La sociedad de los EEUU y todo el mundo
acababan de estremecerse al conocer el derrumbe de las Torres Gemelas,
el adyacente Edificio 7, la irrupción de un misil en el Pentágono y del
avión cerca de Shanksville, Pensilvania durante el fatídico 11 de
septiembre de 2001 (11-S), cuando el presidente Bush salió a los medios
de comunicación a pedir la solidaridad de sus compatriotas. No pidió
orar, no solicitó condolerse y apoyarse mutuamente, no pidió actos
comunitarios de solidaridad; pidió a los norteamericanos salir a
comprar.
Ya pronto serán once años desde aquel
día cuando la sociedad estadounidense sumó a sus muertos 2,973
personas, a los varios millones de muertos que por hambre o por guerras
ha generado el capitalismo salvaje en los últimos cincuenta años en el
mundo. Al día de hoy, habiéndose reunido durante once años mucho
material probatorio por varios especialistas -en explosivos, balística,
física, ingeniería, etc.-, hay una cantidad creciente de estadounidenses
que cuestionan seriamente la veracidad de la versión oficial sobre el
ataque del 11-S. La duda razonada sobre un posible montaje criminal por
parte del gobierno estadounidense, inducida por poderosos intereses, fue
desechada o minimizada en su momento durante las investigaciones que
realizó la comisión creada ex profeso por el gobierno de G.W. Bush. Para
ello fueron capaces de cooptar a juristas, militares, peritos
gubernamentales, varios distinguidos profesionistas y miles de
periodistas que coadyuvaron de manera inocente o maliciosa a construir
esa bandera falsa: urgente represión y contención del terrorismo
internacional.
Mientras el pueblo de la potencia
norteamericana manifestaba su entereza ante los graves acontecimientos
ejercitando su músculo económico a través del consumo, incluyendo la
adquisición a crédito de segundas y terceras viviendas, la versión
oficial de los hechos justificó dos muy notorias leyes por su carácter
represivo y una cómoda ventaja política para la reelección de Bush.
Noviembre del 2008 marcó el límite de la farsa. El colapso del sistema
financiero global, impulsado por la absorción de los activos tóxicos
creados y multiplicados (por parte de la banca internacional) durante
el frenético consumismo de los años inmediatamente anteriores,
constituyó el inicio de una debacle económica mundial que aún no termina
de manifestarse y ya provoca graves conflictos en varios países.
Joseph Goebbels, el jefe de propaganda
nazi –que ya en ocasión anterior cité y que por curiosas casualidades
cobra actualidad- decía que un gobierno podía mentir a toda la gente
cierto tiempo o a poca gente todo el tiempo, pero no podía mentir a
todos todo el tiempo. Así como el 11-S se revela como una bandera falsa
que sirvió a oscuros intereses económicos, las facciones locales de los
grandes monopolios globales continúan provocando en diversas partes del
mundo -sus “colonias”-, varios otros eventos que benefician a éstos
mismos y a sus secuaces.
Para defender sus posiciones económicas y
recuperar espacios políticos que las garanticen, los poderes fácticos
globales y sus secuaces en diversos países han sido capaces de manipular
a políticos, agencias gubernamentales, comisiones especiales, jueces y
tribunales. La construcción de banderas falsas, ilusiones mediáticas y
eventos traumáticos (doctrina de shock les llama el economista Milton
Friedman) en todos los casos en donde se ha llevado a cabo el coloniaje
económico moderno, cuenta con el apoyo del aparato propagandístico y
tiene un costo que se paga a la larga: se minan las bases del pacto que
cohesiona a la sociedad.
La coacción y cooptación del marco
normativo, del sistema de impartición de justicia, del aparato que avala
la imposición o simula la democrática elección de un gobierno afín,
crean en las sociedades que sufren el coloniaje un severo e irremediable
deterioro ya que da lugar a la corrupción. Desde las sucias maniobras
de la guerra fría, hasta las intervenciones de mercenarios económicos y
políticos que con precisión quirúrgica han realizado incruentos –y a
veces imperceptibles- golpes de estado en América Latina, Asia y África
en los últimos cincuenta años, el daño a las instituciones jurídicas y
al Pacto Social de los países afectados, ha propiciado corrupción en sus
sociedades. Con el 11-S los EEUU sufrieron en su propio territorio la
asonada militar y cultural que lanzó a su sociedad al vasallaje
consumista. Hoy en día esa sociedad cuestiona a través de la creciente
“movilización ocupa” y la no colaboración con los poderes fácticos –los
grandes consorcios industriales y financieros- la continuidad de ese
sistema económico.
Sobredebilitadas las bases
institucionales resulta imposible construir estructuras sociales,
económicas y políticas sólidas. Como sucede en la construcción de un
castillo de naipes, el precario equilibrio de la base, limita la
capacidad para sobreponer capas superiores y lo endeble del material que
condiciona la solidez de la estructura toda. Para que las sociedades no
cuestionen, no despierten, se fomenta un sistema educativo deficiente e
ilusiones consumistas que garantizan organización política nimia e
inconsecuente: sin democracia plena, transparencia, contraloría social
ni rendición de cuentas.
El consumo inducido es parte fundamental
en la estrategia. Así como Bush lo hizo evidente con su discurso
fúnebre y de arenga nacional post 11-S, los mexicanos hoy son invitados a
dar vuelta a la hoja. “México ya eligió”, se repite sin cesar por casi
todos los medios de comunicación. Toca ahora volver a nuestras
costumbres de diversión y preocupaciones cotidianas. A perseguir los
afanes de poseer lo que la industria global nos ofrece, a comer lo que
nos traen de fuera, aunque dañe y sacrifique nuestra soberanía
alimentaria.
Sin embargo, poco a poco y gracias al
uso de la libertad informativa que ofrece internet, la concientización
sociopolítica permite distinguir el frágil sustento de ese castillo de
naipes en que los poderes fácticos han transformado a nuestras
sociedades. Su sostén depende de la fuerza de consumo de los pueblos
avasallados. El consumo responsable y la creación de mercados sociales
resulta la mejor estrategia política, mucho mejor que cualquier
manifestación de protesta, para emancipar a pueblos enteros de ese
moderno coloniaje.
Twitter: @jlgutierrez