"Una persona que nunca cometió un error, jamás probó
nada nuevo."
Albert Einstein
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Hola! La emocionalidad del
coachee es algo primordial en un coaching personal. Al fin de cuentas, ese deseo
de ser felices es lo que nos mueve prácticamente a todo lo que hacemos o dejamos
de hacer en nuestra vida. El punto clave es entonces lo que significa "ser
feliz", pues por lo general significa negar la polaridad del sufrimiento para
permanecer solo en la del gozo. Esta es una visión bastante limitada, por no
decir además que está totalmente fuera del presente, y que es, por decir lo
menos, utópica.
Y es utópica porque una polaridad no puede existir sin su
opuesta, como lo hemos dicho muchas veces, y pretender permanecer en un extremo
equivale a pretender mantener un péndulo sostenido a un lado evitando que oscile
hacia el otro en algún momento. Pero cuando lo haga, y lo hará, la oscilación irá
igual de lejos... pero hacia el lado que no queremos.
La felicidad real y
permanente, entonces, está en el punto donde no hay oscilación, en el centro, en
el presente, en la "tercera polaridad" de la tríada. Y para comenzar a acercarnos
a ese punto de quietud es necesario revisar las creencias que sostienen el
movimiento pendular emocional. Todo aprendizaje intelectual es cuestionable,
incluso el espiritual. Todo debe verificarse para pasar de la creencia a la
sabiduría. Creencia que produzca sufrimiento, o que produzca felicidad a partir
de la negación del sufrimiento, es falsa, creencia que lleve al equilibrio es
verdadera.
En servicio,Santiago www.SantiagoMarino.com
EL SENTIDO DE SENTIR, por María
Antonieta Solórzano
CUANDO LAS EMOCIONES ME DOMINAN...
Las emociones ocupan un lugar protagónico en nuestra
vida cotidiana, tanto en el ámbito de lo personal como en el de lo social. En
general, con ocasión de algún evento, un grupo humano o una persona en particular
pueden pasar de la tranquilidad a la rabia, de la satisfacción a la
desesperación, incluso de la paz a la violencia.
Y es que las emociones se pueden experimentar como
una invasión de sensaciones incontrolables que prácticamente se adueñan de
nuestra personalidad y, sin fórmula de juicio, nos encontramos diciendo o
haciendo cosas que nos generan un gran sufrimiento, o peor aún, en las que nos
desconocemos totalmente.
Por ejemplo, un grupo de aficionados de un equipo
deportivo puede pasar de celebrar un triunfo, a la agresión más furibunda. O una
persona afirmar: “no sé qué me pasó, me dio tanta rabia que insulté a mi mamá y
yo no soy así; me parece tan extraño, no suelo reaccionar así pero es que me dio
tanto dolor que no me pude contener”. En muchas ocasiones la conocida frase de
Mafalda “hasta mis debilidades son mas fuertes que yo” sirve bien para describir
nuestra relación con las emociones.
Lo usual en nuestras costumbres culturales
es suponer que las emociones tienen un comportamiento parecido a los virus: nos
dan, como la gripa, sin mayor intervención de nuestra voluntad. El resultado de
esta manera de pensar es que permitimos que ellas se encarguen de nosotros y no,
como debería ser, nosotros de ellas. ¿Será que somos capaces de lograr que
nuestras debilidades sean menos fuertes que nosotros?
En verdad, y contrario
a las creencias populares, las emociones que experimentamos son las que
elegimos. Lo curioso es que, normalmente, no nos tomamos el tiempo necesario para
observar de dónde vienen, ni cuáles son las creencias que las sostienen. Cuando
una persona se detiene a observar sus reacciones emocionales, como en cámara
lenta, descubre que no ocurrieron porque sí, sino que más bien ellas se
seleccionan con un propósito especifico.
Una joven no lograba entender
sus “ataques” de ansiedad. Decía que le daban intempestivamente, le parecía que
le venían en cualquier momento. Al ponerle la cámara lenta a sus experiencias,
comenzó a descubrir que entre ellas había un patrón común. En general, la
ansiedad le daba cada vez que le pedían informaciones precisas. En ese momento
sentía como si la respuesta fuera un asunto de vida o muerte, le atacaba el temor
a equivocarse.
Al preguntarle qué era lo más grave que podía pasar si se
equivocaba, su lógica normal la llevó a responder, pues nada. Pero al observar en
cámara lenta la situación, notó que ella creía que si se equivocaba los demás no
la aprobarían y, entonces, eso sí sería grave. La idea de ser reprobada, por
cualquiera, era peligrosa, pues la llevaba a crear la ansiedad que se estaba
tomando su diario vivir.
En este punto habíamos entendido de dónde venía la
ansiedad, pero el sufrimiento aún continuaba. Y es que ella estaba segura de que
si no encontraba aprobación su vida, se desmoronaría inevitablemente.
Nos
preguntamos entonces, si podía estar absolutamente segura de que eso era verdad.
Después de pensarlo llegó a la conclusión de que no podía. Es más, admitió que
había una duda razonable que eso pudiera suceder. Además, le dedicó un poco de
tiempo a imaginar como sería su vida si fuera libre de creer que la aprobación
era tan necesaria. Y, no sobra decir, que le gustó lo que pudo suponer.
Las
emociones no son como los virus: no nos invaden sin motivo ni razón. Pero lo que
sí es claro, es que los motivos y las razones no son tan externos como
acostumbramos creer. No están fuera de nosotros. Más bien, habitan en nuestro
mundo interno. De manera tal que el desencadenante de los estados emocionales
amables o destructivos, es nuestra propia manera de pensar o interpretar los
eventos, y no son los eventos en sí mismos.
Si queremos vivir en una sociedad
donde las emociones no se lleven por delante las mejores intenciones de las
personas o de los grupos, una sociedad donde seamos más fuertes que nuestras
debilidades, será necesario hacer un alto en el camino, observar las emociones y
examinar la veracidad de las creencias que las sostienen, pues solo somos
responsables de los efectos de nuestras acciones en el mundo cuando somos dueños
de nuestras emociones.
(María Antonieta atiende consulta individual y realiza
otras actividades relacionadas con su práctica profesional según se le solicite.
Para mayor información, por favor escribe a: mariaantonieta.solorzano@...<)
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Publicado originalmente en El Espectador.
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