Una buena paga
Una
vez había un sastre. Era ampliamente conocido como un artista que podía tomar un
simple hilo y transformarlo en una vestimenta apta para un rey. Un día un
comerciante adinerado vino a él con un trabajo especial. Mientras viajaba por el
oriente pagó una impresionante suma por un corte de seda del Catay, la más fina
en el mundo. Los ojos del sastre se encendieron pues nunca había visto una tela
tan hermosa. Tomó las medidas del comerciante y un precio fue fijado por el
trabajo.
Al
día siguiente el sastre empezó su trabajo con entusiasmo. Trabajó con cuidado
especial, tratando de no desperdiciar el más mínimo hilo. Una semana entera de
trabajo extenuante le siguió. Eran cerca de las dos de la mañana cuando el
sastre cosió el último botón sobre el vestido. Cortó
el hilo con sus dientes y se echó atrás para admirar su obra. He
aquí un vestido como el que jamás se había visto. Con
un bostezo se dirigía a dormir, a tirar su cansado cuerpo sobre la cama. El
comerciante vendría a primera hora de la mañana a recoger su traje. El sastre
salió del cuarto y cerró la puerta.
Entonces
se escuchó un ligero chirrido. Dos
pequeños ojos negros brillan desde dentro de una grieta en la pared. Una larga
nariz peluda husmeaba de lado a lado, y de pronto un pequeño ratón se abre paso
hasta el centro del cuarto. Detrás de él aparece otro ratón, y otro ratón y
otro.
Una
enorme banda de ratones se apoderó del cuarto con un solo propósito: el vestido.
Todo acabo en menos de diez minutos. Lo único que quedó fueron retazos de tela
con mordiscos que contaban lo sucedido. Cuando el sastre bajó a la mañana
siguiente y vió lo que pasó se afligió más allá de lo que se puede describir. Se
paró en medio de su taller con lagrimas llenándole los ojos, y suspiró
profundamente con resignación. Al levantar la mirada vió al comerciante frente a
él, radiante por la expectativa y sin tener la más mínima idea de lo que le pasó
a su invaluable vestido de seda del Catay.
Con
un tono de voz medido el sastre le contó al comerciante de cuánto trabajó en la
confección de su vestido; de cómo era una confección incomparable en todos sus
años de sastre; de las largas horas de trabajo amoroso que le dedicó; y
finalmente de lo que pasó la noche anterior una vez que dejó el taller. "Pero"
continuó el sastre -"yo quisiera que usted me pague lo que originalmente
habíamos acordado, porque, aunque usted no tiene su traje, yo puse alma y
corazón en confeccionarlo."- La cara del comerciante se puso verde. "Suficiente
le debería ser que no lo demande por mi seda del Catay!" Y con esto salió
furiosamente de la casa.
En el
mundo material no hay trabajo que pague por el esfuerzo nada más. Aún cuando uno
pone cuerpo y alma en el trabajo. Si no produces nada eso es lo que te pagan:
nada. Pero en el campo del espíritu si uno pone verdaderamente todo su esfuerzo
y empeño recibe recompensa, aún cuando sienta que no está produciendo nada
concreto. Hoy es un día para dedicarlo a esto, con todo nuestro empeño.
Shabat
Shalom
Rabino
Fabián Skornik