El Anillo Perdido
por Eckhart Tolle

Cuando servía de consejero y maestro espiritual,
estuve visitando dos veces por semana a una mujer
invadida por el cáncer. Tenía cuarenta y tantos años y
era maestra de escuela. Los médicos le habían
pronosticado apenas unos cuantos meses de vida. Algunas
veces pronunciábamos unas pocas palabras durante esas
visitas, pero la mayoría de las veces nos sentábamos en
silencio. Fue así como comenzó a tener los primeros
destellos de su quietud interior, la cual no había
aprendido a conocer durante sus años agitados como
educadora.
Sin embargo, un día la encontré desesperada y
enojada. "¿Qué pasó?" le pregunté. No encontraba su
anillo de diamante, el cual tenía un valor monetario y
sentimental muy grande, y me dijo que estaba segura de
que lo había
robado la mujer que iba a cuidarla durante unas horas
todos los días.
Dijo que no entendía cómo alguien podía ser tan
cruel y despiadado como para hacerle eso a ella. Me
preguntó si se debía enfrentar a la mujer o si sería
mejor llamar a la policía inmediatamente. Le dije que me
era imposible decirle lo que debía hacer pero le pedí
que reflexionara acerca de la importancia que un anillo,
o cualquier otra cosa, podía tener para ella en ese
momento de su vida. "No entiende", me respondió. "Era el
anillo de mi abuela. Lo usé todos los días hasta que
enfermé y se me hincharon las manos. Es más que un
anillo para mí. ¿Cómo podría estar tranquila?".
La rapidez de su respuesta y el tono airado y
defensivo de su voz me indicaron que todavía no estaba
lo suficientemente anclada en el presente para mirar en
su interior y separar su reacción del evento a fin de
observarlos ambos. La ira y la defensividad eran señales
de que el ego hablaba a través de ella. Entonces le
dije, "Le haré unas cuantas preguntas, pero en lugar de
responderlas inmediatamente, trate de encontrar las
respuestas en su interior. Haré una pausa breve entre
cada una. Cuando le llegue la respuesta, quizás no
llegue en forma de palabras".
Dijo estar lista
para escucharme. Entonces pregunté:
"¿Se da cuenta de
que tendrá que separarse del anillo en algún momento,
quizás muy pronto?
¿Cuánto tiempo más
necesita para desprenderse de él?
¿Perderá algo como
persona cuando se desprenda de él?
¿Acaso ese ser que
es usted se ha disminuido a causa de la pérdida?"
Hubo unos minutos
de silencio después de la última pregunta.
Cuando comenzó a hablar nuevamente sonreía y
parecía sentirse en paz. "Con la última pregunta caí en
cuenta de algo importante. Primero busqué una respuesta
en mi mente y lo que oí fue, 'por supuesto que te
sientes disminuida. Entonces me hice la pregunta
nuevamente, ¿acaso esa que soy yo se ha disminuido? pero
tratando de sentir en lugar de pensar la respuesta. Y
entonces sentí lo que soy. No había sentido eso antes.
Si
logro sentir lo que soy tan
fuertemente, entonces esa que soy yo no se ha disminuido
para nada. Todavía lo siento; es una sensación de paz
pero muy vívida". "Esa es la alegría de Ser", le dije.
"La única manera de sentirla es saliendo de la mente. El
Ser se debe sentir, no se puede pensar. El ego lo
desconoce porque está hecho de pensamiento. El anillo
estaba realmente en su mente en forma de pensamiento, el
cual usted confundió con el sentido de lo que Es. Pensó
que esa que usted Es o una parte suya estaba en el
anillo".
"Todo aquello que el ego persigue y a lo cual se
apega son sustitutos del Ser que el ego no puede sentir.
Usted puede valorar y cuidar las cosas pero si siente
apego es porque es cosa del ego. Y realmente no nos
apegamos nunca a las cosas sino al pensamiento que
incluye las nociones de 'yo', 'mi' o 'mío'. Siempre que
aceptamos totalmente una pérdida, trascendemos el ego, y
entonces emerge lo que somos, ese Yo Soy que es la
conciencia misma". Entonces ella dijo, "ahora comprendo
algo que dijo Jesús y a lo cual nunca le había
encontrado mucho sentido: 'Si alguien te pide la camisa,
entrégale también tu capa". "Así es", le respondí. "No
significa que no debamos cerrar la puerta. Significa
que algunas veces desprenderse de las cosas es un acto
mucho más poderoso que el hecho de defenderlas o de
aferrarse a ellas".
En las últimas semanas de vida su cuerpo se
debilitaba, pero ella se tornó cada vez más radiante,
como si una luz brillara en su interior. Regaló muchos
de sus bienes, algunos a la mujer de quien sospechaba
había tomado el anillo, y con cada cosa que entregaba
ahondaba su dicha. Cuando la madre me llamó para
anunciarme la noticia de su muerte, también mencionó que
habían encontrado el anillo en el botiquín del baño.
¿Acaso la mujer devolvió el anillo, o había estado ahí
todo el tiempo? Nunca lo sabremos. Pero algo sí sabemos.
La vida nos pone en el camino las experiencias que más
necesitamos para la evolución de nuestra conciencia.
¿Cómo saber si ésta es la experiencia que usted
necesita? Porque es la experiencia que está viviendo en
este momento.
¿Es un error sentirnos orgullosos de lo que
poseemos o resentir a los demás por tener más que
nosotros? En lo absoluto. Esa sensación de orgullo, la
necesidad de sobresalir, el aparente fortalecimiento del
saber en virtud del "más" y la mengua en virtud del
"menos" no es algo bueno ni malo: es el ego. El ego no
es malo, sencillamente es inconsciente. Cuando nos damos
a la tarea de observar el ego, comenzamos a
trascenderlo. No conviene tomar al ego muy en serio.
Cuando detectamos un comportamiento egotista, sonreímos.
A veces hasta reímos. ¿Cómo pudo la humanidad tomarlo en
serio durante tanto tiempo? Por encima de todo, es
preciso saber que el ego no es personal, no es lo que
somos. Cuando consideramos que el ego es nuestro
problema personal, es sólo cuestión de más ego.
Eckhart Tolle en
"Una Nueva Tierra".