¿Existió el rey Arturo?

Por
César Vidal | Libertad Digital
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Pocas veces ha
tenido un personaje literario una resonancia tan universal como el rey Arturo.
Desde Geoffrey de Monmouth al cine del siglo XX pasando por Wagner o Chretien de
Troyes, los mitos artúricos han alimentado la imaginación humana de manera
creciente y polimórfica. Pero ¿el
rey Arturo fue una mera creación literaria o realmente existió?
Las
discusiones sobre el origen de las distintas partes, personajes y episodios de
los mitos artúricos y sobre la historicidad de sus protagonistas ha hecho correr
ríos de tinta y en no pocas ocasiones se ha caracterizado mucho más por la
imaginación que por el rigor histórico.
Sin embargo, por encima de las especulaciones, hoy en día no puede
discutirse el hecho de que Arturo fue un personaje histórico. Su verdadero
nombre era Artorius y, a diferencia de lo establecido en el mito, no era celta
sino romano. La familia de los Artorii ya tenía una dilatada tradición de
permanencia en Bretaña cuando nació nuestro personaje. Su llegada a la isla tuvo
lugar en torno al año 180 d. de C.
En esa época, un tal Lucio Artorio Casto comenzó a desempeñar el cargo de
praefectus castrorum (prefecto de campamento) de la Legión VI Victrix, con base
en Ebocarum, York. Sus descendientes continuaron ejerciendo tareas relacionadas
con la defensa del imperio romano frente a las incursiones bárbaras. Uno de esos
descendientes, también llamado Lucio Artorio Casto, constituye la base histórica
del mito del rey Arturo.
Artorio nació
en Dumnonia, una población de Cornualles. Cuando tenía quince años de edad,
Artorio entró en el ejército romano y en el 475 se convirtió en oficial de
caballería a las órdenes de Catavia, el magister militum y jefe de la base
militar romana en Cadbury. Artorio cumplió sus funciones castrenses con notable
competencia y al cabo de tres años se convirtió en comandante de la base romana
de Dunkery Beacon. Se trataba de un enclave pequeño pero dotado de una notable
importancia estratégica en el dispositivo de defensa frente a los bárbaros.
Nuevamente, Artorio volvió a desempeñar sus ocupaciones correctamente y en el
481 Aurelio lo nombró Procurator rei publicae, un empleo consistente en realizar
las requisas para el ejército.
Nuevo empleo y pronto nuevo ascenso. Artorio no tardó en ser ascendido a
magister militum. En calidad de tal, Artorio libró con éxito una serie de
campañas cuya finalidad fue quebrantar el creciente poder bárbaro en el sur de
la isla. Nennio menciona una docena de esos choques armados que, no obstante,
quedaron eclipsados por una hazaña de mayor envergadura consistente en repeler
una gran invasión bárbara procedente de Irlanda. Las fuentes célticas mencionan
repetidamente la manera en que Artorio logró expulsar a los irlandeses y es muy
posible que de haber fracasado en su empeño Bretaña se hubiera visto anegada por
los bárbaros y hubieran desaparecido conjuntamente el poder romano y la religión
cristiana. A pesar de eso, todo indica que el número de bajas sufrido por las
tropas de Artorio fue elevadísimo, en otras palabras, se trató de un choque a la
desesperada cuyo desenlace, de haber sido distinto, hubiera cambiado la
Historia.
La victoria de
Artorio tuvo además consecuencias de enorme importancia para el imperio –cada
vez más acosado por los bárbaros y viviendo sus días finales– y, sobre todo,
para Arturo y la evolución de su mito.
Aurelio lo designó para sucederle como Regissimus Britanniarum,
adoptándolo además como hijo. La
única condición era que el propio Artorius a su vez nombraría sucesor a un
miembro de la familia de Aurelio.
La posteridad confundiría ese cargo con el de rey de Bretaña lo que
explica la evolución ulterior de la leyenda en la que Arturo ya no es un militar
romano sino un monarca. No fue ése
el único punto de contacto entre la historia del Arturo-Artorio histórico y del
rey Arturo. Algo similar sucede con
aspectos como la sede de su gobierno situada en Camelot, la rebelión de Mordred
o el exilio en Avalon pero de todo ello nos ocuparemos en la segunda parte de
este enigma.
Mientras
Artorius combatía contra los invasores bárbaros procedentes de Irlanda –sin
duda, un episodio que los nacionalistas irlandeses no desearían recordar– tuvo
lugar la muerte de Aurelio, el Regissimus Britanniarum. Artorius era el sucesor
designado pero para que la transición se llevara a cabo sin complicaciones
estaba obligado a rendirle honores funerarios y, especialmente, a recorrer las
distintas guarniciones militares para asegurarse su lealtad. De este período
parten precisamente dos de los elementos más conocidos del ciclo artúrico: el
establecimiento de su capital en Camelot y la creación de una orden de
caballería. El invierno de 491 lo empleó Artorius en la visita a los distintos
contingentes de tropas y, acto seguido, estableció la sede de su gobierno en
Camulodunum, una base que estaba conectada con una red de calzadas romanas.
Sería precisamente este enclave el que pasaría a la leyenda como Camelot aunque
debe indicarse que Artorius lo cambiaría en el futuro.
Aún más
interesante es el origen de la leyenda referente a una orden de caballería. La
lucha contra los bárbaros irlandeses había ocasionado, como ya vimos, un número
considerable de bajas a las fuerzas de Artorius y, al parecer, éstas fueron
especialmente elevadas en lo que a las fuerzas de caballería romano-britana se
refiere. Urgía, por lo tanto, renovar un cuerpo de jinetes que –resulta
comprensible– los narradores posteriores convertirían ya en caballeros. No deja
de ser significativo que incluso en algunos de los caballeros legendarios del
rey Arturo pueda rastrearse a los hombres que sirvieron a las órdenes de
Artorius. Por ejemplo, el famoso sir Kay quizá fuera Cayo, uno de los oficiales
de Artorius; Bedwyr pudo ser el romano Betavir y Gawain seguramente fue Valvanio
Vorangono, sobrino de Artorius.
Los
contingentes de caballería resultaron eficaces porque en 493 Artorius logró un
triunfo resonante contra los anglos en la batalla de la colina de Badon.
Difícilmente puede infravalorarse esta victoria porque aseguró la paz con los
anglos durante medio siglo. Los restos arqueológicos son bien reveladores al
respecto pero apenas nos pueden transmitir el tremendo impacto emocional que
causó esta batalla entre los contemporáneos de Artorius. Para ellos, seguramente
fue un claro ejemplo de cómo la Luz vencía a las Tinieblas, la Civilización a la
Barbarie y Cristo a los dioses paganos. Parece ser que Artorius chocó
ocasionalmente con algunos monasterios pero su relación con la iglesia fue muy
fecunda y él mismo era considerado –y se consideraba– un cristiano devoto. El
período de paz que se produjo después de la batalla de Badon encaja, por lo
tanto, en la época de esplendor y paz de las leyendas artúricas, esplendor y paz
logrados –no lo olvidemos– por la acción de sus caballeros. No son estos los
únicos paralelos bien significativos entre Artorius y Arturo. Pasemos a su vida
privada.
El ciclo
artúrico habla del matrimonio del monarca con Ginebra y del adulterio ulterior
de ésta. La base real de la leyenda es obvia. En la realidad, Artorius se casó
dos veces. Su primera esposa fue Leonor de Gwent. Que ese matrimonio no duró
resulta indiscutible aunque no es fácil saber si Artorius se divorció de ella
–la práctica del divorcio no planteó problemas canónicos hasta muy avanzada la
Edad Media y aún entonces sólo en el cristianismo occidental– o si Leonor lo
abandonó, lo que podría ser la base de la leyenda del adulterio regio. La
segunda esposa de Artorius sí se llamó Ginebra. Al parecer, era de ascendencia
romana y había sido criada en la casa de Cador, el magíster militum de Artorius.
El matrimonio debió celebrarse en torno al 506.
El enlace con
Ginebra fue muy cercano temporalmente –nueva coincidencia– a la proclamación de
Artorius como imperator en una nueva capital situada ahora en Luguvalium. El
título era honorífico y, generalmente, sólo implicaba la obtención de una gran
victoria militar lo que, en realidad, había sido cierto. Sin embargo, no puede
descartarse que Artorius intentara cimentar un nuevo orden político ahora que
resultaba obvio que el imperio romano de occidente –desaparecido en el año 476–
no iba a volver a existir. Que Artorius tenía razón al actuar así es obvio para
nosotros que conocemos la Historia posterior pero, desde luego, distaba mucho de
ser tan claro para sus contemporáneos. De hecho, fueron varios nobles romanos
los que se opusieron directamente a las acciones de Artorius. Su peor adversario
fue Medrautus Lancearius –el Mordred de la leyenda– que era hijo del rey norteño
Dubnovalo Lotico y de Ana Ambrosia, la hija de Aurelio. Dado que Artorius había
sido adoptado por Aurelio cuando era joven, Medrautus Lancearius era su sobrino
y su madre, una hermana de Artorius... exactamente igual que en las leyendas
artúricas. Medrautus contaba además con un enorme ejército al que había
incorporado escoceses, irlandeses, anglosajones y otros enemigos de
Artorius.
En el año 514,
Artorius, con una parte de sus fuerzas, abandonó una campaña que mantenía contra
los bárbaros y se dirigió hacia su capital. Medrautus lo esperaba para
aniquilarlo. El primer choque tuvo lugar en Verterae y concluyó con una victoria
de Artorius. Sin embargo, Medrautus logró romper el cerco y escapar. Perseguido
por Artorius, se dirigió hacia el norte, hacia la fortaleza romana de
Camboglanna –la Camlann de las leyendas– situada en el muro de Adriano. Allí –en
un enclave conocido actualmente como Birdoswald– se produjo el enfrentamiento
decisivo con Artorius.
El combate se
mantuvo indeciso durante bastante tiempo pero, finalmente, Artorius lanzó una
carga de caballería (los caballeros, otra vez) contra las fuerzas enemigas que
se vieron aniquiladas resultando muerto Merdrautus. La victoria fue indudable
pero el coste no resulto pequeño. La necedad de Merdrautus –que hubiera sido
designado seguramente heredero por Artorius y que, por lo tanto, hubiera
obtenido lo que deseaba evitando la guerra– ocasionó la muerte de Artorius
herido en la batalla. Aún agonizante, Artorius fue llevado a Aballava, un fuerte
romano situado en el Muro de Adriano. La leyenda posterior convertiría este
enclave en la isla de Avalón, que es la actual Glastonbury. Era el año 514 y con
el fallecimiento de Artorius, la lucha para defender Britania del paganismo y de
la barbarie llegaba a su fin. Ni la civilización romana ni el cristianismo iban
a contar ya con una defensa eficaz en mucho tiempo. Comenzaba la "Edad
Oscura". Sin embargo, el esfuerzo
de Artorius había sido tan titánico y sus metas – la defensa de la paz, el
orden, el imperio de la ley y el cristianismo –habían rezumado tanta nobleza que
la leyenda se apropiaría del personaje convirtiéndolo en un símbolo nacional.
Según la leyenda, las hadas cuidan de él en la isla de las manzanas –Avalón– y
de allí regresará, valiente y victorioso, si algún día Inglaterra ve cernirse
sobre ella una amenaza similar a la de los bárbaros que antaño derrotó el
inigualable caudillo.