Un hombre y su perro
Artículo
escrito por: Marcos Robinson
Mi
amigo, Teodoro, sale a caminar varias veces por semana con su perro
“Cooper.”
Aunque Cooper ya tiene cuatro años, se porta como un cachorro de seis
meses,
pura energía y entusiasmo, poca disciplina. Un día mientras subían
juntos una
cuesta, venía hacia ellos un señor corriendo con su perro amarillo,
haciendo
ejercicio. Al ver al otro perro y queriendo jugar, Cooper saltó y ladró
con
entusiasmo. El Señor corredor, explotó con ira y unas cuantas palabras.
Con
pena y un poco enojado, Teodoro logró controlar a su perro y seguir su
camino.
Todo terminó en segundos.
Esto
pasó hace un año. Desde aquel tiempo, el Señor corredor y su perro
amarillo siguen
pasando a Teodoro cada semana, pero sin una sola palabra de saludo, ni
una
mirada ni sonrisa. Para ser honesto, Teodoro pocas veces le ha saludado
aunque
es cristiano y con otras personas es muy amable.
En
algunas ocasiones Teodoro ha visto una señora atractiva y amable,
corriendo con
el mismo perro amarillo. Aparentemente, ella es la esposa del Señor
corredor malhumorado.
Ayer en el parque Teodoro y su señora Juanita encontraron al Señor
corredor y
su señora. Sonriente, ella les saludó amablemente mientras su marido
los
ignoró. Después Teodoro comentó a Juanita, “¿Cómo puede ella vivir con
un señor
tan poco amistoso?” Hoy Cooper y Teodoro se encontraron con los dos en
el
parque otra vez. Como siempre, la Señora corredora, los saludó mientras
los
perros meneaban sus colas y se olfateaban. ¿Y su marido? No dijo nada.
Teodoro
siguió su camino pensando, “¿Cómo aguanta vivir ella con alguien como
él?”
Media
hora después, de regreso a casa, ¿adivine quién se les acercaba? El
Señor corredor
y su perro amarillo, pero sin la esposa. Cuando estaba a unos 5 metros
de
distancia, el señor paró y dijo: “Hace
tiempo quería pedirle disculpas por mi explosión de ira hace mucho.”
“¡Huy!
¡Señor tenga misericordia de mí! ¿Cómo aguanta a una persona como yo?”
dijo
Teodoro a Dios.
¿Le
ha pasado algo similar alguna vez? ¡Que pena! Al juzgar al otro, solo
nos
acusamos a nosotros mismos. “No
juzguéis, para que no seáis juzgados....¿Y por qué miras la paja
que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en
tu
propio ojo?” dijo
Jesús en Mateo 7:1, 3.
¿Cuantas
veces dejamos que las irritaciones se
acumulen en nuestras vidas? Con el paso
del tiempo las irritaciones se convierten en rencores, y nosotros nos
convertimos en personas amargadas. Pero, ¿cómo podemos evitar la
amargura? Escogiendo perdonar al otro, aun cuando no
sentimos el deseo, ni creemos que merezca nuestro perdón. Queriendo o
no
queriendo, decidamos perdonar a otros. Es la única manera de evitar una
vida
controlada por resentimientos.
El
otro lado de la moneda es aprender a
pedir perdón cuando hemos hecho algo para ofender a otro. Es cierto que
sentimos pena y nuestro orgullo nos dice. “No fue tu culpa...fue él que
causó
el problema.” Tal vez sí, tal vez no,
pero soy responsable por mis reacciones, no las de él.
Algunos
crecimos en hogares con el siguiente
sistema de tratar los conflictos: No discutimos con alguien y enojados,
dejamos
de hablar. Sentimos pena pero nadie quiere ser el primero en admitir su
error.
SILENCIO y más SILENCIO. Pasan horas o hasta días sin hablar, y por
fin, uno
dice algo al otro, y ya comenzamos a hablar otra vez. Todo está bien,
¿correcto? ¡NO! Estamos hablando, pero con resentimientos. Somos como
una olla
de presión, listos a estallar en cualquier momento.
Deje
su pena y orgullo. Pida perdón si ha
ofendido a alguien. Y si alguien le ha herido, ¿qué? Escoja el perdón,
suelte
su rencor.
“soportándoos
unos a otros, y perdonándoos unos a
otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os
perdonó,
así también hacedlo vosotros.” Colosenses 3:13“
Seamos
fieles perdonando sinceramente como
Dios nos perdono,
Scott
Yingling
Director
de ObreroFiel.com
|