" proviene de su nombre helenizado.
El primer aforismo de la "Tabla de
Esmeralda" expresaba el Principio de Correspondencia, que enseguida
explicaremos, con estas palabras: "Es
verdad, muy cierto y verdadero, que lo que es arriba es como lo que es abajo, y
lo que es abajo es como lo que es arriba, para hacer el milagro de una sola gran
cosa bajo el Sol". En otros términos, la total identificación entre lo
macrocósmicamente grande y lo microcósmicamente pequeño.
La estructura de un átomo es,
microcósmicamente, como el Sistema Solar macrocósmico que lo contiene. La parte
del todo refleja el Todo. Un ser humano es 70% agua y 30 % materia sólida y
vive, casualmente, en un planeta que es 70 % agua y 30 % materia sólida. Además,
su sangre tiene exactamente la misma proporción de sal que la del agua del
planeta. El iris de una persona permite conocer el funcionamiento de todo su
organismo porque, como siempre, la parte de un Todo refleja ese Todo. Una carta
natal astrológica resume en su microcosmos, el macrocosmos de la vida y la
personalidad del sujeto al que pertenece. Las líneas de mi mano reflejan mi
personalidad y mi vida también, pues mi mano, como parte de un Todo integrado
por mí y por mi devenir, refleja el Todo. Una persona carismática y de fuerte
carácter concita a su alrededor a las personas de temperamento más débil, que
imitan sus poses, su manera de ser y tratan de vivir en función de aquél, lo que
llamaríamos una conducta
heliocéntrica, donde hasta "la luz del Sol" (y recordemos que en
Astrología el Sol significa la personalidad manifestada) es "reflejada" por
quienes giren a su alrededor, actuando microcósmicamente como un sistema
planetario lo hace macrocósmicamente.
En Matemáticas es conocida una curiosidad
llamada serie de Fibonacci,
planteada por el sabio homónimo, donde cada número resulta de la suma de los dos
anteriores. Tal el caso de la secuencia 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21, 34, 55, 89...
etc. Pues bien, una figura que se repite en la naturaleza universal es la espiral de Fibonacci, donde cada una
de las espiras (vueltas) se distancia de la anterior de acuerdo a esa progresión
numérica. Esto es tan así, que lo encontramos desde la espiral macrocósmica de
una galaxia, hasta en la microcósmica de un caracol e, incluso, si toman ustedes
un repollo colorado y lo cortan transversalmente, comprobarán que no sólo su
disposición es en espiral sino que respeta la serie de Fibonacci.
Una cuestión de marketing
Por todo esto es que afirmo
que la Radiónica es la ciencia de la magia. Y hacia ella, si les parece bien,
dirigiremos nuestros pasos en próximos artículos, donde expondremos y
explicaremos el uso de diversos aparatos acumuladores y moduladores de esas
energías, muchos de los cuales podrán ustedes construir sobre la mesa de la
cocina en algunos momentos libres. Luego cabe preguntarse: ¿por qué, entonces,
hablamos tanto de "Parapsicología" y no de "Radiónica", u organizamos cursos de
la primera y no los anunciamos como lo que, en definitiva, realmente son, lo
segundo?. Es por una cuestión de imagen, si así lo quieren: si anunciamos una
conferencia de Radiónica, sólo un grupo reducidísimo acudirá: la mayoría de los
potenciales interesados pensará que hablaremos sobre Rayos X o programas de
radio. En cambio, empleando el caduco y limitado término de "Parapsicología", el
público cuanto menos tiene una idea sobre lo que referirá la cosa.
(1) Realizada a 138 miembros
suscriptores de la revista electrónica "Al Filo de la Realidad", agosto de
2000.
(2) Joseph Banks Rhine,
biólogo norteamericano, creó, en las instalaciones de la Universidad de Duke, el
primer laboratorio de investigación estadístico-matemática de los fenómenos
parapsicológicos.
(3) Esto implica entender,
primero, qué comprendemos por "normalidad". A los fines científicos, existen dos
clases de normalidad, la biológica y la estadística. Y no son
necesariamente correspondientes. Por ejemplo, es normal estadísticamente
hablando resfriarse en invierno, pero no es normal biológicamente, ya que
implica una pérdida del estado de equilibrio. En un sentido más amplio, aquí
aplicamos la expresión "normalidad" a lo habitualmente aceptado en los claustros
científicos y universitarios.
(4) Mayores precisiones
sobre su empleo pueden hallarse en mi libro "El correcto uso del péndulo y la
pirámide", Editorial 7 Llaves, Buenos Aires, Argentina, 1999.
(5) No me molestaría
demasiado, de todas formas, que lo mío sea considerado superstición si de un
sentido etimológico estamos hablando. En efecto, "superstición" proviene de
"supérstite": "lo que sobrevive". Lo que sobrevive de un
conocimiento perdido en la Antigüedad.