"Lo que obtienes al lograr tus metas no es tan
importante como en lo que te conviertes al lograr tus metas."
Zig Ziglar
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EDITORIAL
Hola!
El año 2010 traerá
algunos cambios importantes para mí y mi actividad profesional, cambios que vengo
visualizando hace bastante tiempo, y acerca de los cuales comentaré en el próximo
y último Boletín de 2009. También la próxima semana haremos una pausa con los
artículos de la colección que hemos venido entregando, y publicaremos un artículo
diferente, retomando El Sentido de Sentir de nuevo en enero.
Por ahora, les dejo
este interesante artículo que trata el tema del desapego en su forma más elevada,
que es el ser capaces no solo de dejar ir, de decir adiós, sino también de sentir
Amor por aquello que se va. Me refiero a la compasión.
La compasión nos hace ser
Creadores, nos permite conectarnos con la energía que todo lo sostiene, y nos
conecta con nuestro corazón.
En servicio, Santiago
EL SENTIDO DE SENTIR, por María
Antonieta Solórzano
LA COMPASIÓN NOS AYUDA A DECIR ADIÓS
Todos hemos tenido que dejar morir un sueño: el
noviazgo que no se convirtió en matrimonio, el empleo en el que no se avanzó, el
negocio que no triunfó, el matrimonio que, lánguidamente, duró toda la vida.
Cada vez que un anhelo llega a su fin es necesario
despedirse. Para ello, hay que identificar todo lo que podemos agradecerle a esa
situación y que además puede formar parte de nuestro equipaje, pero también
debemos ser capaces de dejar atrás todo aquello que fue inconveniente, y que
puede convertirse en una carga demasiado grande para el resto de vida que nos
queda por delante.
Las etapas en la vida se suceden. Los finales de un ciclo
se unen a los principios del siguiente. Este es el proceso normal y puede darse
con armonía. Sin embargo, en nuestro medio es común pensar que terminar un ciclo,
dejar morir un sueño, es fracasar, y el fracaso está prohibido.
Se cree que el
éxito está en que los procesos no se terminen nunca. Por lo tanto, cuando
llegamos al final de un ciclo y tenemos que despedirnos, buscamos explicaciones,
culpamos al otro o a nosotros mismos y así, las despedidas se vuelven ferias por
la agresión y la recriminación mutua.
Ello, por supuesto, es un gran error ya
que maduramos mejor cuando podemos integrar en el nuevo camino lo anteriormente
vivido. Y para lograr eso debemos ser capaces de discernir amorosamente, de
validar todo lo que la vivencia construyó en nosotros: los dolores que nos hizo
superar, las cualidades que nos permitió desarrollar o los defectos que nos hizo
conocer. Solo así, estaremos mejor preparados para un nuevo comienzo. Solo así
habremos ganado en sabiduría.
Es claro que durante la jornada, durante el
tiempo que dura esa relación o ese matrimonio siempre hay posibilidad de arreglar
las cargas, pero los finales nos enseñan mucho, pues nos permiten una mirada
retrospectiva sobre lo ocurrido.
Iniciamos las relaciones con ilusión.
Pensamos: “Ahora sí encontré la persona perfecta” o “Sacaré adelante este
proyecto económico”. Siempre empezamos llenos de entusiasmo y de sueños. Hay
algo que percibimos en el otro, su potencial, sus características, que nos llevan
a intuir que es la persona adecuada.
Pero con el correr del tiempo, podemos
encontrarnos con que la perfección no ocurre y entonces, la desilusión llega
marcando un final. O no es raro que la idea de la perfección misma sea nuestro
gran saboteador, y aunque las cosas se den bien, perdemos el gusto de lograrlas y
nos desanimamos. En otras oportunidades, nunca logramos estar satisfechos con lo
logrado, siempre falta algo y así las relaciones se agotan y entendemos que ha
llegado el momento de decir adiós. Para otros, el paso del tiempo va marcando
caminos y rumbos diferentes y el vínculo desaparece.
Es frecuente oir en la
consulta cómo la situación ha ido cambiando y el cónyuge ha dejado de ser amable
para convertirse en un amargado al que ya no se le puede hablar. En las
conversaciones se menciona la insatisfacción, los errores cometidos pero, sobre
todo, se ve cómo el cuidado por la relación misma y por la autoestima del otro,
ya no está presente. El trato se torna desconsiderado y en ocasiones hasta
grosero. O, como el socio ya no trabaja en equipo, se obstaculizan las
decisiones. Es cuando surgen las acusaciones mutuas y la búsqueda del beneficio
unilateral reemplaza el logro de metas comunes.
En síntesis, el otro se ha
vuelto fuente de dolor. En esas circunstancias se incuba la rabia que anuncia
rupturas desastrosas.
En ocasiones, es conmovedor ver cómo en el tope del
dolor después de la ruptura, las personas comienzan a evaluar lo que pasó y
entonces es en estos momentos donde aprenden más sobre cómo construir amor y
armonía, que durante la relación misma. Cuando ya no hay nada que hacer,
descubren todo lo valioso que había en la amistad o en el matrimonio.
La
desilusión del final hace con frecuencia que se exprese tal desprecio por los
antiguos compañeros, que cuando la reflexión y discernimiento hacen su aparición,
ya la pelea ha sido de tal magnitud que lo conservable también ha quedado
destruido.
Es doloroso ver cómo la incapacidad para decir un adiós a tiempo
que permita conservar las lealtades fundamentales de las relaciones humanas,
convierte los finales de los ciclos en pérdidas irreparables. Hacer del
ex-cónyuge o del ex-socio un enemigo, es negarnos la posibilidad de la
conciliación.
Pero siempre hay otra ruta: cuando se llega al final del camino, podemos
abandonar la crítica, la desilusión, el desánimo, el culto a nuestro propio ego,
para saludar la forma más alta del amor: la compasión.
La compasión en la
despedida no tiene que ver con sentirse superior o comprensivo porque el otro
está en un error. Tiene que ver con experimentar un afecto sincero por nosotros
mismos, por el otro y por las relaciones que hemos establecido en un proyecto
compartido. Implica tener la determinación de hacer todo lo posible para
conservar la propia integridad emocional y la del otro. También, implica
comprometerse profundamente con hacer de cada uno de nosotros una persona, que
distinta de un bárbaro que arrasa con la cosecha, más bien se retira del campo
cuidando bien de que lo sembrado pueda dar fruto.
(María Antonieta atiende consulta individual y realiza
otras actividades relacionadas con su práctica profesional según se le solicite.
Para mayor información, por favor escribe a: mariaantonieta.solorzano@...<)
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Publicado originalmente en El Espectador.
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